Jorge VALDEZ REYCEN
• ¿Existe el Estado Mayor Presidencial?
• ¿Quién cuida a la Presidenta Claudia?
• Encorralar a reporteros, ¿la solución?

Una de las principales normas en el protocolo de seguridad de Presidencia de la República pudo haber sido vulnerada por un periodista. Y es que en su entendible afán (encomiable y legalmente respetable) de salir del recinto para buscar a la jefa del Ejecutivo federal, el reportero comprometió los lineamientos establecidos en la materia.


Déjeme explicar: desde que funcionaba el Estado Mayor Presidencial (EMP) –ahora se ignora quién o quiénes cuidan la seguridad personal de la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, porque AMLO formalmente desapareció ese cuerpo de élite militar— para “controlar” a miles de personas sin comprometer la integridad del “number one” se entronizaron dichos protocolos.
Los que ya nos hicimos viejos en este oficio, sabemos que hay reglas protocolarias presidenciales (ejemplo: rendir honores a la investidura presidencial, como el saludo a la bandera al inicio y entonar o cantar el himno nacional, al final, entre otros), una de ellas es que al ingresar el Ejecutivo Federal al recinto oficial automáticamente todos los accesos permanecen cerrados. O sea: nadie entra, ni sale. (Salvo excepciones contadísimas).
Lo mismo ocurre al abandonar el inmueble la “número Uno”: sale ella y su comitiva, exclusivamente. Nadie más. Todos los concurrentes permanecen en sus lugares “por seguridad”.
El mentecado multicitado en redes empleado de Comunicación Social de Presidencia de la República, exinfluencer y conocedor de la materia informativa, intentó disuadir a Sergio Ocampo Arista de no romper el perímetro reservado a periodistas (le llaman corral) a sillazos y trompadas. La improvisación de un estúpido en labores de seguridad, siempre fracasará.
Esta pincelada anecdótica, humillante al gremio, no es inusual, nuevo o aislado… desde décadas pasadas, en cada visita presidencial, surge un nuevo mal antecedente. Los excesos de “guaruras” contra la prensa ya se volvieron gajes del oficio, por incontables y reiterativos. Los empistolados esconden su labor en la seguridad de sus jefes y los golpeados, insultados o humillados periodistas tragan saliva con acidez de impotencia y rabia contenida.
Luciano Sánchez Aparicio, en 2005, era jefe de custodios del gobernador Zeferino Torreblanca Galindo. Los desencuentros con la prensa fueron agrios. Igual pasó con otros muchos más.
A lo que voy: nadie ha diseñado una política de comunicación social que anteponga el derecho a la información sobre una eventual inconveniencia a la seguridad personal de un Presidente de la República o un gobernador (a). Por una simple causa: para los guardias TODOS los presentes son objeto de sospecha.
Sergio Ocampo iba por la nota, punto. No iba a ser parte de la nota, punto.
El aprendiz de “guarro” iba a quedar bien. Quedó mal, por pendejo zalamero.
A final, la anécdota en la crónica del color, la dieron este par.
Preguntas finales: ¿Acaso la labor del periodista pone en riesgo a mandatarios? ¿Por qué la violencia se impone a la razón de ser? ¿Los guardias saben controlar la adrenalina que despierta acudir a estados “calientes” donde hay gente violenta y piensan que TODOS son violentos? ¿Encorralar a reporteros es la sensata razón para que no se acerquen a los jefes, en un acto de desprecio a la función del periodista?
Debemos aprender de esta mala experiencia.
Pudo Sergio abrirle el cráneo al usurpador de la seguridad de un sillazo o cobrarse el cachetadón, sin que lo “contuvieran” para que el agresor huyera. Ganas no le faltaron al masiosare Ocampo.
Con una libreta, pluma o grabadora no se enfrenta a gandules. La revancha a ese tipo de agresiones se da al escribir y narrar los hechos con agudeza y el uso de adjetivos calificativos como traje a la medida de sus torpezas y estupideces. El cobarde vino a Guerrero a cumplir un trabajo, pero en su intento fracasó. Su cínica sonrisa lo sentenció. Sergio lo definió muy bien: era un hijo’e puta!
Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.

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