Pancho Villa, o Doroteo Arango, es objeto de mil anécdotas y las más variadas versiones; se asegura que es el revolucionario con más calificativos, suman más de 90 de entre los cuales sobresale “El Centauro del Norte”.

No faltan las exageraciones, se conoce que tuvo 26 esposas; otros afirman con ganas de exagerar, que fueron 75.

Vamos a platicar de María Mercedes, así sin apellidos, como nos relata la exquisita historiadora Tere Medina-Navascués: bella criolla, de porte exquisito, con ojos grandes de mirada azul, su blanca piel, de rostro rosa sin ayuda del maquillaje y ni el abultado vestido lograba esconder su exquisita figura: Una mujer que alborotaba a cualquiera.

La hacienda estaba apacible, pero su padre, desconfiado tenía a Otilio, un criado, como centinela, para avisar cualquier contingencia, cuando se escucharon los gritos de éste: ¡Ahí vienen los Villistas….! Con eso, se destruyó la paz, todo se convirtió en un caos; era tanto miedo a Pancho Villa, que entró como si fuera suya la hacienda.

Pronto descubrió la impactante belleza de María Mercedes, el “Centauro” clavó sus ojos con una mezcla de morbo y admiración y ordenó: “Compadre José Isabel, apárteme a esta “Gachupincita” a la noche me la voy a recetar”.

Al oscurecer, ella temblaba; él, estaba pensativo y no entró a la recamara. Todos los subordinados esperaban con risa maliciosa, pues Villa, así los tenía acostumbrados.

Al día siguiente, Villa hizo traer al padre de la joven, ordenó consiguieran un velo blanco y que buscarán un cura en el pueblo; además pidió flores y dijo: “Quiero que mi virgencita luzca como toda una reina. Todo se cumplió como lo pidió.

Ella, silente, en el fondo estaba emocionada, pero se mantenía estoica, muy seria y sin expresión alguna; pese a lo sucio del personaje, la barba semi crecida que mostraba la cara redonda que semejaba una manzana, al que todos obedecían ciegamente, le producía un atractivo.

Aquella noche, la siguiente y las demás, fueron para María de las Mercedes, la realización de un sueño mil veces repetido y aquel barbaján, fue para ella, desde entonces, un hombre cariñosamente tierno, comprensivo y sensible.

Como jamás se hubiera sospechado que se hablara de Villa…

Esto fue un extracto del libro “Atrapados en la Historia” de Tere Medina-Navascués.

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