Por la resurrección de Cristo somos ya criaturas nuevas. La vida del Resucitado nos inunda ya ahora. Hemos nacido de nuevo. ¿Hay acaso motivo para la tristeza, la desilusión o el desencanto?
Sobre el nuevo nacimiento, San Hipólito afirma:
«El que se sumerge con fe en este baño de regeneración renuncia al diablo y se adhiere a Cristo; reniega al enemigo del género humano y profesa su fe en la divinidad de Cristo, se despoja de su condición de siervo y se reviste de la de hijo adoptivo, sale del bautismo resplandeciente como el sol, emitiendo rayos de justicia y, lo que es más importante, vuelve de allí convertido en hijo de Dios y coheredero de Cristo» (Sermón sobre la Teofanía).
La Iglesia es fruto de la Pascua. Toda esa belleza tan atrayente brota de la victoria de Cristo sobre el pecado, sobre la muerte. La Iglesia no es nada sin la presencia y la fuerza del Resucitado. Pero este tampoco se hace visible sin hombres y mujeres que se dejen transformar por su poder.
Jesús ha vencido todos los odios, maltratos y se presenta con amor, según el Evangelio de hoy.
El saludo de Jesús quita la inseguridad, el miedo; su presencia es para ver la vida como triunfo sobre la muerte; entonces, la paz de Jesús pone en equilibrio nuestra mente y corazón.
Hay que volverse signos de paz con nuestros gestos, actitudes, palabras; que con todo nuestro ser comuniquemos paz; por ejemplo, vivir en paz interior y exterior unos con otros, sin hablar mal de alguno. Ser los primeros transmisores de paz.

LA MISERICORDIA DIVINA

En nuestra realidad, la vida no triunfa tanto la misericordia sino la justicia, pues nos ajustamos más a la ley; pero en parte está bien, pues, no podemos vivir sin la guía que nos da la ley, aunque, al final la última palabra es la de Dios.
Hay quienes dudan de que existe el infierno, argumentando que la misericordia de Dios es tan grande que impediría la condenación.
El evangelio habla del infierno. Dios es misericordioso pero también es juez; vamos a comparecer ante Dios o ante su tribunal.
Por maximizar la misericordia, llega a haber quien permite comulgar a todos sin estar en gracia de Dios, sin tener en cuenta la Carta a los Corintios que “quien comulga indignamente come y bebe su propia condenación”.
Cristo no reprocha que lo hayan dejado, sino que llega con regalos: “la paz esté con ustedes…”
Pon los ojos en Dios, quítate el miedo, siente la paz de Dios, esta es la victoria que pone en armonía la mente y el corazón. La paz es “cálmense, ya pasó todo, no hay que buscar venganza contra Judas, contra Pedro…”. A pesar de que se fueron todos, aquí estamos.
La misericordia no es un tiempo sino un estilo de vida, donde no hay límites para amar; llevar la ternura. Empaparme de la misericordia de Dios para ofrecer misericordia a los demás. Que todo nuestro lenguaje verbal y no verbal sea de misericordia, ej., curar las heridas de los que están sufriendo, ser cálidos para expresar el amor de Dios; Dios nos ha llamado para ofrecer misericordia a los demás.
Para que la gente experimente la misericordia de Dios necesitamos administrar el sacramento en horarios estables como mínimo; de lo contrario, ¿quién nos supliría como sacerdotes en este ministerio? De este modo somos responsables en gran parte de que se acerque la gente dignamente a comulgar.
Solo quien ha vivido la misericordia podrá adoptar el estilo de misericordia de Dios. La iglesia es más auténtica cuanto más se ajusta a Dios.
Dios es pura misericordia –papa Francisco-. A Dios nadie le puede poner límite. Llevar la caricia de Dios es llevar la misericordia en el preciso momento.
La misericordia tiene que ser nuestra historia para que se haga historia de la iglesia.
Misericordia significa vivir curando, sanando a los demás.
La misericordia consuela, alegra, soluciona. Esto es hacer triunfar el amor de Dios.
Que la gente sintonice por dentro lo que estamos celebrando por fuera. Hacer que los corazones gocen la comunión con Dios, que disfruten el proceso de renovación. Tiene que haber una elocuencia entre lo divino y lo humano.
Aprovechar que nuestra gente se acerca a los templos y celebraciones, quiere decir que algo está buscando.
Lo exterior si sirve, pero es instrumento para llegar al éxtasis del amor divino. Necesitamos vivir y hacer vivir lo que vivimos nosotros: la Pascua bien vivida y bien gozada.
Promover el rezo de la Coronilla de la Misericordia, porque es una oración que tiene mucho poder; promover las obras de misericordia corporales y espirituales, y que las personas obtengan la indulgencia plenaria.
Que se haga estilo de vida cristiana la misericordia.

EVANGELIO PARA NUESTRA SOCIEDAD

Para mejorar a la sociedad hay que reparar al ser humano desde los sacramentos. Si la persona está rota no podemos componer la sociedad. Vivimos en un liberalismo, no tanto como fenómeno político sino cultural, sino donde todo se permite hacer el hombre. Por ejemplo, ¿qué fe le das a tu hijo para que la sociedad no lo dañe y para que él no la dañe?
Necesitamos hacer una sociedad sacramental (cf. libro “La primera sociedad, Scott Hahn, ed. RIALP). Si como Iglesia no fomentamos los sacramentos, no tenemos nada que hacer. Ej., el matrimonio si no llega a ser sacramento, no ajusta para cumplir las responsabilidades que conlleva esta institución natural.
Mucha gente está deprimida, vive triste, sin encontrar sabor a la vida. Es importante recuperar los signos pascuales y de alegría: la imagen del resucitado, el cirio pascual, aleluya, las flores, la fiesta, comunión eucarística, aspersión del agua, el incienso, celebrar la Misa superando el modo mecánico. Necesitamos estar imbuidos de la Pascua de resurrección, es decir, dar signos de vida y vida de calidad.

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