Costa Rica “¡Pura vida mae!”

En San José, Costa Rica solía embriagarme en el bar “El Cuartel de la Boca del Monte”. Era un antro de moda, al que acudían artistas, residentes extranjeros, y turistas de paso.
Y los domingos solía desayunar en el restaurante del Gran Hotel Costa Rica. Me agradaba una extraordinaria crema de frijoles con tiras de tortillas doradas y salsa Tabasco.
“Sopa negra”, la llaman.
La servían con rodajas de huevo duro. Era lo más mexicano de la carta. Así que siempre pedía lo mismo.
Es el corazón de San José, la zona viva, con calles peatonales llenas de aparadores, y edificios antiguos, como el Teatro Nacional de Costa Rica, terminado en 1897, y que se ubica a un costado de la plaza Juan Mora Fernández. Es la principal joya arquitectónica de la ciudad de San José, donde se promueve la producción de las artes escénicas de alto nivel y se conservan las obras de arte más valiosas del país.
Ahí presencié una presentación del Ballet Nacional de Cuba de Alicia Alonso, la prima bailarina absoluta del mundo, y ahí conocí a Raquel Mayedo, su asistente de prensa. Yo escribí para Notimex la nota del arribo de Alicia Alonso en una aeronave de Cubana de Aviación. Era todo un acontecimiento. Costa Rica había roto relaciones con Cuba desde 1961. Secundó a Estados Unidos en el aislamiento internacional al régimen de Fidel Castro. Era su segunda visita a Costa Rica. Alicia Alonso había estado en 1949, pero entonces formaba parte del ballet de Nueva York.
El Teatro Nacional estuvo repleto los tres dias de presentaciones.
Con Raquel Mayedo mantuve una larga relación, que en 1993 refrendamos en Cuba: me ofreció el palco presidencial en el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso” para presenciar a graduadas de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, y me sentó con el vicepresidente Carlos Lague, en El Morro, una fortificación española de la Conquista. Pero esa es otra historia.
Luego de la sopa negra y una o dos cervezas en el Gran Hotel Costa Rica, solía recrearme por la Plaza Popular, conversar con los artesanos y músicos callejeros. Muchos hacían la ruta desde San Cristóbal de Las Casas, en Chiapas, México (aunque cada vez eran más escasos) y otros desde Antigua Guatemala o San Salvador. Algunos venían de los Andes: de Peru, Bolivia y Ecuador, y entre los músicos también los había de Estados Unidos, Canadá, Argentina, Chile, y Europa.
Se pasan domingos muy amenos e la Plaza Popular de San José, con esta diversidad cultural y espectáculos callejeros.
Entonces yo tenía 27 años, y trabajaba en la coordinación de Notimex para Centroamérica.
Mi amigo Miguel Conde Darbell me financió el viaje, me recibió en el Aeropuerto internacional Juan Santamaría, me ofreció un saco y corbata y me dio empleo.
Yo diseñé el despacho de noticias económicas y de información agropecuaria para Centroamérica, que incluía los reportes de las Bolsa de Valores de Granos en el mundo.
Tambien contaba con reportes especializados del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), que entonces dirigía un mexicano, y donde estudié un diplomado en ‘Comercio Internacional del Café’, y el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE).
Mucho me apoyé en el diseño del hilo económico, en estudios de Edelberto Torres Rivas y Rafael Menjivar, de FLACSO.
El restaurante del Gran Hotel Costa Rica era un lugar ideal para leer la prensa y conocer personas de diferentes nacionalidades en tránsito por Centroamérica.
Ahí conocí a una sobrina de Bill Gates que viajaba un año por el mundo. Danna se llamaba. Terminaría su viaje en la India. Era una ‘mochilera’ adinerada que se había hospedado en un hotel cercano al centro, de bajo perfil, pero pasaba largas horas bebiendo y jugando en el casino del Gran Hotel Costa Rica. Casi siempre perdía. Quizá mejor deba decir, rara vez ganaba.
Era adicta al juego, y rica, y joven, rubia, y muy hermosa. Viajaba porque alguien muy cercano a ella, en EEUU, había muerto de Sida. Ella entró en depresión. Por eso viajaba por el mundo.
Yo la acompañaba con un vodka tónic, y la veía jugar. Y dos y tres vodkas tónic…
Al poco tiempo ya nadábamos desnudos en la playa, en Tamarindo, nos cubríamos con la misma sabana y comíamos del mismo plato.
“¡Pura vida, mae!”.
Ella jugaba por las noches en el casino y yo injería más vodka tónic.
Danna se quedó un tiempo en San José, y luego tuvo que proseguir a su siguiente destino: Panamá.
Yo habría de alcanzarla días después. Ella me compró el tiket, pero en dos ocasiones perdí el vuelo.
Ahora recuerdo que me embriagaba para despedirme, y al siguiente día desistía del viaje. Lo decidía cuando el taxista tocaba a la puerta para trasladarme al aeropuerto.
En San José tenía trabajo. Mi amigo y jefe Miguel Conde Darbell me brindó su casa. Vivía en un barrio exclusivo, con una terraza única donde nos empedabamos y desde donde por las noches veíamos el titileo de luces de la ciudad.
Sí, Miguel Conde Darbell tiene mucho de culpa. Él incitaba esas pedas memorables de despedida. Luego de Conde Darbell, algo de culpa tiene, también, ese pinche rockero argentino del Fito Páez que nos llevaba hasta ver salir el sol…

El amor después del amor, talvez,
Se parezca a este rayo de sol
Y ahora que busqué
Y ahora que encontrré
El perfume que lleva el dolor
En la esencia de las almas
En la ausencia del dolor
Ahora se que ya no
Puedo vivir sin tu amor.
Me hice fuerte ahí,
Donde nunnca vi.
Nadie puede decirme quien soy
Yo lo se muy bien, te aprendí a querer
El perfume que lleva el dolor
En la esencia de las almas
Dice toda religión
Para mí que es el amor
Después del amor.

Danna no me esperó más y continuó su viaje por el mundo. Ambos lloramos al teléfono, en el adiós, no un ‘hasta luego’.
En el restaurante del Gran Hotel Costa Rica conocí a muchos americanos pensionados que viajaban por Centroamérica. Algunos de los que llegaban a Costa Rica lo hacían atraídos por la promoción del turismo sexual en pequeños anuncios que se insertaban en la prensa. Habían secciones especiales llamadas del corazón. El periódico The Tico Times tenía una de estas secciones. Eran muy consultadas por los turistas. Para ese entonces -no sé ahora- The Tico Times era el único diario en inglés en San José. Muchos jóvenes amigos de Inglaterra, Estados Unidos y Canadá hacían sus pininos en The Tico Times. Algunos de ellos trascendieron a medios internacionales famoso, como Reuters, The Financial Times y AP.
Concurríamos los mismos bares en San José y luego en Panamá y Guatemala, donde años después algunos volvimos a coincidir. “¡Vengaaa!’, me escribían a mano en una nota y me la enviaban por fax. Era la forma en que nos convocábamos a beber ‘birras’. Por lo regular bebíamos la Pilsen, que es la cerveza más conocida en Costa Rica, y Flor de Caña, que era el ron nicaragüense de moda. “Ey mae, con cola por favor, un chirrito de limón, y mucho hielo”. También acostumbrábamos a demandar ‘mojitos’ cubanos, con yerbabuena macerada y mucho hielo, limón y azúcar.
En el Gran Hotel Costa Rica conocí historias de ‘corazones rotos’ que habían encontrado su media naranja a través de los insertos del corazón en The Tico Times. Entonces en Costa Rica se hablaba ya de prostitución infantil, aunque esto fuese una práctica ilegal y debajo del agua.
Los pensionados más adinerados que llegan a Costa Rica prefieren las playas de Manuel Antonio, cerca del Puerto de Quepos, en la llamada franja litoral del Pacífico Sur.
Por los puertos de Quepos y Golfitos sale hacia el exterior el café y el banano, los principales productos de exportación de Costa Rica; el cacao, la caña de azúcar y algunas frutas tropicales, como la piña, que también se cultivan para su exportación. Alguna vez fui hasta ahí para observar el trajín de un puerto de carga. La empresa Del Monte es líder en la producción de frutas. También Carlos Hank Rhon poseen grandes plantaciones y es propietario de proyectos de playa en Costa Rica. Entonces generaba polémica el Proyecto Turístico Golfo de Papagayo, que comprende un área aproximada de 1.658 hectáreas.
Yo, en lo personal, en el Pacífico prefería playa Tamarindo, playa Tambor, y Puntarenas. Esta última es la ciudad con la mayor infraestructura turística en ese litoral, el inmenso Golfo de Nicoya.
Pero confieso que con mayor frecuencia me escapaba hacia Limón, el principal puerto del caribe. Mi lugar preferido era Puerto Viejo, después Playa Grande y Manzanillo. Pero de entre todos, prefería Puerto Viejo (antiguamente llamado Old Harbour), donde se baila reggae y se fuma mariguana sin inhibiciones. Es un reducto de cultura afrocaribeña angloparlante.
En uno de esos viajes al Caribe, de retorno conocí en el autobús a una hermosa negrita que estudiaba en San José.
Llovía cuando llegamos a San José, pero ya nos cubríamos con el mismo paraguas. No recuerdo su nombre, solo que tenía 19 años. Recuerdo que me gustaba observarla bajo la ducha mientras se bañaba. El agua escurría por su cuerpo, como si lo repeliera. Era una escultura cincelada en ébano. Yo en ese momento no lo sabía, pero mi princesa afrocaribeña tenía novio oficial, y yo pronto cambiaria mi residencia a Panamá. Años después, en Guatemala mi amigo Miguel Conde Darbell me diría que habría estado embarazada de mi.
-“Y sabes que recabrón, el bebé se parece un chingo a ti”, me dijo.
Nunca llegué a saber si me lo decía de broma. Prefería pensar que solo me molestaba, porque ademas siempre me lo decía con una sonrisa en los labios.
El ambiente en ‘El Cuartel de la Boca del Monte’ era muy agradable, y por las tardes solía haber música en vivo. Se podía bailar, y en la barra conocer a personas.
Con mi amigo y jefe Miguel Conde Darbell solíamos acudir a cenar y quedarnos ahí departiendo hasta muy entrada la noche. También nos acompañaba una diplomática belga. Karín Uyvens, creo que se llamaba. Trabajaba para la Unión Europea. Era mi amiga, aunque Miguel terminó por sucumbir a su encanto.
Un día recibí una llamada de Karín. Era de madrugada y estaba en la playa. Miguel había metido su Honda de lujo a la arena, estaba atascado, y la marea subía y subía. Ella gritaba histérica al teléfono, y Miguel bailaba arriba del auto con la música a todo volumen.
Al final supe que pidieron ayuda a unos pescadores y lograron rescatar su auto a tiempo. Pero también creo recordar que fue la última vez que mi amiga salió con mi amigo.
El Cuartel de la Boca del Monte era mi lugar preferido para agarrar la farra los fines de semana. Servían comida tradicional costarricense, hecha con los productos frescos y con un muy buen sazón.
También frecuentábamos el centro comercial El Pueblo, donde hay un centro de baile muy popular. ‘Fiesta Latina’, creo que se llama.
El nombre resume lo que ahí se puede hacer. Se baila salsa, merengue, bachata, bolero…
Una ocasión una hermosa mujer con la que bailaba me agarró de las nalgas, y yo, la verdad, me dejé seducir. Pero era una mujer casada…
Durante el año y medio que viví en San José llegué a tener un lugar muy especial en las faldas del volcán Poás, a 50km. Una cabañita rústica pero muy confortable que solía rentar para fines de semana. Era única. La rentaba el dueño del restaurante “Chipi Chipi”, donde la llovizna y la niebla son permanentes. Es la zona de ascenso al volcán.
Un día me visitó una novia alemana. Era una estrella de la radio. Trabajaba para la Deutsche Welle, en Colonia. Por cartas de ella viví paso a paso la caída del Muro de Berlín, y la reunificación de Alemania en 1989.
Años atrás la había conocido en “La Casa de las Imágenes’, en San Cristóbal de Las Casas. Era amiga de universidad de una antropóloga alemana que ya llevaba algunos años en Chiapas. Carolina se llamaba. Hablaba suajili, una lengua keniana, español, inglés, y aleman. Lo supe, porque un día en San Cristóbal la escuché hablar en suajili con el doctor Pablo Gonzalez Casanova Enriquez, quien al igual que los padres de Carolina había vivido en una aldea suajili en África.
Recién llegué a San José en el restaurante del Gran Hotel Costa Rica me puse a enviar postales a cuantas ex novias tenía en una libretita que usaba a modo de directorio. Una de ellas me contactó meses después. Era una pintora francesa que para mi sorpresa vivía en Quito, Ecuador. Prometió visitarme, pero en realidad lo hizo dos años después, cuando yo ya vivía en Guatemala. Viajé en mi Renault Fuego, deportivo importado de Francia, hasta San José para reencontrar al amor. Veroniquee Antonieta del Buen Suceso de Romance Bonifaz. Era nieta de un expresidente Ecuatoriano, hija de un miembro de la realeza francesa, de esos que se salvaron de la guillotina. Entonces dejé todo en suspenso en Guatemala para acudir a su encuentro. “¿Cómo se puede querer a dos mujeres a la vez, y no este loco?”. La cité en el Gran Hotel Costa Rica. Pero esa es otra historia. La estrella de la Deutsche Welle llegó antes. Rentamos un auto para viajar a Managua, Nicaragua, pero no pudimos traspasar la frontera. Entre Costa Rica y Nicaragua no permiten cruzar autos en renta. Es la misma disposición en ambos sentidos.
Así que optamos por descansar en playa Nancite, al extremo sur del Parque Nacional de Santa Rosa, muy cerca de la frontera con Nicaragua. Es una reserva deshabitada, sin la presencia del hombre en el entorno. Pero por fortuna nuestra, topamos con un campamento de biólogos de la Universidad de Georgia, Estados Unidos, que colocaba radares en las conchas de las tortugas.
Fueron días de gran aprendizaje. Aprendimos mucho sobre las tortugas y sus hábitos por el monitoreo que realizaban los biólogos a través de los radares que colocaban en las conchas de las tortugas golfinas. Las tortugas -supe entonces- son precisas como las manecillas de un reloj suizo.
Al eclosionar del huevo se arrastran a la mar, y parten, muy lejos, hasta Japón, y exactamente cuatro años después retornan a desovar al lugar donde nacieron: Playa Nancite, en el Pacifico costarricense.
Era un mes del año en que la playa se cubre literalmente de tortugas y en el que miles de cangrejos naranjas salen hasta la carretera. Es una visión fantástica de la naturaleza.
Una semana después entregamos el auto en renta y tomamos un autobús a Managua, Nicaragua. Tenía una cita con el entonces presidente Daniel Ortega. Nos esperaba en su casa. Me había invitado a acompañarlo a la celebración de los 100 años de Estelí. Venía también un enviado de O Globo, de Brasil, Carolina, la estrella de la Deutsche Welle, y yo, que entonces era corresponsal de El Financiero en Centroamérica. Fue una jornada extenuaste en Estelí, pero de regreso a Managua, Daniel Ortega se puso al volante, en un jeep comando, y adelante y atrás nos escoltaban militares. Yo iba en el asiento de al lado, grabadora en mano, haciendo preguntas y más preguntas, hasta agotar ambos lados del microcasete. Al final de la entrevista, Daniel Ortega me hizo una pregunta que aún hoy me llena de dudas: “¿Ahora dime tú qué pasa en México?”.
Era 1993, y Daniel Ortega algo sabía de la existencia del EZLN.
Llegamos a su casa y al despedirnos, el presidente Daniel Ortega, el líder de la revolución Sandinista, se quitó el paliacate rojo y negro que llevaba anudado al cuello y se lo puso a Carolina. Llegué a pensar que con ese gesto Daniel Ortega me estaba bajando a mi novia. Pero no fue así… la entrevista, muy extensa, la publicó El Financiero en dos o tres partes, ya no recuerdo.
Recién llegué a San José conocí un lugar de “mala muerte” llamado Dynasty, en el centro comercial del sur. Era un reducto de la juventud de color, los negros del Caribe que se han mudado a estudiar o a trabajar a la capital. Los primeros días sólo iba como observador. Los veía bailar rap, como un comando militar, acompasado, con ritmo. Un grupo compacto improvisado de unos a uno que va saltando a la pista de baile. Después de cuatro semanas, creo, me atreví a entrar a la pista de baile con una turista americana. Muchas jóvenes rubias acudían al lugar. Afuera era fácil conseguir marihuana, cocaína y crak. Yo solía irme a la cama antes de ver salir el sol en ese lugar.
Un día, recuerdo, la embajadora de México en Costa Rica, Carmen Moreno Toscano, me invitó a la Fiesta de la Mexicanidad. Cada año se hacía. Bailé hasta morir. Desperté admiración. Yo simplemente dije que a mi generación aún nos tocó Educación Artística. Que aprendíamos bailables típicos de toda la República. Del Alcaraván, originario de Jiquipilas, en Chiapas, una danza de la tenia Zoque que escenifica el apareamiento de esta ave canora; a la Danza del Venado, ritual celebrada por los indígenas yaquis y mayos de Sinaloa y Sonora. El zapateado era obligatorio, sobre todo al interpretar bailables jarochos. La embajadora asentía con la cabeza, pero no parecía estar muy convencida de lo que decía. Seguramente ella estudió en colegios privados./Fredy López Arévalo, revista Jovel Sclc

COMENZÓ LA COCINACIÓN…

Yo ya prendí el horno, y el primo Pepe Wenseslao prepara posta de Marlín, un pez enorme que él pescó en altamar. Una pista y camarones a los dos quesos, mosarela y gouda. SOLO en “La Soledad, cuartos & cabañas”, en la isla de Boca del Cielo, Tonalá, Chiapas. SOLO RESERVACIONES WhatsApp 9671210539

CON PASTEL DE CHOCOLATE

Cerramos la.noche de anoche en Bokané, el parador turístico de Isabella Gardella y Carlos Oñate. Ellos son una pareja de colonos venidos de la CDMEX con una propuesta de desarrollo turístico en la isla se Boca del Cielo, Tonalá, Chiapas. ESTÁN en eso. Vivieron seis meses en una hermosa casa de campaña en tanto edifican su casa propia, en medio de una selva de cocoteros, árboles de marañón, con su anatomía retorcida, y cacos. Por un lado el manso Mar Muerto, y por el otro el violento Pacifico. Ya construyeron su primer cabaña para renta y un bar construido en bambú a la orilla de la playa. Tienen el trazo de cuatro cabaña más cerca del mar. El bar es una maravilla. Tiene su propio bartender, y una carta de bebidas riquísimas. Las piñas coladas no tienen abuela, y la bebida de Operol con vino blanco alemán y agua mineral es una bebida refrescante, lo mismo el Carajillo, caipiriña o mojitos. Tiene una barra completa, un poco de todo, y lo mejor: una vista espectacular hacia el mar del Pacifico, una terraza sobre el bar desde donde el ocaso es inigualable.
Son amigos y vecinos de “La Soledad, cuartos & cabañas”, en la isla de Boca del Cielo, Tonalá, Chiapas.
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REGALO

Mi sobrino Abraham Moscoso Pimentel me trajo de regalo un ron guatemalteco Zacapa. Lo mejor de lo mejor. Salud y larga vida a este mi sobrino amoroso, que visitó a su tío en “La Soledad, cuartos & cabañas”, en la isla de Boca del Cielo, Tonalá, Chiapas.
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