Buen corazón, mal corazón, sin corazón. Estas tres frases las hemos leído o escuchado en diferentes situaciones, ilustrando el comportamiento de alguna persona. Y esto me lleva a pensar que, aunque el corazón humano siempre tiene o debe tener un peso y tamaño promedio, cuando usamos estas expresiones para referirnos a los sentimientos, la imagen da un giro completo.
Viene a mi mente el personaje del Señor Miyagui, en el final de la primera película de la serie Karate Kid, y el principio de la segunda entrega, aquella escena donde él pelea con el maestro de cobra Kai porque estaba maltratando a su alumno.
Cuando ya lo tiene en el piso, derrotado y dispuesto a recibir un golpe definitivo, “sin piedad”, como le enseñaba a sus alumnos, el Sr. Miyagi termina apretándole la nariz, con un característico sonido de payaso.
Mientras caminan de regreso a su casa, el joven Daniel le pregunta a su maestro, por qué no terminó el golpe. Y su maestro le contesta: “Podría haberlo hecho, pero recuerda siempre Daniel San, que para las personas sin corazón es peor castigo vivir, que morir”.
Las veces en mi vida y la de mi compañero, en que otras personas, con toda deliberación y saña, con envidia, celos o alguna otra obscura emoción nos han causado un daño deliberado a través de sus acciones, palabras u omisiones, son imposibles de olvidar.
Perdonar y perdonarnos, despojar estas memorias de toda emoción negativa, es un ejercicio verdadero y muy hermoso, que ambos procuramos llevar a cabo, con bastante éxito.
Pero olvidar, equivale a no aprender, y nosotros sí queremos mantener esas lecciones, como ciclos cerrados.
Esto, nos vuelve capaces de pensar en aquella persona que nos causó daño, sin emociones negativas de por medio. Y esta, es una forma muy saludable de vivir.
Porque, los resentimientos hacia la persona que nos dañó, son como un veneno que tomamos, esperando que le haga daño al otro. Y no funciona así.
Mucho mejor, es dejar atrás a esas personas, para que sean ellas quienes tengan que lidiar con las consecuencias de sus acciones. Allá ellos y su toxicidad.
Yo elijo ser feliz, vivir en la luz, e inclusive agradecer el aprendizaje, para no volver a caer en otra situación semejante.
Y, esto lo sé, porque nos ha sucedido: cuando finalmente aparecen las consecuencias, e la vida de aquel que ha obrado mal, mi corazón no se alegra.
Sé que es justicia universal, que todo lo que arrojas hacia afuera, uno o malo, bello u horrible, te será devuelto, y que por esto debes observar muy bien qué es lo que entregas al mundo.
Pero no me alegra la desgracia ajena, aunque sea merecida. No encuentro placer en bailar sobre las cenizas de otro ser humano, así sea el arquitecto de su propio destino.
Mi compañero y yo, tenemos la certeza de que todos somos hermanos, que procedemos del mismo origen, y que tarde o temprano nos volveremos a reunir en la gran hoguera del amor universal, reconociéndonos como hermanos, y aceptando cada vivencia como parte de nuestra evolución y regreso hacia la luz.
Claro que, no somos perfectos, y cometemos errores que pueden causar daño a otros. Pero, la intención y no la acción en sí, definen el color de mi corazón. Aunque a veces me equivoque, y cause daño sin querer.
Y a mi, mi corazón me gusta rojo, rosa, verde… ¡Un Arcoíris luminoso!
Querido lector, ¿de qué color es tu corazón?
Con amor, Marissa Llergo.
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