México vive en estas horas, uno de los momentos más delicados de su historia y, a la vez, más luminosos. Y ambas cosas se las debemos, paradójicamente, a Andrés Manuel López Obrador.
Para nadie ya es un secreto, que lo que está en marcha en el país responde, más que a una simple corriente política, a todo un proyecto ideológico y de pensamiento que pone a debate las libertades y la democracia.
El embate contra las universidades, la insistencia de crear nuevas estructuras que suplanten a las instituciones establecidas, la insistencia de imbuir ideas en contra de la riqueza, son parte de un todo que se empieza a amalgamar.
Es peligroso y luminoso el momento, pues si bien hay en el fondo una pretensión autoritaria y estatista, en el ínter existen también posibilidades de cambiar el rumbo, y es el propio Ejecutivo Federal quien pone en mano esa posibilidad.
La revocación de mandato podría convertirse en un instrumento poderoso de cambio, frente a este atroz presidencialismo que hemos vivido con el PRI, que se tamizó con el PAN y que vuelve con furia con Morena.
En los hechos, los mexicanos hemos estado expuestos estos dos años, a un discurso que nos coloca ante nuestros propios miedos, fantasmas y pecados, porque hemos sido parte de la corrupción y de la violencia que hoy nos carcome.
Somos una sociedad agresiva; lo vemos en cada paso, en cada momento de nuestras vidas; proclive a la tranza, el embute, el arreglo extralegal. Esos son los ejes del discurso presidencial.
Como un auténtico patriarca, López Obrador ha colocado al pueblo en ese papel, no de espectador, sino de feligresía arrepentida, que trata de expiar sus culpas, sometiéndose a las órdenes de ese nuevo redentor.
El problema es que, más allá del mero combate a la corrupción, el sumo pontífice cuatro teísta hoy pretende también imponer nuevos estilos de vida, apartados del “aspiracionismo”, para poner en manos del Estado todas las riquezas.
Este es el fondo del debate que se ha abierto en torno a las universidades públicas, a las que el Presidente de la República hoy acusa de haberse convertido en “élites doradas”, de privilegiados, que se alejaron de la sociedad.
En perspectiva, esto pareciera ser cierto, porque se han creado grupos de intelectuales que dirigen poderosas corrientes de opinión, no a favor de proyectos, sino de personajes políticos que han medrado con el poder.
Sin embargo, eso mismo que critica, es la misma fórmula con la que López Obrador pretende imponer su credo político, a partir de una base fanática que, por toda discusión, utiliza la diatriba, la caricaturización, la grosería y el insulto como arma.
LA POLARIZACIÓN
La polarización que se ha recrudecido peligrosamente en México, tiene su origen precisamente en ese choque de bloques de pensamiento, en el que los “aspiracionistas” o los que pregonan la libre empresa, no tienen cabida.
Sin sustentos, sin una base metodológica que compruebe sus dichos, el Primer Mandatario se lanzó ya abiertamente contra la UNAM, y no contra uno o varios personajes emanados de la misma.
Acusa a la institución y lanza calificativos: “¡se ha derechizado!”. Y emite sentencias: “necesita una sacudida”. No, no es un ataque aislado ni genérico para investigar a tal o cual catedrático por estigmatizar a los jóvenes como “ninis”.
No. Es una abierta embestida contra la estructura, y de ahí el castigo y la asfixia económica a la que la ha sometido en los dos últimos años, reduciéndole su presupuesto e impidiendo que genere sus propios ingresos.
El asunto es que, el tamaño de la desgracia que se empieza a gestar en la UNAM y demás universidades públicas, es de la magnitud del tamaño de la pandemia que hoy nos acecha:
La UNAM tiene más de 350 mil alumnos; la pandemia ha matado a más de 400 mil, aunque el gobierno sólo reconoce 286 mil. Y añádale usted el volumen de estudiantes de la UAM y demás universidades públicas que también han sido castigadas.
El volumen de la desgracia es comparable. A las universidades públicas les escatima el presupuesto. Obligó a los Rectores y demás “élite dorada” a bajarse el sueldo, y a contra pelo, impone al país la creación de universidades “patito”.
Mejor conocidas como “Benito Juárez”, López Obrador ha destinado recursos a una estructura de universidades que, aún ahora, no pueden demostrar el padrón de estudiantes ni de maestros.
Bueno, no sabemos cuántas de las 80 que dice que están en marcha, suspendieron labores con motivo de la pandemia, ni cuándo y cómo reabrirán.
Lo más simple: ¿cuántos egresados tienen? ¿cuántos dejaron de estudiar durante la pandemia? ¿cuántos regresarán con la reapertura de aulas? Nada, no sabemos nada de eso.
Puestas así las cosas, este debate debe servirnos para exponer a AMLO en el punto que más le duele: su evidente deficiencia académica e intelectual. Podemos decir aquí, sin ofender y con todo respeto, que demuestra una grave confusión mental.
Confusión de conceptos, confusión de proyectos. Hay en él, enormes deficiencias de rigor académico que se ven a la luz de su expediente. Mediocridad, es la palabra.
Uno de los peores egresados de la UNAM, 14 años rezagado, hoy la cuestiona y la pone contra la pared, sin siquiera permitirle a ésta debatir planes y proyectos, corrientes ideológicas y perspectivas de futuro.
Un presidente que ha manejado mal la pandemia, que ha violado todos los protocolos de protección a los ciudadanos, que tardó en reaccionar y rompió toda la estructura de distribución de medicamentos, hoy la pone en tela de juicio.
La UNAM no podría sentirse orgullosa de él; y de hecho así se lo dice, pero con una tibieza que raya en la timoratés: “La UNAM forma ciudadanos íntegros, sin ideologías impuestas…”.
Pero, para el hoy presidente egresado de la UNAM, las empresas no están para la filantropía. En su óptica personalísima, están para comerciar y pagar impuestos. Nada más.
La lectura no puede ser un simple acto de placer. Tiene que ser una actividad de compromiso con “la causa”, según la 4T.
La cuestión es que, nos seguimos preguntando, ¿Porqué si esos pensamientos socializantes están tan extendidos en centro y sud américa, porqué todos pretenden seguir entrando a los Estados Unidos?
Sea como sea, según el libro del SAT, “dejad que los mayores de 18 años vengan a mi”; palabra de San Andrés, en el nuevo testamento de los justos, pecadores y causantes menores.