Juárez, en el trato, era dulcísimo, cultivaba los afectos íntimos, su placer era servir a los demás, cuidando el respeto hasta del último sirviente; reía oportuno, era cuidadoso de que se atendiera a todo el mundo, promovía conversaciones joviales y después de encenderse callaba.

Disfrutaba la conversación de los demás, y era el primero en admirar a los otros. Jamás difamó a nadie, y en cuanto a modestia, ha no habido nadie que superior.
A su llegada Veracruz, de noche, el señor Zamora tenía dispuesta una casa de lujo para las personas del gobierno; la sección correspondiente al señor
Juárez, era la mejor; pero la primera noche, hizo el mismo señor Juárez un cambio ordenando que el señor Ocampo y otro quedasen en sus habitaciones.
Él pasó a las de ellos, que tenían inmediato el baño; porque lo mismo en Veracruz que en Paso del Norte, se bañaba. Era su costumbre.
La jarochita que gobernaba la casa no supo este cambio; así es que, al siguiente día de la llegada, pidió agua el señor Juárez y algo que necesitaba.
La salida del hombre a la zotehuela, sin traza o lo que se quiera, produjo enojo en la gobernadora de palacio y le dijo: “¡Habrá impertinente! Sírvase usted si quiere”. Juárez se sirvió con la mayor humildad.
A la hora del almuerzo llegó Juárez a ocupar su asiento, la negrita lo vio, reconoció al que en la mañana había creído un criado… y haciendo aspavientos y persignándose, se salió corriendo, diciendo la barbaridad que había cometido. El señor Juárez río mucho, y Dolores fue confirmada como excelente servidora. Del Siglo de Durango.