Hubo en tiempo en este nuestro país, en que un grupo que se autodenominada de izquierda, no toleraba la afrenta a la sociedad y cualquier lesión que sufriera, viniendo o no del gobierno, era ocasión para manifestarse y subrayar en su consigna “¡ni perdón, ni olvido!“
En ese tiempo, la sociedad encontró en esos grupos de lucha y de protesta, la más firme bandera para poner a los gobiernos, no solo ante la pared, sino ante el paredón y ser un artífice del alto a cualquier agresión y la agilización de resultados para ir en pos de quienes causaban ese daño, mismos que temían más a esos gritos por las calles, que a la justicia demandada.
¡Ha! Que tiempos aquellos. Que permitieron frenar los actos de atropellamiento desde el gobierno a la sociedad, que también hicieron que se corrigiera rumbo y aún más, que se creara un área de atención a los derechos humanos. Es decir, una justicia más pronta, más expedita, más humana.
Pero el tiempo del que le hablo que generó movilización ante masacres en México empuñando el puño el alto con la consigna “ni perdón ni olvido” ante un 1968, un 1971, Acteal o incluso Aguas Blancas, solo por citar algunos, cayó en un surrealismo. La ensoñación hizo presa a quienes gobiernan y la reacción fue… surrealista.
La respuesta más reciente de los casos del otro México de la ensoñación por la muerte de 40 migrantes en Chihuahua al decir que tiene limpia su conciencia y que duerme tranquilo, incluso decir que el día de los hechos él “estaba a muchos kilómetros de ahí”, tantos que aún permanece en su puesto, nos deja pensar que hay un cambio en la consigna que se inscribió en la historia del alto a los atropellos.
Así nos lo indica también el caso de la línea 12 del metro, incluso un poco antes, el del Colegio Rébsame, ¿usted lo recuerda?, pues hay quienes, lamentablemente ya no, incluso que han pasado al lado de los que son exonerados hasta de cualquier sospecha de responsabilidad ante hechos de afectación ciudadana y que intente “manchar” su nombre y su conciencia.
En este México, el “¿y qué?” ha sustituido la vergüenza que, al menos en público, enfrentaban los Mandatarios ante señalamientos de corrupción, de omisión, de irresponsabilidad, de lentitud en la aplicación de la justica, y ha pasado a otro plano, uno que deja un vacío de autoridad en la sociedad pero que, finalmente no importa, sino está en el ejercicio del poder bajo el mando del poder que tiene el mejor manto protector para cobijarlo bajo el perdón y el olvido… al menos gubernamental ¿o también social? Surrealismo.
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