Se llama… le llamaremos Juanita. Luce demacrada, dice que ha dormido muy poco y que tiene miedo. La videollamada refleja el rostro de una mujer cansada. “Sí, acierta usted, estoy cansada” pero no solo desde el desastre que dejó al mercado sumido en cenizas tras un incendio que devoró todo ¿también sus sueños?, le pregunto y su respuesta es desangelada “quién puede soñar cuando siempre tienes la amenaza de la pistola?”.
Entonces, desde cuándo dejó usted de soñar?, le digo con suavidad mientras ella clava la mirada en el suelo y deja pasar algunos segundos antes de que extraiga de ese suelo algo de sus recuerdos.
“Mire, -me dice- cuando entraron aquí ellos… entró el diablo” y agrega “pasaron de uno a uno con cada locatario y nos hicieron un censo, que ya traían, solo era para que los conociéramos, porque el p…punto era que estaban estableciendo la cuota”. ¿de qué dependía la cantidad a pagar y porqué tendrían que pagar ustedes?, “según para cuidarnos de los otros que también querían que les pagáramos seguridad”
Alguno se negó? “sí, contesta rápido, y se opusieron tanto que un día los dos aparecieron muertos y con una cartulina donde decían que eran maleantes, cuando nosotros sabíamos que ellos nos estaban protegiendo de los maleantes”.
Juanita dice que el peso de esa presión los ha llevado a bloquear calles, a apoyar candidatos, y a pagar puntualmente, semana a semana una cuota “nos cargan de sus pen…” Y si se niegan? Le digo y obtengo una respuesta rápida y molesta “pues no matan, aquí no hay de que quieras ir, vas a la de a h…”.
Pero ahora le subieron esos “hpm”. A cuánto? Le pregunto. “Depende. Si tienes refrigerador, tipo de refri, de lo que vendas, si tu capital disponible supera los 20 mil pesos, si tienes empleados, si tienes hijos que tienen que ir a apoyar las marchas, si tienes carro” de ahí, dice “hacen cuentas que tenemos que pagar cada semana”, los que menos pagan semanal 120 pesos, y de ahí va subiendo hasta algunos que pagan semanal más de 10 mil pesos por cada local, y hay días que no sacas ni la cuota porque la gente ya no quiere ir a exponerse a un asalto y ni quien te ayude pues”.
Porqué habrían de quemar un área donde tenían una gran fuente de ingresos? Le digo. “No queríamos pagar la nueva tarifa”. Solloza. Le acercan un vaso con agua, da unos sorbos mientras espero respetuosa que pueda seguir la conversación, cuando le insinúan dejar la plática, con un gesto de la mano dice que no “esta guerra entre esos dos grupos”. Sabe usted cuáles son? Levanta la mirada “todos saben[] ellos mandaron a sus incondicionales a quitarnos nuestra forma de vivir, trabajando”
Juanita dice que lo que ha estado circulado de que son “los rusos, el junior y el tal Pablito es cierto”. Y agrega “pero quien va a ir a acusarlos? Si el propio gobierno lo sabe y no hace nada?” dice y vuelve a caer en una crisis de llanto, una catarsis ante un problema al que no le ven solución.
Habla del censo de locatarios, de los apoyos del Ayuntamiento, de la visita del Secretario General de Gobierno, del de Seguridad Pública, de la Fiscal, de Protección Civil, pero se detiene con especial emoción ante la mención del Arzobispo “ahí si encontramos fortaleza” agrega.
“Van a levantar un nuevo lugar -dice, pero no van a quitarnos lo que está causando el verdadero daño a la maña”.
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