Dulce María Sauri Riancho
SemMéxico, Mérida, Yucatán, 1o. de Octubre, 2025.-Han pasado 365 días desde que Claudia Sheinbaum asumió la presidencia de la república y Joaquín Díaz Mena la gubernatura de Yucatán. Ambos, con el distintivo de Morena en la solapa, arrancaron su andar político juntos, aunque en escenarios y con desafíos muy distintos. Ambos han consumido ya una sexta parte de su mandato.
La herencia
Sheinbaum recibió un país con la marca indeleble de López Obrador. Obras icónicas inconclusas, y de dudosa utilidad, una narrativa de transformación todavía en disputa y, sobre todo, un movimiento político tan poderoso como desordenado. Hasta ahora, el legado de AMLO le ha dado a Sheinbaum más de lo que le ha quitado, pero también le ha colocado sobre los hombros el reto de combatir la corrupción dentro del gobierno de la “Cuarta Transformación”. Los casos del “huachicol fiscal” en la Marina y el cártel de la “Barredora”, en Tabasco, son advertencias. Si no se investigan a fondo, si la impunidad vuelve a imponerse, el golpe será directo a su credibilidad. Parece que en política todo se negocia, pero la sensación de que la corrupción sigue viva está presente y fuera del control presidencial.
Díaz Mena, en cambio, recibió un estado gobernado por la oposición del PAN. Durante sexenios anteriores Yucatán logró construir una imagen de estabilidad social y crecimiento económico que sobrevivió a las alternancias entre el PRI y el PAN y que parecía allanarle el camino al primer gobernador surgido de Morena. Pero bastó un año para que esa sensación de mejoramiento se resquebrajara. Las recientes encuestas nacionales sobre percepción de seguridad han mostrado un deterioro en Mérida. Y Yucatán perdió brillo en los rankings económicos nacionales. El primer año empañó la herencia recibida por sus antecesores.
El programa
En la Federación, Sheinbaum ha apostado por mantener la cohesión de Morena y avanzar con una agenda de reformas, hasta ahora todas anunciadas desde el sexenio anterior. Solo queda pendiente la reforma político-electoral que, al menos formalmente, será de su exclusiva autoría . A la anterior, se agregó intempestivamente una reforma a la Ley de Amparo que no acabamos de aclarar sus contenidos ni sus propósitos, menos aún en qué puede acabar. Sus devaneos legislativos suceden mientras lidia con Donald Trump, un reto nada menor, que hasta ahora la presidenta ha sorteado con cierta habilidad.
Díaz Mena, por su parte, habla del “Renacimiento Maya”. Suena bien, es un lema atractivo, pero nadie sabe a ciencia cierta en qué consiste. Los grandes proyectos federales que podrían respaldar ese “renacimiento” siguen en el limbo: el Tren Maya no tiene claro futuro de carga y el puerto de Progreso todavía no logra ni siquiera la utilización del viaducto elevado para eliminar el tráfico de camiones en sus calles céntricas. El reciente apagón nos recuerda los grandes rezagos que tenemos en materia de energía y los proyectos pendientes o abandonados.
Claudia Sheinbaum ha sobrevivido la transición sin desplomarse bajo la sombra de AMLO. Ha tenido que mostrar mano firme sin romper con la herencia de López Obrador. Ha sorteado problemas, ha lidiado con Trump y mantiene a flote la gobernabilidad. Una y otra vez sus palabras reiteran su incondicional lealtad a López Obrador, aunque sus acciones de gobierno parecen imponerle matices.
Sheimbaum enfrenta el dilema de combatir la gravosa corrupción o mantener la cohesión de Morena. Si no logra imponerse como árbitro, las candidaturas de 2027 serán guerra civil. Y Morena en guerra significa riesgo directo a la gobernabilidad.
Díaz Mena ha preferido el contacto popular. Canta en ferias, asiste a fiestas patronales, sonríe en cada pueblo, entrega becas y obras chiquitas. Ese estilo lo vuelve simpático, incluso entrañable. Pero gobernar no es solo sumar simpatía. El pueblo de Yucatán sigue esperando respuestas en salud, apoyos al campo, empleos dignos y políticas locales para establecer el sistema de cuidados demandado por las mujeres, Por ahora, lo más recordable de su primer año son sus cantos, y eso, aunque alegra, no alcanza para gobernar.
El balance
Sheinbaum sobrevive a la transición, pero con dilemas serios: corrupción en las élites militares y políticas, cohesión de Morena, tensiones con Estados Unidos y la pesada mochila de AMLO. Díaz Mena enfrenta el riesgo de ser visto como un gobernador simpático pero débil, sin un proyecto claro más allá de la fiesta y su pegajoso lema de gobierno.
El próximo futuro
El futuro inmediato tampoco ofrece tregua. En lo federal, 2026 es decisivo. La renegociación del tratado comercial con Estados Unidos y Canadá marcará el ritmo económico del país. Y la reforma político-electoral será clave para definir las reglas de 2027. Morena aún no aclara cómo procesará la reelección ni cómo evitará el nepotismo en sus candidaturas.Y la revocación de mandato programada para 2028 se mantiene como espada amenazante sobre la presidenta. Si no se adelanta a 2027, queda lista para usarse desde dentro de Morena contra Sheinbaum.
Para Díaz Mena, el reto es diferente: disipar la percepción de que él no gobierna, sino un grupo de intereses económicos. Además, deberá consolidar su liderazgo dentro de Morena, partido que, al igual que el Verde, ya se prepara para la batalla por Mérida.
El futuro inmediato es decisivo: o se asume como conductor del proceso político estatal, o quedará reducido a maestro de ceremonias de un “Renacimiento Maya” que nadie termina de entender.
En resumen: a un año, Sheinbaum sobrevive, con logros que pesan menos que los dilemas a enfrentar. Díaz Mena canta, baila y sonríe, pero el pueblo espera algo más. Porque en política, como en la música, el aplauso inicial dura poco. Lo que importa es si la función vale para quedarse hasta el final.
dulcesauri@gmail.com
Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán
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