El nacimiento comenzaba con “la consagración inicial” o ceremonia de la misión del nacido, si era hombre, a convertirse en guerrero, la cual se manifiesta en las últimas semanas del alumbramiento.
La madre solicitaba ayuda a la comadrona, la cual se incrementaba después de los últimos tres meses del parto. La ayuda consistía en consejos sobre ejercicios para el momento del parto y, la dieta a seguir; los alimentos eran preparados por la misma partera en la casa de la gestante para evitar problemas de nutrición.
Durante el proceso de alumbramiento, las madres bebían una poción de raíz para hacer más sencillo el parto. La partera les enseñaba una posición para la expulsión fetal: en cuclillas.
Lavaba el cuerpo del nacido y proclamaba un discurso: “recibe el agua, pues tu madre es la diosa del agua. Este baño te lavará las manchas que sacaste del vientre de tu madre, te limpiará el corazón, te dará una vida perfecta”.
Cortaba el cordón umbilical, lavaba los ojos del recién nacido con cocimiento de Xocopati, fue entregado para enterrarlo en el campo de batalla.
Al concluir este ritual, felicitaba a los padres y familiares y les vaticinaba buena vida a los recién nacidos. En esta ceremonia se marca el rasgo del pueblo azteca: si es varón, nacía para la guerra, a la mujer, le aguardaba el templo o el hogar. FUENTE, Revista Iberoamericana de Ciencias.
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