LA VIRGEN DE LA NATIVIDAD Y LA FERIA DE TIXTLA.
La Feria Regional en honor a la Virgen de la Natividad, como una advocación a la Madre de Jesucristo, la Santísima Virgen María y que data de 1867, cuando formalmente, la diócesis de Chilapa, estableció como celebración en todo el obispado “El mes de María”, que dedica los 31 días de mayo al “Inmaculado Corazón de María Santísima”. No es ocioso significar, que en Tixtla, más allá de la oficialización de la Feria, desde tiempos inmemoriales se ha venerado a la Virgen con el respeto y la veneración que su ternura genera en el pueblo tixtleco.
Tixtla, no sólo es relicario de heroicidad, talento académico altamiranista o belleza musical de Damián Vargas. Mi pueblo es también, alcázar y tabernáculo de agradecimiento, que se expresa no en un paganismo perverso, adorador de ídolos, sino que su oración colectiva, está muy por encima de la mezquindad disfrazada de una fiesta organizada para dar rienda suelta a los sentidos. La honra a la Virgen de la Natividad se da en mil ángulos (como los colores de esas flores que se cultivan en los fértiles campos del Santuario), a través la danza y folclor que se eleva en toda su expresión cuando se trata de rendir tributo a la Madre de todos. Es Amor; pero Amor del Bueno, del que se entrega todo, porque sabe que la Madre nos quiere a todos; porque nos mira como sus hijos y porque no hace distinción y nos enseña permanentemente, que debemos aprender a mirarnos en el otro, porque en la medida en que aprendamos a mirarnos en los demás, es como nacemos a la vida verdadera.
La Feria de la Virgen de la Natividad, no es sólo letanía, son la pirotecnia que anuncia la alegría, son las danzas que bailan al ritmo sin reglas, de la música del Chile Frito, el tradicional fandango, la pelea de Tigres (jaguares), los juegos mecánicos, los panaderos de Morelos y Tlaxcala, los manzaneros de Puebla; las artesanías, los barateros y mil vendedores, así como cientos de sus hijos que duermen en la Casa del Peregrino y en hogares dadivosos que les dan cobijo (como ese que le brindaron a María y San José cuando iba a nacer el Mesías) que se dejan venir a este suelo santo, para venerar con procesiones sin fin, a la Mujer que es cabeza del Cristianismo y abnegación sin tacha. Esta expresión que tiene su punto culminante el 31 de mayo; pero que comienza nueve días antes, con las llamadas “novenas” y “Encuentros” que se realizan en las tardes ante la vista de todos (que no son parecidos a los llamados pendones de raigambre española, porque en los encuentros de esta Feria, se habla de la unidad, del hermanamiento al estilo prehispánico, esa unión de almas, que debe existir entre todos nosotros, porque estamos unidos –dicen los antiguos tixtlecos-, por el aliento divino que nos hace respirar y nos iguala a todos).
No sé si sea un milagro o se trate de una mera coincidencia; pero existe la creencia (que el tiempo parece confirmar), que todos los 31 de mayo de todos los años, la Madre del Cielo, deja caer una copiosa lluvia, que es como un beso maternal que comunica, canta, enamora y motiva.
La historia hablada de los tixtlecos. narra que luego de consumada la Independencia Nacional, en 1821, Don Vicente Guerrero Saldaña, el Consumador, vino arrodillarse ante la Virgen de la Natividad y donó una corona de oro macizo y muchas joyas, para agradecer la guía que siempre otorgó y por constituirse en faro luminoso, que le alumbrara, en las noches más oscuras de la Patria. Esa corona y las joyas “desaparecieron”, porque malos gobernantes, las guardaron y misteriosamente desaparecieron.
Lo que nunca podrá robarle, la maldad humana, ni la pandemia, es el Amor que brota del alma de todos los que vemos en ella, a la Madre de todos, porque la Virgen es origen y es camino; es la voz que nos recibe a nuestra llegada a este mundo terrenal y la voz que nos llama cuando cruzamos el umbral de la muerte, para estar siempre cerca de su regazo.
De ella puede decirse, postrado en su Santuario, aquello que sólo el Himno Litúrgico puede expresar, cuando afirma: “«Mirarte simplemente, Madre, dejar abierta sólo la mirada; mirarte toda, sin decirte nada; decirte todo, mudo y reverente. No perturbar el viento de tu frente; sólo acunar mi soledad violada, en tus ojos de Madre enamorada y en tu nido de tierra transparente. Las horas se desploman; sacudidos, muerden los hombres necios la basura, de la vida y de la muerte; con sus ruidos. Mirarte, Madre; contemplarte apenas, el corazón callado en tu ternura; en tu casto silencio de azucenas».”
¡Honra, Honor y Gloria a la siempre Virgen de la Natividad!
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