Es incuestionable que cuando hablamos de moral no todos entendemos lo mismo y he ahí un verdadero problema. Pero ahí no acaba todo sino que ahora está de moda imponer una moral, -por decir, lo menos- dudosa, en donde lo más importante, según esa corta visión, el recurrir a la informalidad e incluso la inhumanidad, así como faltar a la dignidad de la persona.
Conviene tomar en cuenta a este respecto los conceptos clásicos que nos ha legado Thomas Mann, en su icónica obra literaria La montaña mágica, (PENGUIN RANDOM HOUSE, Barcelona 2025) escrita en un contexto postguerra mundial en 1925, una novela que es un canto a la vida que podemos encontrar en su personajes especialmente de Hans Castorp, joven de 24 años de formación universitaria en lo naval, pero con una fuerte y consistente mentalidad humanista incluso podría yo decir que incorruptible mentalidad humanista.
La novela se desarrolla en una clínica de recuperación en Davos, Suiza, en lo alto de las montañas, en donde la enfermedad se quiere ocultar y mucho más la muerte en donde está prohibido hablar, no es algo que sea permitido por la etiqueta de la alta sociedad. Así que la muerte se oculta y es ahí donde Hans Castorp, enfermo como todos los demás intenta cambiar la mentalidad fatalista y darle a la muerte un enfoque más de acuerdo al espíritu cristiano.
De este obra destaco este diálogo que está dicho en el contexto de la muerte de un paciente:
“Requiescat in pace –dijo-. Sit tibi terra levis. Requien aeternan dona ei, Domine. Mira, cuando se trata de la muerte o cuando se habla a los muertos o de los muertos, el latín recobra su vigencia, es la lengua oficial en estos casos, hace ver que la muerte es algo especial. Pero no es por hacer ver que la muerte es algo muy especial. Pero no es por hacer gala de humanismo por lo que se habla latín en su honor, la lengua de los muertos no es el latín escolar, ¿entiendes lo que te quiero decir? Tiene otro espíritu, se puede decir que es justo lo contrario. Es un latín sacro, la lengua de los monjes, de la Edad Media, es un canto apagado, monótono, como si viniera de las profundidades de la tierra”. (Mann, p.425)
Así entendemos pues que el latín tiene otro espíritu que viene de las profundidades de la tierra. Es como una conexión desde lo profundo del ser humano que nos conecta con lo trascendente. No entro en la polémica si es una lengua muerta pues es claro que gran parte de nuestra civilización es latina, y al dejarlo de lado, nosotros hemos perdido gran parte de nuestras raíces, no tan solo culturales sino que ya no somos capaces leer la gran riqueza de este idioma en su poesía, en la literatura que sólo puede ser expresada con un lenguaje espiritual.
Por lo tanto al ya no leer directamente en latín es algo que tendríamos que lamentar por eso nuestras sociedades son sociedades muertas a la trascendencia que nunca ha dejado de ser vigente. Muere algo de nosotros.
El canto “apagado, monótono” que invita al silencio a la mística lo reclama nuestro espíritu que ya no lo alimentamos de ahí las consecuencias psíquicas y espirituales de las cuales ya no procuramos en nuestra vida. Tan vez esto lo rectifiquemos con el tiempo.
Incluso Thomas Mann dice que el latín no es un lenguaje para humanistas, republicamos y pedagogos, es para algo más, es fruto del espíritu, del otro espíritu que existe.
DIFERENCIAS
Y esto nos conecta con nuestro tema, -estas orientaciones o actitudes del espíritu y Mann dice que hay dos actitudes:
“La actitud cimentada en la libertad y la cimentada en la piedad. Cada cual tiene sus ventajas, pero mi principal objeción contra la primera, -la que defiende el hombre republicano y pedagogo-, es que ese tipo de hombre, se cree en posesión exclusiva de la dignidad humana en todas sus facetas, y eso es exagerado. La segunda también tiene un fuerte componente de dignidad humana, a su manera, y fomenta una profunda decencia, integridad y un noble respeto por las formas, más incluso por la actitud ´basada en la libertad´, a pesar de que concede una atención especial a la debilidad y fragilidad del hombre y una gran importancia a la idea de la muerte y la descomposición”. (Mann, pp.425-426)
He ahí la diferencia, la dignidad del hombre también incluye “la piedad, la decencia, la debilidad y la fragilidad”. Ya no queremos hablar de este tipo de moral, nos hemos enfrascado que somos el “Súper hombre”, el que avasalla, destruye, se levanta soberbio ante cualquier desafío, incluida la muerte, la enfermedad, sufrimiento, dolor, fragilidad.
Por eso cuando aparecen estas realidades el hombre no sabe qué hacer pues le han engañado que son más bien defectos que tienen que ser destruidos, solo bastaría leer a Aldous Huxley en su libro Un mundo feliz y nos quedaríamos totalmente convencidos de esta gran mentira.
¿QUÉ ES UN SER HUMANO?
Humano es todo y no tan sólo libertad y dignidad, también aporta a lo que es un humano: el temor de Dios, la devota solemnidad y la rigurosa austeridad son una forma de humanidad muy digna, y por otra parte, el término “humano” también puede ser una excusa para encubrir cualquier negligencia y falta de principios.
Así hoy nombre de ser humanos justificamos el relajamiento de las costumbres. He ahí el tema de una moral parcial, cortada a una mentalidad cada vez más difusa, alejada del espíritu que se refleja en nuestras costumbres y en nuestra manera de comportarnos.
Se nos ha olvidado tratarnos unos a otros con “seriedad, con solemnidad y guardar rigurosamente las formas, sin olvidar nunca la idea de la muerte”. (Mann, p.427) que, dicho sea de paso, esa solemnidad ya la hemos dejado para cuando tratamos a los muertos, que llenamos de flores y silencio, pero no olvidemos que esa persona, ahora difunta, también fue humano y en vida nunca lo tratamos como en realidad es.
Quitemos el monopolio de la moralidad republicana y de libertad y sus debates abiertos y progresistas que quieren erradicar sistemáticamente el sufrimiento humano.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *