1 Dec 2025, Mon

MIGUEL CHÁVEZ – Persiste la violencia – LATITUD MEGALÓPOLIS

El tema de la violencia contra las niñas y las mujeres es, sin duda, una de las heridas más profundas y dolorosas de nuestra sociedad. A pesar de los avances legales, las campañas de sensibilización y el innegable esfuerzo de muchas organizaciones, la terrible realidad es que estas agresiones no solo persisten, sino que a menudo escalan, dejando una estela de dolor y desigualdad. Como especialista en prevención del delito y política criminal, considero fundamental detenernos y analizar las causas estructurales que permiten que esta violencia siga existiendo. No se trata de hechos aislados, sino de un problema sistemático.

La raíz más profunda de esta problemática es la histórica desigualdad de género, cimentada en el sistema patriarcal y su manifestación cultural: el machismo. Este sistema se basa en la idea de que los hombres son superiores a las mujeres, otorgándoles privilegios y una posición de poder, mientras que a ellas se les asigna un rol de subordinación, obediencia y cuidado.

Ideologías de Superioridad: El machismo establece normas comunitarias que otorgan una condición superior a los hombres y una inferior a las mujeres, lo cual se ve reflejado en la creencia en la pureza sexual femenina y las ideologías que consagran privilegios sexuales del hombre (OMS, 2021). Cuando el valor de una mujer se define por su relación con un hombre o por su rol en el hogar, cualquier intento de ejercer autonomía es percibido como una amenaza al orden establecido, y la violencia se convierte en un mecanismo para “reencauzarla” a su posición “natural”.

Comportamientos Dañinos: La persistencia de comportamientos masculinos dañinos, como las actitudes de aprobación de la violencia, son un factor de riesgo documentado en la perpetración de agresiones (OMS, 2021). Estos comportamientos son validados socialmente, dificultando que los hombres reconozcan y eliminen estas prácticas (Gaceta UNAM, 2024).

Para comprender la magnitud de lo que enfrentamos, es crucial mirar los datos, pues la estadística no solo ilustra el problema, sino que lo visibiliza.

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), a través de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) de 2021, ofrece cifras impactantes sobre la violencia en México:

Prevalencia General: Siete de cada diez mujeres han sufrido violencia en el país a lo largo de su vida (Gaceta UNAM, citando ENDIREH, 2024). En específico, el 70.1% de las mujeres de 15 años y más ha experimentado al menos un incidente de violencia psicológica, física, sexual, económica, patrimonial o discriminación a lo largo de su vida (INEGI, 2021).

Violencia Familiar: La violencia en el ámbito familiar es particularmente alarmante. Entre enero de 2015 y diciembre de 2022, se registraron 1,585,964 casos de violencia familiar en el país, mostrando una tendencia al alza, con 2022 registrando la cantidad más alta con 270,546 reportes (Cámara de Diputados, 2023).

Estas cifras demuestran que la violencia no es la excepción, sino una experiencia común que atraviesa a una inmensa mayoría de las mujeres, a menudo, en los espacios que deberían ser más seguros: su hogar.

Otro factor clave en la persistencia de la violencia es la debilidad de la respuesta institucional y la consiguiente impunidad.

Baja Denuncia: A nivel mundial, menos del 40% de las mujeres que experimentan violencia buscan algún tipo de ayuda, y muy pocas recurren a instituciones formales como la policía o los servicios de salud (ONU Mujeres). En México, algunas de las razones por las que las mujeres no denuncian son el miedo (31.9%), la vergüenza (26.1%) y la desconfianza en las autoridades (13.4%) (INMUJERES, citando ENDIREH 2016).

Consecuencias de la Inacción: Cuando los agresores no enfrentan consecuencias legales o sociales, se genera un mensaje tácito de permisividad. La falta de sanciones jurídicas suficientes ante actos de violencia sexual, por ejemplo, es un factor que contribuye a su perpetración (OMS, 2021). Esta impunidad alimenta el ciclo de la violencia y desincentiva a las víctimas a buscar justicia.

Para erradicar la violencia contra niñas y mujeres, no basta con leyes y datos; necesitamos un cambio de actitud radical en la sociedad. La violencia no es un espectáculo, un “chisme” o un asunto privado: es un crimen social que nos concierne a todos.

Cuando una mujer o niña es violentada, la sociedad tiene dos caminos:

La indiferencia cómplice: Que se manifiesta en culpar a la víctima (“¿Por qué estaba ahí?”, “¿Por qué no se fue antes?”), minimizar el abuso (“Es que así son los hombres”) o simplemente guardar silencio. Esta actitud revalida el pacto machista y fortalece la mano del agresor.

La solidaridad transformadora: Que se ejerce a través de la escucha sin juicio, el apoyo activo a la víctima, y la denuncia social y legal del hecho. Esta actitud rompe el aislamiento que el agresor busca imponer y envía un mensaje contundente: la violencia no será tolerada.

La violencia contra las mujeres y niñas es una causa y consecuencia de la desigualdad (PNUD). Detenerla es una tarea urgente que demanda el compromiso de cada individuo para deconstruir los prejuicios machistas que llevamos dentro y para exigir a las autoridades que actúen con la debida diligencia.

Usted, lectora y lector, es parte esencial de este cambio de actitud. Conviértase en un agente de cambio. Eduquemos a nuestros hijos e hijas en la igualdad, cuestionemos las dinámicas de poder en nuestros círculos sociales y, sobre todo, estemos dispuestos a alzar la voz por aquellas que han sido silenciadas. Solo así podremos construir una sociedad donde la mitad de su población viva libre de miedo y violencia. El silencio no es una opción.

Si usted o alguien que conoce sufre violencia, puede solicitar apoyo a la Línea de Ayuda y Atención a la Mujer en México, así como a los números de emergencia 911.

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