En algunos lugares le llaman “El Árbol que Camina”.
Sus raíces crecen de los troncos del árbol al suelo, por lo que necesitan de una amplia zona de tierra para seguir creciendo.
El de Acapulco, desde que se remodeló la plaza Álvarez, fue ahorcado. Fue asfixiado. O, como se ha puesto de moda: le aplicaron un torniquete.
Y no ha sido el primero: hace un año, en la esquina de Benito Juárez y José María Iglesias, uno de la misma especie sucumbió casi de la misma manera.
Tembló por la tarde. La madrugada llovió. Por la mañana cayeron, ambos, en distintas fechas.
— ¿Cayeron o los cayeron?
2.
La tristeza se apoderó de muchos. La nostalgia de otros. “El emblemático árbol del zócalo ha caído”, abreviaron. “Era un amate”, dijeron unos. “Era un hule”, murmuraron otros.
“Era tan, pero tan añejo, que por ahí Benito Juárez se echó una miadita, cuando subía a la casa de Diego Álvarez, donde durmió y comió cuando anduvo por este puerto”, ilustraron otros.
Sabios, como la rechingada, insistieron en colgarle hechos históricos:
Que por ahí alguna vez anduvo Porfirio Díaz.
Que cuando los revolucionarios llegaron al puerto, algunos se escondieron entre sus ramas y a punto estuvieron de ser cogidos como lo fue el Tigre de Santa julia.
Que el árbol vio nacer y crecer la catedral de Nuestra Señora de la Soledad y que era más viejo que Matusalén.
— Nada qué ver.
3.
En una cronología fotográfica subida a redes, el arquitecto Juan Farill nos ilustró. El árbol no es tan viejo.
En una de esas fotos, a blanco y negro, tomadas en la década del 1970, se aprecia la calle que daba vuelta a lo que se llamó el Jardín Álvarez, adornado con plantas, árboles y un bonito kiosco al centro.
Al fondo se aprecia el Banco Mexicano del Sur, edificio hoy desaparecido. A la derecha, en la esquina, el edificio Pintos. La puerta de acceso está limpia. El sol le da con toda su energía y no se aprecia que árbol alguno le de sombra.
Asi que, mis queridos amantes de la ausencia del sentido común, olvídense de la miadita de Juárez, de Díaz, los revolucionarios y de Matusalén.
Ese árbol fue sembrado en 1974 por el arquitecto Yves Stopen, y así fue cerrada a la circulación vial la calle que le daba vuelta a la plaza.
— Es decir, apenas tendrá unos 49 años. Ni medio siglo.
4.
Lo que sí vio pasar el famoso árbol fue la etapa de esplendor del Café Astoria. Testigo de bohemios, cuya guitarra sonó las noches de cada viernes, hasta que el cuerpo aguantó, y cuyos protagonistas, los que sobreviven, pululan aún en los cafés del puerto.
El árbol dio sombra al toro que se le escapó a José Salgado, fundador del PRD en Guerrero, desde la plaza de toros de Caletilla y se vino a refugiar a la cocina del Restaurante.
Hasta que lo sacaron a empujones. Como se saca a todo buey de la barranca.
Las verdes hojas fueron testigo de miles y miles de ruedas de prensa de gobiernistas, opositores, guerrilleros y todo tipo de idealistas que han logrado cambiar el mundo al pasar del siglo veinte al veintiuno.
Al final de su vida, generoso, ofreció sus ramas para colgar las fotografías de cientos de personas desaparecidas en esta vorágine de violencia en que vive México. Le llamaron el árbol de la esperanza, por ese hecho. A la espera que algún día aparezcan, a pesar de la sordera del gobierno.
La historia de ese árbol estaba encerrada ahí, en el cambio democrático que se logró en México a base de cafés, cervezas, guitarras y muchas, muchas ruedas de prensa y…
¡Ah! El primer anuncio público de cobro: “Los siguientes son los abonados que han comido y bebido aquí y no han pasado a pagar. Se les ruega pasar a liquidar”. Atentamente.
La gerente de lugar, Doña Bertha, generosa, comprendía la necesidad de quienes a veces no llevaban ni los veinte pesos que costaba la comida corrida.
La ingratitud, esa perniciosa de siempre, apareció cuando ella se ausentó de este plano. Pocos le pagaron a su hija, Chayo, heredera del lugar y quien tuvo que cerrar.
Por ahí andan unas encopetadas y otros ex proletarios, hoy fifis, que una vez millonarios, a fuerza de darle golpes al erario, se olvidaron que su nombre aun aparece ahí. Aún deben ¿Quieren saber los nombres?
Una de ellas, hoy ilustre socia del club Rotario, se disculpó: “No pago porque ya cerró sus puertas”.
— ¡Pasen a pagar, ingratos, jambados, hoy encumbrados!
5.
Jesús Castillo Aguirre, director de Ecología y Medio Ambiente del municipio, habló luego de la caída de árbol. Anunció que será sustituido por otro de la misma especie.
¿En serio?
¿Don Jesús sabrá, al menos, sabe de qué especie está hablando?
6.
El árbol es un Baniano.
Los banianos o higueras de Bengala, son árboles pertenecientes a distintas especies del género Ficus, subgénero Urostigma, de la familia de las moráceas.
En México, está presente en clima cálido desde el nivel del mar hasta los 1400 m de altitud, desde el noroeste de México hasta Brasil y también en Jamaica.
Los usos medicinales que se hacen de esta planta son contra el dolor de muelas y en casos de inflamación de los pechos de las mujeres que amamantan.
7.
Los banianos incluyen varias especies de Ficus que tienen un ciclo de vida y un aspecto similar, aunque la especie principal y más característica es Ficus benghalensis.
Este árbol se encuentra en muchos puntos del subcontinente indio, a menudo en las afueras de los pueblos.
Representa la vejez en la tradición de la India porque en ocasiones los viejos del pueblo se sientan bajo la sombra de sus ramas para huir del calor y para reunirse.
También es un árbol importante dentro de la religión Hindú y se encuentra habitualmente cerca de los templos.
— ¿Ya vieron? Los viejitos echaban café en el café Astoria y cerquita de ahí hay un templo. ¿Había indios?
8.
El Ficus pertusa, se extiende desde el sur de México hasta Paraguay. Ese es el que creció en la Plaza Álvarez.
El árbol comienza su vida como planta epífita cuando sus semillas germinan dentro de una grieta de la corteza de un árbol huésped o de un muro o edificio.
La planta va creciendo hasta que sus raíces aéreas forman un pseudotronco que, finalmente, estrangula el árbol huésped o destruye el edificio.
Sus frutos, rojos y brillantes, atraen a las ardillas y a todo tipo de pájaros. Estos se encargan de dispersar las semillas que pueden llegar a crecer en los lugares más inverosímiles.
Los banianos viejos a medida que las grandes ramas se extienden horizontalmente, van enviando raíces aéreas que, cuando contactan con la tierra, forman troncos suplementarios.
Estos apoyan las ramas permitiendo que el árbol se vaya extendiendo hasta ocupar superficies muy grandes.
9.
Habrá que ilustrar al funcionario municipal.
¿Es en serio que pretende reponer con la misma especie?
Sería lo mejor, aunque, el daño ya hecho por arquitectos o ingenieros, según sea el sexo, que odian los árboles, ya lleva la segunda víctima, con éste.
El primero cayó, de similar forma, en las calles Benito Juárez y José María Iglesias. A la fecha nadie ha repuesto aquel.
Cuando fue remodelado el primer cuadro, a ambos árboles les construyeron jardineras que impidieron que las raíces llegasen a tierra.
Los mataron, pues, de inanición.
10.
A los ingenieros, o arquitectos, según defiendan su sexo, responsables de matar de hambre a dos banianos, la banda les manda el clásico saludo:
— Tatatatata.
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