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Roma, la Ciudad Eterna – Fredy López Arévalo

Conocí en Piazza Navona a la putana más famosa de Roma.
Era un día excepcionalmente frío, y ella, una putana excepcionalmente cálida, rechoncha, platicadora y ya entrada en años.
Lloraba cuando la conocí, y el rímel de las pestañas le escurrían por sus rechonchas mejillas. Fumaba cigarrillo tras cigarrillo, sentada en un frío banco de cemento y se sonaba con desparpajo los mocos en un pañuelo blanco.
Había muerto su perro, su única compañía en años. Por eso lloraba, y se estremecía, por la pérdida. Le acababa de telefonear el veterinario.
Apenas se sobrepuso, me miró fijamente.
-“No cruces las manos así, es de mala suerte…”, me dijo con ese peculiar acento italiano de los habitantes de Roma.
Yo tenía los dedos de ambas manos entrelazados, y estaba sentado al lado de ella. Ella notó algo de nerviosismo en mi.
Me ofreció un cigarrillo…
-“No fumo, gracias”, respondí lacónico a su cortesía.
El agua estaba congelada en las tres fontanas de Piazza Navona y la gente caminaba de prisa, muy abrigada.
Yo tenía una botella de vino tinto en el piso, apretando la botella con las piernas, y le ofrecí un trago.
Ella bebió de la botella sin pena.
Le ofrecí un pedazo de pan con jamón serrano y ella lo rechazó.
-“No, gracias, el vino es suficiente…”, dijo.
Algunos niños de gorros y guantes de lana jugaban con las estalactitas que se formaron en las fuentes y otros más tiraban arroz a parvadas de palomas y correteaban tras ellas precipitando su vuelo.
No era la primera vez que veía a ‘la putana piu famosa di Roma’ sentada en la misma banca, del lado de la iglesia de Santa Inés en Agona y al lado el famoso Palazzo Pamphili. Ella me describió la belleza de Piazza Navona, y me ilustró sobre el diseño barroco.
-“Questo qui, es la Fontana dei Quattro Fiumi. Sai: representa el Nilo, el Ganges, el Danubio y el río de La Plata, los cuatro grandes ríos del mundo”, me decía.
-“Quest’altro é la Fontana di Nettuno, y questa si llama la Fontana dil Moro, es la escultura de un africano luchando con un delfín.”, me ilustraba.
A ‘la putana piu famosa di Roma’, la meretrice, la ramera, la veía de tarde en tarde hacia ya algunas semanas. Todo los días solía yo caminar por Piazza Navona para apreciar las esculturas, fuentes y edificios antiguos, y caminar de ahí al mercadillo de Campo de’Fiori. Ahí solía avituallarme de verduras, jamón, pomodoro, pasta, rúgula, aceite de olivo, pan y vino. Vivía yo a dos cuadras de Piazza Navona, en un vetusto edificio de la vía Gigglio di Oro, muy cerca de Vía del Corso No.18, que es donde habitó el poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe de 1786 a 1788. Solía recrearme también en la ‘Casa de Goethe’ con la exposición permanente, donde se exhiben cartas, libros y dibujos del viaje del poeta a Italia. La mayoría en Alemán, aunque hay traducción simultánea.
Piazza Navona es un centro de la vida social, cultural y turística de Roma.
Y es el lugar donde cada tarde podía encontrar a ‘la putana piu famosa de Roma’. Siempre en el mismo lugar, la misma banca, fumando cigarrillo tras cigarrillo.
Pero en esta ocasión por fin entablamos conversación.
Era una mujer más allá de los 45 años, entrada de carnes. Vestía de rojo, de ojos azules, pestañas gigantes, los labios también pintados de rojo, sombrero de cabaret, guantes, y bufanda roja peluda que le daba una vuelta por el cuello y le caía sobre los hombros. Traía consigo un álbum repleto de fotos de sus mejores tiempo. Era una actriz de cabaret en franca decadencia. Los años, las carnes, las trasnochadas… y la puntería propia de la profesión… -me detalló ella misma poco tiempo después de la primera conversación.
Actuaba en un bar cerca de Piazza Navona. Pero era una actuación secundaria. Su nombre ya no iluminaba las marquesinas, como antaño. Sus fotos no podían mentir. Tuvo su tiempo de gloria…
El día que la encontré llorando, era una tarde muy fría, atípica en Roma, donde rara vez nieva y más rara vez, como ahora, se congela el agua en las fuentes.
Lo mismo en la Fontana de Trevi, la más monumental de Roma, donde también acudía a diario.
Es un lugar atestado de turistas, donde se dice surgió la costumbre de arrojar una moneda al estanque para asegurar el retorno a Rama, la Ciudad Eterna.
Yo impresionado, absorto, frente a ese enorme tritón que conduce a una bestia alada mientras hace sonar la caracola para abrir paso al Señor de las aguas.
Solo uno que otro pintor de caballete se hallaba en ese momento dibujando algún aspecto de las esculturas monumentales que adornan las tres fuentes de Piazza Navona, la fachada de la iglesia de Santa Inés en Agona o a un inmigrante indostano vendedor de castañas asadas o a los transeúntes y turistas que caminan de prisa extremadamente abrigados por el frío.
También solía ver la caída del sol en la Plaza de España. El nombre se debe a que en la parte baja de la enorme escalinata se encuentra la embajada de España ante la Santa Sede. En cambio, en la parte alta, al final de la escalinata, se halla la iglesia de Trinità dei Monti, que era dominio de Francia.
El lugar, ahora lleno de flores, durante siglos fue escenario de feroces luchas entre ambas monarquías.
Muchas veces vagué por el Coliseo para entrevistar inmigrantes africanos, y otras vagué por el llamado Largo di Torre Argentina, una plaza en la que se pueden contemplar los restos de cuatro templos romanos de la antigüedad y a cientos de gatos que viven en semilibertad por entre las ruinas.
Un día ya entrada la noche me dejé conducir por ‘la putana piu famosa de Roma’ hasta otro bar cerca del Coliseo Romano. “Titánic”, se llamaba.
Tenía un show de 7pm a 9pm.
Entonces fui con mi novia: Julia Trenti, una princesa de Modena.
Estaba sorprendida de lo que había conocido de Roma mientras ella estaba de viaje. Esa noche, luego del show de ‘la putana piu famosa di Roma’, bailé sobre las mesas en el bar Titanic… hasta muy entrada la noche. Pero pero pero la cuenta era muy alta. No teníamos soldi para pagar el consumo. Julia dejó el pasaporte en prenda mientras fuimos a un cajero automático. Pero valió la pena, Julia conoció una parte de Roma que no es turistica y que nunca había vivido.
Sí, Roma, la Ciudad Eterna, bien vale la pena./revista Jovel Sclc

Ceprovysa

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