Nuestro síndrome de Estocolmo – ENRIQUE RODRIGUEZ MARTÍNEZ – LATITUD MEGALÓPOLIS

El año próximo conoceremos el desenlace en el contexto de un país gobernado con promesas incumplidas, demagogia setentera y amplia capacidad para distribuir la pobreza.

En política es imposible que los gobernadores no operen elecciones en sus entidades, es la naturaleza en el ejercicio del trono sexenal que ostentan con todo el aparato en sus feudos. El poder desgasta y también es útil para arrodillarse ante el gran tlatoani que sabrá premiar lealtades que desplazan principios a cambio de posiciones personales que retribuyen la traición.

Tras los recientes resultados de las seis elecciones estatales, queda claro que Alejandro Murat y Omar Fayad han seguido el ejemplo de Quirino Ordaz y Claudia Pavlovich, quienes viven las mieles de los cargos dorados en la península ibérica. No importa entregar la plaza, pisotear a su partido en proceso de extinción o ser cuestionados por la transacción de un puesto diplomático. Madrid y Barcelona valen mucho la pena como para desgastarse con los pocos priistas que quedan para disputar las migajas que va dejando el partido de un solo hombre y que con sus triunfos del domingo pasado gobernará en 20 entidades a una población de casi 69 millones de personas, más de la mitad del país en términos demográficos.

No se requiere ser genio para tener la certeza de que han entregado al verdadero nuevo PRI morenizado bastiones que fueron emblemáticos como Oaxaca e Hidalgo. Sin importar ya ni las apariencias, cedieron sus estados a las hordas guindas que aplastaron a una inexistente resistencia aliancista que solo pudo ser competitiva en Aguascalientes y Durango.

Según los datos del Instituto Nacional Electoral (INE), Morena y sus satélites se hicieron en Oaxaca de un 60% de la votación, para darle la gubernatura sin despeinarse a Salomón Jara Cruz, un exmilitante y exlegislador del aniquilado PRD.

En Hidalgo, el expriista Julio Menchaca Salazar alcanzó poco más del 60% de los sufragios en la tierra que con mediocridad obsequiosa entregará Omar Fayad.

Ambos gobernantes –Alejandro Murat y Omar Fayad– serán premiados por la extraordinaria labor para desaparecer lo que quedaba de las legendarias bases priistas en sus estados.

Ese partido, que lleva los genes de la traición y en 2018 abandonó de forma calculada a José Antonio Meade, se jugará el año entrante la última carta de supervivencia en el Estado de México. Colapsar en tierras mexiquenses completaría el cuadro previo para garantizar al nuevo partido de Estado un sexenio más en la presidencia, prácticamente sin importar quién sea señalado o señalada por el dedo presidencial disfrazado de “encuesta”.

Es verdad que Movimiento Ciudadano es la única fuerza política con tendencia de crecimiento electoral, pero ¿tendrá la estatura de sumar a una candidatura presidencial común desde la oposición ligada al PAN, PRI y PRD? Se ve muy complicado, con una clase política que únicamente piensa en la preservación de sus privilegios y para lograrlo está dispuesta a facturar su alma al diablo.

La sucesión presidencial tendrá un antecedente definitorio en el Estado de México. El año próximo conoceremos el desenlace en el contexto de un país gobernado con promesas incumplidas, demagogia setentera, amplia capacidad para distribuir la pobreza y donde es una convicción gubernamental cuidar a los criminales que desangran a una sociedad que podría ser diagnosticada con el síndrome de Estocolmo.