I. SER HOSPITALARIOS

Realidad: En el mundo hay mucho egoísmo, individualismo, vanidad…

Sin embargo, es posible ser cada día mejores; por el bautismo fuimos sepultados al pecado y tenemos una vida nueva (segunda lectura de hoy), podemos ir haciendo realidad esta vida nueva.

El Reino de Dios conlleva ser hospitalarios como lo fueron la mujer sunamita y su esposo para con el profeta Eliseo. Mujer desprendida, rasgo de una auténtica y calidad hospitalidad.
Cristo se hace presente no solo a través de su Palabra y los sacramentos, sino también en las personas. Hay que tener apertura al prójimo, abrir el corazón a nuestros semejantes, entregar la vida por quienes nos necesitan. Ser capaces de servir como corresponde a tan santos misterios, a Dios y al prójimo.

La comunión con Dios conlleva la comunión con nuestro prójimo; unidos a Cristo hemos de dar buenos frutos que permanezcan para siempre.

Aún las acciones más pequeñas –como las que pode Cristo en el Evangelio-, hechas con amor, son recompensadas con Dios.

A Dios nadie le gana en generosidad, es el que mejor sabe recompensar los esfuerzos, la hospitalidad y todo lo bueno que hagamos. Por ejemplo, al matrimonio que hospedó a Eliseo le dio la mayor bendición que esperaba: tener un hijo; y cuando ese hijo murió, el profeta Eliseo se los resucitó. Dando es como recibimos.

II. SEGUIR A CRISTO CON RADICALIDAD

Realidad: Quien sigue a Cristo tiene dificultades, incomprensiones, v. gr. la esposa que va a la parroquia y el esposo se enoja… Hay una gran descristianización, se quiere un cristianismo sin moral, sin compromiso, sin cruz o con una cruz muy ligera, cristianismo light que no nos lleva a la salvación.

En realidad, “el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí”: quien ama más a la criatura que al Creador, no es digno de alcanzar el Reino de los cielos.

Hay cosas que antes de ser vividas necesitan ser entendidas, por ejemplo, ¿qué hacer ante los papás ancianos? Nadie hay como un hijo o una hija; a veces hay más hermanos, pero hay una parte que nos toca hacer.

¿Por qué el amor a Dios tiene que ser primero? Porque Dios ha creado a papá, a mamá, a mí…, por eso Dios merece ser amado en primer lugar, sin negar el cuarto y quinto Mandamiento.

El orden del amor es: que Dios siempre ocupe el primer lugar y después todo lo demás. Amar a Dios sin condicionarlo por los demás amores, como puede ser el amor a los papás. No anteponer nada a Dios.

Cuando el hombre ama a Dios como Dios se lo pide, también ama a su padre y a su madre como deben ser amados. Algo semejante sucede en el amor del noviazgo, si los dos (en pareja) aman a Dios, se llegan a amar auténticamente entre ellos, pero si uno no ama lo suficientemente a Dios, es más probable que llegue a fallar a su pareja. No se trata de despreciar… sino de ordenar. Ordenar también nuestros afectos y sentimientos. Dios es la fuente del amor; quien ama a Dios ama al prójimo; no tiene por qué haber rivalidad en ambos amores.

“El que ama a… no es digno de mí” significa que quien prefiere de modo carnal y no de forma espiritual, no da el paso del orden carnal y afectivo al orden espiritual; hay que ser realmente espirituales para dar ese paso.

¿Dónde están puestos nuestros afectos, intereses, sentimientos? El amor de Dios tiene que superar todo amor. Si hemos optado primero por Dios, si lo elegimos en primer lugar, merece ser amado en primer lugar; quien en el camino cambia de amor, es traicionero.

¿Nuestro amor está vivo ahí donde elegimos o se está apagando? ¿Decimos la verdad con obras o estamos mintiendo?

Sin desanimarnos, hay que emprender batallas todos los días; si le hemos fallado a Dios tenemos que volver a empezar.

III. EVANGELIO PARA NUESTRA SOCIEDAD

Realidad: Hay mucho individualismo, egoísmo, consumismo, el gobierno a veces da migajas, lo cual es para tener algo, peor es nada.

Necesitamos como sociedad tener conciencia del bien común, ser hospitalarios, abiertos y esforzados; por ejemplo, recibir para que nazca todo niño engendrado, luchar por el progreso integral y no solo económico sino principalmente en que se vivan los valores universales de la verdad, justicia y solidaridad.

Nada que hagamos quedará sin recompensa y muchas veces desde esta vida y no solo en la vida futura.

Todos somos peregrinos en la tierra, todos necesitamos el sustento de cada día. Hay que tener gestos de amabilidad, de acogida a los demás, como por ej., un saludo, expresar los buenos deseos… Lo que hacemos al otro: al niño, enfermo, inmigrante, etc. en realidad nos lo hacemos a nosotros mismos y se lo hacemos a Dios, quien es autor de la vida humana. Necesitamos vencer el egoísmo, individualismo, la injusticia, porque el otro (ser humano) es otro “yo”.

Hay cosas a las que no hay que llamarles cruz, porque el mismo hombre se las busca, por ejemplo, hemos de asumir las consecuencias de la elección de nuestros gobernantes –si es que en realidad hay una democracia como fruto del ejercicio del raciocinio-. En cambio, sí hay que cargar con mucha humildad la cruz que realmente viene de Dios.

Santa Teresa de Ávila decía que los templos están llenos de demonios que no quieren cargar la cruz; se quiere una cruz de flores únicamente. Hay que disfrutar las alegrías, pero cuando lleguen los momentos de cruz hay que afrontarlos también. Si queremos el domingo de Resurrección antes hay que pasar por el Viernes Santo.

Distinguir la cruz propia de la cruz de los demás, a quienes solo podemos ayudar como cirineos, por ej., hay mucha gente que ayuda a los migrantes hacia U.S.A, hay quienes sí hacen bien y son generosos con su trabajo en las instituciones públicas como hospitales, clínicas…. Que el bien triunfe sobre el mal; es mayor el bien que el mal que hay en el mundo.

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