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EL POPO… ASÍ LO VIVÍ – SOCORRO, COCO, VALDEZ GUERRERO

Han pasado 26 años desde la primera ves que cubrí la actividad del Popocatépetl, por el sureste del coloso, en la zona de Puebla.
Fueron dos navidades y sus “Años Nuevos”, en 1997, 1998 y 2000, en aquella zona.
Cada erupción o actividad, me enviaban para informar a través de El Heraldo de México, de las explosiones y exhalaciones de “Don Goyo”.
En la mayoría de los casos, aún en la actualidad, para las autoridades, Santiago Xalitzintla, es el municipio de mayor riesgo.
Para mi, el peligro es para los habitantes de Santa Catalina Cuilotepec, una de los poblados más cercanos al volcán, porque se ubica a menos de diez kilómetros del cráter.
Pocas autoridades se refieren al riesgo para esa población ni ellos, al menos en aquella época, mostraban preocupación.
Se les veía resignados y dejaban a Dios, su suerte, decían que él, tenía la última palabra.
Era una población de personas de edad, algunos de 109 años, que aceptaban evacuar y dejar sus viviendas.
La mayor alerta e incertidumbre por la caída de ceniza y los tronidos, era, como ahora, en los alrededores del “Popo”, del lado del Estado de México y de la capital del país, a donde también llegan las cenizas.


El “Popo”, ¡explotó! Decían en aquellas fechas decembrinas por el lado de Puebla, sin mayor alteración a su actividad diaria.
Las autoridades delineaban rutas de evacuación para un radio de 13 kilómetros, que no consideraba, al menos en 1997, esa población, donde había una base militar.
De la explosión de aquel diciembre de hace 26 años, conservo una piedra volcánica y diversos recortes de los reportajes en los que di cuenta cómo el coloso, movilizó al Ejército, a protección civil, a investigadores de la UNAM y a su mismo gobernador de aquel entonces Melquiades Morales Flores.
En enero de 1998, ya el Instituto de Enfermedades Respiratorias, advertía daños a la función pulmonar de habitantes a menos de 32 kilómetros del volcán.
Ahora de nuevo, el “Popo” trae en jaque a todos y me pregunto que será de aquellos habitantes que estaban a menos de diez kilometros del cráter.
¿Ya les habrán mejorado el camino o seguirá la apatía e indolencia de las autoridades como en esa época?
¿Estarán igual en el olvido, encomendándose a Dios, y resignados en caso de erupción de “Don Goyo”, como lo conocemos en México?
Varias regiones de aquella época mostraban estrechos y accidentados caminos, porque estaban a las faldas del coloso.
Todo eso dificultaba evacuar a la población y las estrategias gubernamentales, se delineaban con los poblados más alejados, es decir, a unos 15 kilómetros.
En aquel entonces, los que estaban cerca, esas condiciones de actividad volcánica sembraba sus viviendas y en erupción nadie se salvaría.
Lógicamente ni yo ni mi completo Javier Arellano, que andábamos en la zona de mayor peligro.
Era un en un radio cercano en línea recta al cráter, que no me hace olvidar esos poblados de gente acostumbrada a la actividad del “Popo”.
Tan abandonados, que había otro pueblo, llamado del terror, por sus deficientes vías de tránsito y comunicación, Yancuitlalpan.
En igual situación estaban San Juan Ocotepec, San Pedro Benito Juárez, Santa Catalina Cuilotepec, San Martín, regiones que con Yancuitlalpan, pertenecían a los municipios de Atlixco y Tochimilco.
Desde antes, el 21 de diciembre de 1994, esos habitantes recordaban los daños de las fumarolas de bióxido de azufre que emitió el volcán.
Tres años después, presencié cuando lanzó gases tóxicos y también en diciembre de 2000, 500 mil metros cúbicos de lava, con riesgos en todas esas zonas, algunas a menos de 13 kilómetros del cráter.
En ese entonces, mi compañero de fotografía, Javier Arellano, llegamos a esos poblados tan cerca del cráter, un diciembre de 1997, justo después de la explosión del “Popo”.
Los pueblitos están tan escondidos que nadie nos impidió la subida, todo se concentraba del lado del Estado de México.
De ese recuerdo tengo una roca que levanté cuando aún conservaba su calor.
Los dos poblados, Santa Catalina y San Pedro Benito Juárez, me impactaron por su cercanía al cráter y su belleza de vejetación.
Uno estaba a diez kilómetros y el otro, a sólo un kilómetro de diferencia.
Eran regiones con personas de condición humilde y hospitalaria.
Niños descalzos y viviendas que por piso tenían tierra. El paisaje era impresionante e
imponente desde ahí la vista del Popocatepetl.
Sus caminos, tan accidentados, que se prestaban para el asalto, y también nosotros fuimos víctimas de cuatreros que pusieron barricadas para robarnos.
Tengo tan fresco el recuerdo, que cada actividad actual de ese coloso, me hace pensar en aquellos habitantes.
Sigo creyendo que desaparecerían en su totalidad bajo la lava.
Me parece aún extraño, antes y ahora, que en las rutas de evacuación, sólo consideran sacar a los pobladores, ubicados, primero, en un radio de 12 kilómetros, y después cambiaron a 13 kilómetros.
Eso, porque según las autoridades, son las regiones más vulnerables y en riesgo.
Yo que estuve allá, hay por lo menos dos que están tan cerca, a menos de diez kilómetros del cráter, que difícilmente podrían salir.
Los mismos pobladores, el 21 de diciembre de 2000, le clamaban al mandatario de aquel entonces “¡Ayúdenos señor presidente Fox!
Advertían el abandono y un camino de escasos dos metros de ancho, con mil 600 habitantes, que difícilmente podrían salir en caso de erupción.
En aquella época, Lorenzo Castro y María Trinidad Chalchi, pobladores de Santiago Xalizintla, a 15 kilómetros del cráter, decían que estaban acostumbrados a la actividad del volcán.
Tranquilos, aún con ligeros movimientos y explosiones, cortaban leña y alimentaban a sus animales, sin ningún temor.
El mismo regidor de aquel entonces, en San Pedro Benito Juárez, a 11 kilómetros del cráter, Miguel Morales, aceptaba que no se invertía en caminos, porque “los de comunicaciones y transporte, tal vez decían: “pa’ que se invierte si de todos modos se van a morir si esto echa lumbre”.
Socimo Parada, auxiliar de Santa Catalina, coincidía. Se mejoran los caminos, dijo en aquella época, sin que los hagan más amplios para una fácil salida en caso de erupción.
La verdad lo más probable, aseguraba, es que nos morimos, ahora, a casi tres décadas, sería bueno saber cómo están aquellos habitantes.
Lo real es que se habla sólo de aquellos que están a 13 kilómetros del Popo, y no de los que conviven a diario con cráter, que por dónde miren, a veces les hace sentir el calor de su cercanía.

Ceprovysa

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