¿CUÁNTA TIERRA NECESITA UN HOMBRE?
Pbro. JORGE AMANDO VÁZQUEZ RODRÍGUEZ
Fue en una comida con unos amigos que salió la plática sobre lo caduco de la vida y es en este contexto donde surgió la sugerencia de leer el libro de Lev Tolstoi, ¿Cuánta tierra necesita un hombre? (NÓRICA, Madrid 2011) y me di a la tarea de conseguirlo. Lo hice y lo dejé pendiente en mis lecturas.
Finalmente me di a la tarea de leerlo después de una jornada de trabajo dominical. En realidad es un cuento de Tolstoi y la versión que adquirí tiene ilustraciones de Elena Odriozola dibujando al protagonista de la historia Pajom. Todo el relato es una parábola sobre la ambición del ser humano pues nada le parecía suficiente ni para él ni para su familia pues cada vez que adquiría terrenos pronto se daba cuenta que podía adquirir mucho más. Tolstoi pone detrás de esta desmedida ambición la tentación del demonio pues escucha al principio del relato a dos hermanas que la mayor le echa en cara a su hermana que vive en el campo “rodeada de vacas, cerdos y terneros, sin elegancia ni modales” en contraste con la vida que ella lleva en la ciudad rodeada de comodidades, lujos y prestigio. No comprende cómo se pueda vivir en medio de tantas carencias, pobreza y suciedad.
Pajom defiende su estilo de vida en el campo sin las preocupaciones de la ciudad, lo único que lamenta es no tener suficiente tierra: “¡La única pena es que disponemos de poca tierra! ¡Si tuviera toda a que quisiera, no tendría miedo de nadie, ni siquiera del diablo!” (Tolstoi, p.13)
Desde ahí nace de manera escalonada adquirir cada vez más y mas tierra sin importar salir de su tierra en busca de mejores oportunidades y cultivar más y más terrenos. El hecho de que nada lo satisface lo lleva a un lugar lejano donde puede adquirir con poco dinero toda la tierra que ambicione, sólo que en ese lugar, la propiedad de la tierra no se vende por metro cuadrado sino todo lo que pueda medir en una jornada del día, desde al amanecer hasta que se ponga el sol, siempre y cuando donde empezó a medir tiene que regresar al mismo lugar de donde partió. Y así lo hizo y empezó a medir y cada vez se encontraba con mejores tierras que venía a la lejanía y caminó tanto que no quiso comer, beber agua, así como el calor era insoportable y se fue quitando la ropa con tal que siguiera caminando y tener más propiedad de tierra. Al momento de regresar agotado, hambriento, sediento, sin ropa, sin zapatos y todo desnudo y ensangrentados los pies, logró tocar con su mano la señal que dejó donde partió. Consiguió su objetivo de tener toda la tierra que pudo adquirir de la jornada del día, su cuerpo quedó postrado en la tierra, extenuado, con toda la tierra que pudo medir, pero ya estaba muerto.
Esta parábola retrata las ambiciones humanas actuales: trabajar hasta morir. No importa no comer, tomar agua, quedarse sin familia, lo queremos todo y al final, ya teniendo todo: morimos.
¿Cuánta tierra necesitó Pajom al final de su vida? Pues creo que escasamente 3 metros, los que necesitó para ser enterrado, para tener una modesta tumba donde ser sepultado.
La temeridad es uno de los temas que está detrás de esta historia, pensar que las cosas te darían prácticamente todo para ser feliz, incluso Pajom dijo que ni al diablo le temería, y en el relato el diablo aceptó tácitamente el reto: “El diablo se había sentado detrás de la estufa y lo había escuchado todo. Se había alegrado mucho de que la mujer del campesino hubiera inducido a su marido a alabarse: se había jactado de que, si tuviese tierra, no temería ni siquiera al diablo.
“De acuerdo –pensó el diablo-. Haremos una apuesta tú y yo: te daré mucha tierra y gracias a ella te tendré en mi poder”. (Tolstoi, p.13)
¿Cómo podemos interpretar este reto?
Las ambiciones son muy humanas y nada las hará desaparecer del esquema general humano, y todas las voces que intenten convencer de lo contrario acaba en fracaso, todas las voces será inútiles, pues se necesita tener un espíritu muy cultivado para resistir y corregir a tiempo.
Por todos lados escuchamos hablar acerca del materialismo pero con poco éxito pues cada vez nos enfrascamos más en este asunto y en este punto nadie se escapa, NADIE.
En un momento del relato cuando intenta convencer a los dueños de la tierra para que le den toda la que quiera utiliza el argumento de que todo le pertenece a Dios, pero sólo es una sola pose para lograr sus propósitos: “Tienen mucha tierra y yo solo necesito un poco. Pero me gustaría saber cuál es la mía. Quisiera medirla de algún modo y poner por escrito que me pertenece. Porque la vida y la muerte están en las manos de Dios. Ustedes son buenos y me la dan; pero tal vez sus hijos me la quiten”. (Tolstoi, p.44)
Otra vez un atisbo de ambición que a la larga resultará fatal.
LA AMBICIÓN, PROBLEMA LATENTE
Toda esta parábola de Tolstoi retrata, decíamos antes, a una sociedad cada vez más ambiciosa, nada le satisface aún a costa de su propia vida.
Que lejano aquel anuncio de Juan Bautista, “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos” (Mt 3, 2). Y es que precisamente, la palabra conversión significa: “Cambio de mentalidad”, o sea, funcionar con una forma diferente de pensar, todo lo nuevo implica y cambio en la mente.
Si nos vamos a nuestra propia experiencia bien pronto caeremos en la cuenta que somos iguales a Pajom: nada nos satisface. Esto mismo nos impide disfrutar lo que si tenemos, y preferimos morirnos en el intento de tener más aunque no nos quede el menor respiro en nuestra vida. Trabajamos de manera extenuante, somos nuestros propios esclavos: no hay tiempo para la familia, la pareja, el descanso, la comida, y por supuesto, para nosotros mismos.
Este breve relato no tiene desperdicio y conviene hacer un balance sobre la importancia que le damos a lo verdaderamente valioso para nuestra vida.
Dicho sea de paso, esta reflexión no invita al conformismo pero si a ser más realistas con nuestros objetivos claros y totalmente realizables.
La tentación de la ambición está latente en todo lo que nos planteamos hacer, tenemos que saber poner límites y saber en qué momento parar y disfrutar con los que nos rodean la vida misma que se nos ha dado.

