Por Baltasar Hernández Gómez.
Las instituciones de poder requieren de una serie de mecanismos estructurales y supraestructurales para mantener y aumentar progresivamente la dominación. Entre ellos, destaca el proceso de educación mínima, a fin de fomentar ignorancia y pasividad, a efecto de que los individuos no posean un pensamiento analítico y mucho menos puedan tomar decisiones propias..
Los Estados nacionales proveen de una base de bienes públicos suficientes para reproducir un sistema de vida acotado en lo material, mental y emocional, que convierte a mujeres y hombres en sujetos controlados a través de un credo político, económico y sociocultural que privilegia el sometimiento a códigos simbólicos en lo jurídico, administrativo e ideológico, mismos que son establecidos para la regulación de las interrelaciones generales.
Con esta máxima, la negación del pensamiento crítico representa la inacción de los sujetos sociales ante el ejercicio de poder, porque si las masas piensan de manera homogénea sin capacidad de analizar, comparar y confrontar, serán entes receptores que aceptan -sin chistar- el modo de vida impuesto por las fuerzas hegemónicas.
Con una estrategia integral las instituciones del Estado diseñan, organizan y ejecutan una serie de acciones educativas-formativas, normativas e ideológicas-culturales para que desde la niñez se siembre la semilla de crear y recrear un modelo de pensamiento reducido a la simple captación de información sin emplear la cognosis, con el objetivo de que no haya posibilidad de comunicación activa, analítica-crítica.
Sin esta capacidad, la sociedad se vuelve una masa concentrada de personas que no piensan, que no comparten, no debaten y mucho menos participen para cambiar lo que representa negativividad para su desarrollo y bienestar, siguiendo los cánones implementados por el Estado y las clases dominantes.
Ante este panorama sistémico que pareciera impenetrable, a ras de piso, en la vida cotidiana, se hace necesario que exista primero un proceso de resistencia al embate enajenante de las instituciones de poder y luego una acción conciente, responsable y comprometida para elevar la voluntad participativa que vaya eliminando las políticas y leyes que suprimen derechos fundamentales y humanos.
La solución tiene muchas aristas, pero una ruta es construir una plataforma social para negar el esquema de control de creer todo lo que transmiten los medios masivos de comunicación; a recuperar el contacto directo desde la casa, las calles, colonias y centros de convivencia públicas; a retrotraer la memoria histórica, compartiendo experiencias pasadas y presentes; a leer y compartir todo lo que tenga que ver con las creaciones de la humanidad; a cuestionar los actos de poder; a usar las redes sociales para allegarse datos significativos y comprobables.
En definitiva: la defensa del pensamiento crítico requiere actos individuales y colectivos dirigidos a rebasar el establishment. Si los ciudadanos se informan, educan y movilizan fuera de las acotaciones oficialistas se podrán romper las vallas levantadas por las élites.
Basta recordar que la libertad de pensar, comunicar y hacer no es solamente un derecho, sino una condición necesaria para que exista una democracia horizontal real, que sea la vía para que haya justicia con equidad, desarrollo sustentable y sostenible.
Es cuanto.
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