Por Abel Miranda Ayala

Para ellos no hay veladoras que alumbren su camino de ida o vuelta. No hay caminos de flores de cempasúchil que los guíe al altar. Son más de mil cuerpos de personas que no han sido reconocidas y que fueron depositados en el Cementerio Estatal Forense, en Chilpancingo, Guerrero.

Construido en 2016, el cementerio forense de Chilpancingo fue el primero en su tipo en el país. Para su diseño se apoyaron de la Cruz Roja Internacional y expertos del museo de las Momias de Guanajuato, quienes aportaron sus conocimientos sobre la conservación de cuerpos.

La obra cuenta con 15 edificios que tiene espacio para 80 cuerpos cada uno; es decir, mil 200 cuerpos pueden ser resguardados en este panteón, actualmente solo queda un edificio vacío, más otros 14 espacios de la segunda construcción. A este panteón han sido trasladados mil 106 restos humanos; de ellos solo 20 han sido identificados y entregados a sus familiares.
Cuando se descubre el cadáver de una persona se lleva al Servicio Médico Forense (Semefo) para la práctica de la necropsia de ley; después se espera que lleguen familiares a reconocerlos. En el caso de personas en estado de putrefacción o los que se rescatan de fosas clandestinas, la identificación resulta complicada debido a que las señas particulares se pierden; entonces, la comparación de ADN resulta ser el método más efectivo para su posible identificación.
Los restos que se llevan al panteón forense van acompañados de estudios y dictámenes técnicos en diversas áreas que permiten tener todos los datos de la víctima, por ejemplo, los tatuajes, muestras dentales y genéticas.

Los más de mil cuerpos guardados en este panteón pueden corresponder a personas que se buscan en otros estados o incluso en otros países, pues entre los últimos que se llevaron se encuentran personas que fueron traídos a Guerrero para actuar como sicarios de un grupo armado y perdieron la vida en enfrentamientos con el Ejército y Guardia Nacional.

Existen otros que fueron rescatados del tiro de una mina en Taxco, que fue utilizada por un grupo delincuencial para depositar más de 80 cadáveres, de los que la mayoría no se identificaron.

La tradición de día de muertos indica que el dos de noviembre las personas fallecidas regresan del más allá para volver a convivir con los vivos, por ello se les coloca ofrendas en las que se pone la comida y bebida que le gustaba al fallecido. Sin embargo, en las familias que tiene una persona en calidad de desaparecida no se le considera un muerto, de tal forma que no se le ofrenda, no se le pone la luz de la vela que alumbrara su camino, ni las flores por las que caminará al regreso.

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