REFLEXIONES SOBRE EL LAGO DE PÁTZCUARO
Por: ROBERTO CONTRERAS
Cada día, Florencio acude puntual a su cita. Son las 5 de la mañana cuando en solitario, recorre las aguas del Lago de Pátzcuaro para pescar las mojarras que a las 8 de la mañana, ya las habrá llevado al mercado para ser vendidas.

Florencio Cordelio Alonso tiene 45 años y es pescador, como lo fueron su padre y su abuelo. Mientras va navegando, su pensamiento central es la dependencia del hombre con el agua. Reconoce que el agua y los seres humanos, formamos una gran familia, “mi infancia fue el lago” recuerda con nostalgia.
Pescar es muchas cosas, recuerda aún su niñez cuando vivía como a 4 kilómetros de la orilla y desde que amanecía, era irse rumbo al agua, tan seguido que a ese grupo de amigos les decían “los sirenitos”. Recuerda la transparencia del agua y todo el Acúmara que se sacaba. Se hizo pescador y sus herramientas siempre listas para ser usadas.
Creció como joven, con sueños y aspiraciones, hizo la preparatoria en Quiroga y de ahí a Morelia para titularse como Ingeniero Mecánico. No fue fácil. Vivió en casas de estudiante con muchos sacrificios, durmiendo en la galera, en la cocina y hasta en los baños, pensaba que resolviendo donde bañarse y comer, el sacrificio valdría la pena.
También iba por temporadas a trabajar con familiares que vivían en Guadalajara, ahí, recuerda que veía a gente con traje, le atraía la idea de ponerse saco y corbata. Los sueños continuaban. Más tarde, en Morelia entró al mundo de oficinas y burocracia, trabajó en Pronósticos Deportivos como promotor, en Home Depot y finalmente en el Ayuntamiento de Quiroga, que fue donde comenzó a comprender los temas relacionados con el medio ambiente y a tener conciencia sobre la contaminación del Lago de Pátzcuaro. Pero como todo trabajo que se mezcla con la política es de tiempos, regresó a San Jerónimo, su pueblo natal donde sus herramientas de pesca lo esperaban. “Mi mujer varias veces me decía que los vendiera, hubo quien me ofrecía comprarlos, pero nunca quise, el lago siempre me ha atraído”.
15 años después de salir de su comunidad retomó la vida de pescador, siempre con Rosa Camacho, su esposa, quien asumió la responsabilidad como pareja de ser quien vendiera los pescados en sus primeros años juntos. Para ella era difícil, -recuerda,- no sabía como vender.
Cuando volvieron, ambos habían ganado en experiencia de vida, ella se preparó y también trabajó. Ahora su esposa vende el pescado que trae, ella se siente más segura, cuentan con una estabilidad económica que les permite vivir de manera tranquila. Pero en San Jerónimo -advierte- los ciudadanos tenemos derechos y también obligaciones. Y el pueblo le encomendó la responsabilidad de laborar como Presidente de Agua Potable, cargo que se ejerce con honor y sin salario durante un año. Ahí comenzó a involucrarse con los humedales y aprendió del tema y sabía lo que podía significar para la comunidad, pero se topó con algunas personas que solo obstaculizaban la labor.
No fue fácil, “me topé con esa gente que quiere beneficios pero no se compromete” recuerda, “pero al final tenemos un gran ejemplo de trabajo y éxito con nuestros humedales”.
En San Jerónimo cuentan con 2 humedales, el trabajo comunitario es ejemplar, se les considera como de los mejores a nivel nacional y advierte, “ya estamos en trámite para un tercero y esto es posible, porque el pueblo hace todo el trabajo”.
Florencio coordinó un proyecto donde la comunidad asumiría los costos y el compromiso para que los habitantes fueran responsables. “Se cobra 50 pesos por cada toma de agua al mes, y hablé con todos para que me autorizaran que se les cobrara 50 pesos al año, los que se aplican para el mantenimiento del programa de humedales”.
Hay mucho trabajo por hacer. En San Jerónimo hay 16 ojos de agua, 2 se usan para beber. “En el tiempo que trabajé como responsable de agua, hicimos labores de rescate y limpieza, hacíamos obra, el compromiso con los vecinos fue que ellos se hicieran responsables de mantenerlos limpios”.
Con los primeros rayos del sol, Florencio mueve y selecciona las mojarras que están en sus redes. Como bien aprendió de sus mayores, “tenemos que cuidar lo que nos da el lago, el agua nos une, mantiene vivo nuestro alimento”, entonces regresa al agua los peces más chicos, a las hembras cargadas o que están con sus pequeñas crías que aún necesitan de la protección de su madre. Cuidándolos así, días después esos pescados estarán más grandes y pagan mejor por ellos.
“Hemos vivido del lago”, reconoce, “ tenemos que recobrar la belleza y la alegría que tenía como cuando yo era niño”. Ahora para Florencio, su compromiso es trabajar en todo lo que sea posible en favor del lago. Florencio Cordelio ha trabajado con diversos grupos y proyectos, pero la gente, -reconoce- termina decayendo en su entusiasmo y no pasa nada, porque al final, lamenta, queremos que todo lo resuelva el gobierno que además no le interesa. ¿Quién contaminó el lago, se pregunta, el gobierno? No, ellos no lo contaminaron, fuimos nosotros, nosotros la usamos.
En ocasiones, con la luz de la luna y el cielo estrellado, reflexiona, “uno se hace muchas preguntas respecto a lo que estamos haciendo por el lago que tanto nos ha dado y no le regresamos nada”. Tenemos, insiste, que dar ejemplo con hechos, con acciones, tomarlo como un compromiso personal, crear conciencia y reflexionar sobre lo que puede pasar en 10 o 20 años.
Dice que ha visto al lago de Cuitzeo seco, e imagina un cuadro que pudiera ser de terror al tiempo que recoge sus redes y separa esos bellos ejemplares que dan de comer a su familia.
Con la luz del alba, ven cosas sobre el agua, que se vienen del lado de Janitzio y Pátzcuaro, se ve sucio, hay diversos objetos, “nosotros limpiamos los plásticos, y lo demás que trae el lago, la basura viene de allá” mientras señala al horizonte. De este lado todo se ve limpio, aquí, quien encuentra basura simplemente la recoge.
Con la mirada perdida, reflexiona, “el primer paso es lo que cuesta, pero tenemos que intentarlo”. Hoy tengo el apoyo de mi familia, concluye, de mis dos hijas Bianca Naomi y Sofía Merhera (que significa estrella de luz), adolescentes, que “también se han contagiado de mi actividad y compromiso y hoy son mi fuerza para seguir adelante”.