CANTO A GUERRERO PARA TODOS LOS TIEMPOS

( Del Poeta Cauautepeco Rubén Mora Gutiérrez)

Quien cantar quiera Guerrero para todas las edades,

necesita revestirse de un ritual de dignidades

que tan sólo puede darnos el amor en plenitud.

 Yo no traigo entre los labios

sino ingenuas pretensiones

de volar sobre los siglos, con un vuelo de canciones,

 como pétalos de besos en señal de gratitud.

Con la fe con que el creyente busca a Cristo,

 por ejemplo, yo te busco, tierra mía,

por los ámbitos de un templo

cuyas naves son de cielo y sus lámparas de sol.

 Donde pueda oír el verbo del maestro Altamirano,

empaparme con el ritmo del cantar americano

y expresar mis sentimientos de poeta en español.

Donde pongas el acento de tu audaz topografía

y corrugue mis pupilas, tu esmeralda serranía

 que en sus faldas tiene olanes cultivados por la paz.

Donde corran mansamente los cristales de tus ríos

 irrigando el sacramento de tus campos labrantíos

para darte la cosecha de su espíritu feraz.

 Donde el genio de tus genios, el Río Balsas se diluya

 modulando con sus linfas, sin cesar, el Aleluya

por los siglos de los siglos, en un éxtasis de amor.

Donde cuajen tus riquezas los portentos de la milpa

 y te dé, por tus joyas, un joyel Cacahuamilpa

y te vistas con orgullo la Bandera Tricolor.

¡Hablaré de tu pasado, de tu histórico destino,

de tu auténtico Cuauhtémoc que es tu ejemplo

y tu camino de bravura, de estoicismo, de grandeza y de virtud.

Y del ínclito Morelos, las campañas victoriosas

que al clavar su pensamiento en la esencia de tus cosas,

liberó las inquietudes de la ignara multitud.

En tu gesto culminante, las cadenas del esclavo

son magnánimos perdones del espíritu de Bravo,

y el machete de Galeana te ha enseñado a combatir;

La medida de tu talla son tus montes colosales;

 tu pasado está en la gloria nacional de los chontales,

y Trujano es tu maestro de vivir y de morir…

Taxco tiene en las espaldas de su ilustre Corcovado,

las columnas de oro y plata de tu estético pasado

y es espejo de mujeres doña Antonia Catalalán.

Un ejemplo desoldados, Isidoro Montes de Oca;

Juan del Carmen, el segundo de Guerrero,

era una roca y don Pedro Ascencio tuvo dimensiones de titán.

¡Oh, Guerrero! de Guerrero, tú alentaste las proezas

 y te hiciste semillero de heroísmos y grandezas

emulando las hazañas de tu ilustre paladín.

Y, salvando la leyenda, te metiste por la historia

con el timbre de nobleza de tu limpia ejecutoria

 que en el tiempo y la distancia, nunca puede tener fin.

 ¡Chilpancingo! La alegría de tu prístino Congreso

fue una férvida caricia, a manera de un gran beso

que, por boca de Morelos, a la Patria se le dio.

Acapulco fue la clave de tus ansias transmarinas

 y el cariño tripulante del Galeón de Filipinas,

que soñaba con el Puerto con el mismo amor que yo.

Tus diez años de fatigas culminaron en Iguala y,

agitando tu sombrero peculiar de Tlapehuala,

despediste la ignominia de tres siglos de opresión.

Por tu triunfo sobre el dolo de las balas y las mofas,

van llenando poco a poco, tus confines, mis estrofas,

para hacerse luego rosas de amorosa devoción.

Dieron vuelta treinta veces los destinos de la tierra y,

 en treinta años, nuestra Patria fue asolada por la guerra

 y el dominio de Santa Anna con oprobio transcurrió.

 Con Barradas emigraron los postreros gachupines,

mas vinieron por el norte, nueva turba de malsines

que la forma de la Patria para siempre mutiló.

Y otra vez, del héroe Bravo recayó sobre sus manos

 la defensa contra el crimen de los norteamericanos y,

con unos cuantos niños, enfrentóse al invasor.

En su puesto, heroicamente, sucumbieron

los cadetes y perdieron, como pierden los pequeños,

sus juguetes; pero a salvo, íntegramente, conservaron el honor.

 Ya la Patria estaba encinta y el dolor del vencimiento

 festinó, tierra suriana, tu esperado advenimiento

 en el alma mexicana del más bello amanecer.

A la vuelta de cien años, nuevamente se conmueve,

 pues la cuenta de los tiempos repitió: “¡CUARENTA Y NUEVE!”

 y hay un justo regocijo que la vuelve a estremecer.

Don Juan Álvarez te sirve de padrino en tu venida

y comparte íntegramente, los azares de tu vida,

haciendo eco de tus ansias Don Florencio Villarreal,

Cuando Ayutla puso el alma sobre el filo del machete

 en los fastos nacionales se escribió: “¡CINCUENTA Y SIETE!”

con un haz de libertades en la Carta Federal.

Por tus leyes liberales que impusiste como norma,

desatóse la tormenta de la Guerra de Reforma

y vinieron los soldados del Ejército Francés.

Don Diego Álvarez, Jiménez y Canuto Neri el viejo

 se batieron largamente con espíritu parejo,

 revolcando a los cangrejos al derecho y al revés.

Mas Guerrero había nacido con espíritu insurgente

para hacer revoluciones de carácter permanente

y al llegar el nuevo siglo aún había revolución,

Porque todos ignoraron al obscuro proletario

y a pesar de haber pasado todo un largo centenario,

todavía, por desgracia, no era libre la nación.

¡Fue un incendio! Como suele calcinarse el tlacolole

en que siembra el campesino la esperanza de la prole,

con la antorcha de Madero se incendiaba el corazón…

Y surgieron por las cuatro convergencias cardinales

 mil caudillos combatiendo los agravios capitales

 en defensa del SUFRAGIO Y DE LA NO REELECCIÓN.

 Con los nombres insurgentes de Guerrero,

empedraría los setenta mil kilómetros

de su heroica geografía, que anduvieron

los muchachos del viejito D. Julián.

De la nave carrancista, destacándose en la proa, combatieron dignamente los hermanos Figueroa y Castillo, de Zapata, fue el más bravo capitán.

Hoy, después de siete lustros, Baltasar Leyva Mancilla

 los unánimes destinos proletarios acaudilla,

encauzando sus impulsos, que ha logrado unificar.

Y ha de hacer que por las rutas del deber y del progreso,

en las páginas del tiempo para siempre quede impreso,

 el recuerdo, en su gobierno, de un completo bienestar.

Ha cien años que luchamos por la Vida y con la Muerte

y aún ignora la conciencia qué poder es el más fuerte

o en qué parte está el secreto para que alguien sea feliz.

Sólo tengo por orgullo –y en la gente de mi casta

 hay un sólo pensamiento para todos, y eso basta

– de creer en los destinos de la raza y del país.

Adoramos cada uno de los fastos de Guerrero,

del pasado, del presente y del tiempo venidero

 que, aunque no lo conozcamos, cada día será mejor.

Bendecimos sus destinos y cantamos para entonces,

como cantan las campanas, con el ritmo

de sus bronces que parecen cascabeles agitados con amor.

Para cuando nos vayamos, en el viaje sin regreso,

volverán aguas y secas con su eterno contrapeso,

 a verdear en tus campiñas y a dorarse con el sol.

Tendrán risas de ternura, como siempre, los elotes,

y en noviembre, cual ofrendas florecidas,

los bocotes albearán en tus crepúsculos

 de mejillas de arrebol.

Formará la Costa Grande su desfile de palmeras,

 y verá la Costa Chica sus haciendas ganaderas

que, partiendo de Acapulco, llegarán a Ometepec.

Habrá tibias primaveras con albor de algodoncillos

y en los días de los muertos, los claveles amarillos

 en las tumbas olvidadas de mi tierra, Cuautepec.

Cuando un nuevo centenario de tu vida se presente,

se verá por todas partes, la cultura floreciente,

aunque, entonces, bien lo sabes, ya no voy a concurrir;

 ¡Pero anhelo ardientemente que tu dicha sea completa

 y que tengas, para todas ocasiones, un poeta que te cante,

 con cariño, como yo, en el porvenir!

Chilpancingo, Gro., a 31 de agosto de 1949.

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