2D4D61FBB34D48C1IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO:

DE TIXTLA A TOLUCA.

ERNESTO PASTENES HERNÁNDEZ¨

A 128 años del fallecimiento en San Remo, Italia y a 186 años más 3 meses del nacimiento en Tixtla, del insigne literato tixtleco llamado con justicia: “Padre de la literatura nacional”,  “Fundador y pionero del normalismo mexicano”, “Creador del periodismo moderno”, “Iniciador y héroe de la cultura nacional”, “Promotor de la literatura y la Cultura”, así como “Primer liberal social de México”, su vida y obra constructora siguen siendo faro de luz para nuestra patria.

Por lo mismo me permito presentar en su honor este modesto trabajo, citando las  palabras del célebre legislador guerrerense Carlos Román Celis, quien afirmaba que “Tixtla, le dio a nuestro país al auténtico consumador de la independencia nacional: el Gral. Vicente Guerrero; pero también le dio a la Nación al genuino consumador de la independencia cultural: el maestro Ignacio Manuel Altamirano”.

Ignacio Manuel Altamirano nació en el barrio de San Lucas, en Tixtla, entonces municipalidad del estado de México, un día 13 de noviembre de 1834; en el seno de una familia humilde con marcados rasgos indígenas, siendo bautizado en la Iglesia de San Martín de Tours de ese lugar con el nombre de Ignacio Homobono Serapio Altamirano Basilio; siendo hijo de José Francisco Nazario Altamirano Astudillo y Juana Gertrudis María de los Santos Mártires Basilio Bello. El nombre de Manuel lo tomó, al mismo tiempo que excluía los de Homobono y Serapio, posiblemente en honras a su padrino Manuel Dimas Rodríguez, aunque su servidor asegura que fue en honor a su bisabuelo materno, el teniente insurgente Manuel Bello (amigo del general Vicente Guerrero, y ejecutado por el gobierno de Anastasio Bustamante en 1832 en la Ciudad de México).

            Sus estudios básicos los efectúa en la escuela del maestro Cayetano de la Vega ubicada en el barrio de Santiago; la cual dividía racistamente a sus alumnos en: “niños de razón”, formado por hijos de criollos y mestizos ricos, a los que se les enseñaba a leer y escribir, y manejar las 4 operaciones aritméticas elementales así como gramática y rezos; y el niños “sin razón” o “indios” integrado hijos de gente pobre e indígena a los que sólo se le enseñaba a santiguarse y ser “buenos y dóciles cristianos”.

Su ingreso a esa escuela, a la edad de 8 años coincide con la elección como alcalde de su padre don Francisco Altamirano, lo que motivó que don Cayetano, director de la escuela, cambiara de inmediato al niño Ignacio con los “niños de razón”. Este hecho cambiaría radicalmente su vida, ya que pese a las preceptos sociales como lo obscuro de su piel, demostró a todos su adelantada inteligencia y talento, así como su enorme aplicación al estudio en búsqueda de conocimientos, logrando perfeccionar su español, y asimilando cualquier conocimiento a través de la lectura, la escritura y la aritmética, llegando a ser el mejor alumno de su clase.

            Por el año de 1847 (a los 13 años de edad) concluye su educación básica, pues sus maestros admitían que Ignacio sabía y dominaba con destreza cualquier tema que pudieran ensañarle, por lo que le sugirieron a su padre don Francisco, que mejor lo ocupara como aprendiz de x oficio, pues con su habilidad natural, llegaría sin lugar a dudas a ser un gran carpintero, herrero o pintor.

Por ese tiempo, 2 grandes humanistas y bienhechores mexicanos; don Francisco Modesto de Olaguíbel y don Ignacio Ramírez “El Nigromante”, quienes eran gobernador y secretario general del gobierno del Estado de México (1847- 1848), deseaban que la educación se dispersara en toda la población de su entidad, en un intento combatir la ignorancia, principalmente entre la población menos favorecida como la indígena.

A tal propuesta se sumó el maestro y abogado indígena Felipe Sánchez Solís director del Instituto Científico y Literario de Toluca, institución de estudios elementales y superiores laicas, establecido con el propósito de arrancar el privilegio educativo, casi exclusivo de la Iglesia católica.

Fue durante el periodo del gobernador Mariano Ariscorreta (antiguo partidario del general Vicente Guerrero) quien a petición de don Ignacio Ramírez, promulgó el decreto número 112 del 09 de enero 1849, expedido por la legislatura local del Estado de México, el cual creaba las llamadas “becas para alumnos indígenas de municipalidad” en el Instituto Literario de Toluca, favoreciendo a 45 alumnos de escasa condición económica.

Para el 10 de mayo 1849, en 2 caballos prestados por su paisano, el comandante Ignacio Campos, el joven Ignacio Manuel Altamirano (de 14 años y 5 meses de edad), y su padre Francisco Nazario Altamirano, salen de su natal Tixtla rumbo a Toluca con el propósito de ingresar al Instituto Literario; remontando veredas y caminos de herradura por las serranías surianas. La noche del día 10, la pasaron en Mezcala; el día 11, en la villa de Tepecuacuilco; el día 12, en Puente de Ixtla; el día 13, en Malinalco; el día 14, en Tenancingo; el día 15, en Tenango del Valle; el día 16 llegan por fin al valle de Toluca, luego de 7 días de trayecto entre esos 2 valles (Tixtla y Toluca), con la sola finalidad: inscribirse al Instituto Literario de esa ciudad.

Al siguiente día (17 de mayo de 1849), Ignacio (de 14 años y medio de edad), acompañado de su progenitor, se presentaron en el Instituto Literario de Toluca, solicitando su ingreso gracias a una beca otorgada por don Ignacio Ramírez. Por su vestimenta y aspecto, fueron tratados con descortesía por los asistentes del director Felipe Sánchez Solís, quienes le impusieron una serie de obstáculos para su admisión.

Uno de los discípulos de Altamirano, el escritor y poeta Juan de Dios Peza, nos describe sobre ello, un hecho tan penoso pero a la vez tan interesante; ya que estando el maestro Altamirano en la sala principal de la biblioteca de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, con sus alumnos (como el mismo Peza, Justo Sierra y Jorge Hammeken), redactando el periódico “La Tribuna”; llegó ante ellos un caballero de aspecto indígena, pero vestido con suma elegancia, quien preguntara por Manuel Payno (también colaborador del rotativo). Ante la sorpresa de todos, el maestro Altamirano lo humilló acremente, impidiéndole que se sentara. Pero dejemos que el propio Altamirano nos narre y explique la causa de su agresiva reacción:

 “….. Era yo un niño muy pobre, desnudo, descalzo, que hablaba el mexicano mejor que el español, y cuando en la escuela de mi pueblo me aprendí cuanto aquel maestro me enseñaba, éste me tomó de la mano, me llevó con mi padre y le dijo: “Ya no tengo nada que enseñar a este muchacho; llévelo usted con esta carta al director del Instituto de Literatura de Toluca, para que allí lo ponga en condiciones de hacer una carrera, y así conquiste el porvenir que se merece… A la mañana siguiente, mi padre se echó un huacal a la espalda, con tortillas gordas y unos quesos frescos, me tomó de la mano y salió conmigo de Tixtla, para caminar hasta Toluca. Dormíamos a campo raso y bebíamos agua en los arroyos que encontrábamos…Excuso decir que llegamos a Toluca rendidos, a las cuatro de una tarde nebulosa y fría… Para no perder tiempo, mi padre se fue conmigo al Instituto y buscamos a don Francisco Modesto Olaguíbel, que era el rector, o en su ausencia, al licenciado don Ignacio Ramírez, que era el vicerrector. Ni uno ni otro estaban, y mi padre, llevándome de la mano, se encontró con un caballero que acaba de entrar y que estaba empleado en la secretaría… -No están -le dijo con tono agrio-; pero puedes esperarlos… -“Mi padre, en el colmo de la fatiga, se sentó en una silla, y yo, a sus pies, en la alfombra”. Cuando ese caballero nos vio, miró con profundo desprecio a mi padre y le dijo: “-Vete con tu muchacho al corredor, porque aquí no se sientan los indios”.

Hay que puntualizar que don Francisco Altamirano, era conocido y amigo del general Juan Álvarez Hurtado, lo que le permitía conocer y tratar a  algunos políticos liberales, aparte de ser un gestor natural de los nativos de su tierra, por lo que sabía argumentar y defender alguna causa que consideraba justa. Por lo que al negársele hablar con los directivos, amenazó con pedir el apoyo para el ingreso legítimo de su hijo al ex gobernador Mariano Ariscorreta, o acudir con don Mariano Riva Palacio (esposo de Dolores Guerrero), influyente político del gobierno federal.

Cuando Altamirano en compañía de su padre, por fin pudieron hablar con los directivos de Instituto, éstos les negaron la inscripción cuestionándoles varios impedimentos como que el solicitante tenía más de 14 años y no los 12 años indicados por el decreto; o que el tiempo de inscripción ya había concluido, e incluso que ya las clases habían iniciado. Ante tanto impedimento don Francisco habló con el director Felipe Sánchez Solís, con quien después de discutir acaloradamente, aceptó a Ignacio como alumno, justificando al decir que “lo había aceptado en consideración de que procedía de  un pueblo tan alejado como peligroso”, pero bajo la condición de pagar antes de 12 días el importe de 4 mensualidades atrasadas ya que en caso contrario sería dado de baja como alumno.

Así el joven Altamirano ingresaba al Instituto Literario de Toluca, con otros 44 alumnos indígenas y pobres, quienes tendrían la calidad de internos; conviviendo con otros colegiales con característica de externos (hijos de ricos comerciantes y terrateniente, vestidos elegantemente y sobretodo bien alimentados). Mientras tanto su padre regresaba a Tixtla a reunir la cantidad adeudada.  Estos alumnos de municipalidad compartían las aulas con cerca de 100 alumnos de familias opulentas, mientras que los becarios se ajustaban a lo poco que se les brindaba: una sencilla cama con su colchón y sábanas y un anaquel.

Pese a su pobreza económica, Altamirano desde su ingreso a la institución, reveló su pericia e inteligencia, obteniendo las mejores calificaciones, siendo descrito como sobresaliente, ganándose el respeto y reconocimiento de sus compañeros y de sus maestros por su inclinación al estudio.

No tardó en convertirse en el bibliotecario del propio Instituto, lo que le permitió relacionarse con la ideología del liberalismo y convertirse en discípulo y amigo del “Nigromante” Ignacio Ramírez, quien era profesor del Instituto.

El 12 de septiembre de 1849, desde Tixtla, el general Juan Álvarez, remite una carta al gobernador del Estado de México, Mariano Riva Palacio para pedir ayuda para el alumno del Instituto Literario de Toluca, Ignacio Manuel Altamirano, diciendo:

“Entre los jóvenes que de este rumbo se han pedido por ese Gobierno para su instrucción, se encuentra un hijo de esta ciudad llamado Ygnacio Altamirano, salió de aquí de limosna, contribuyendo yo para su viaje, tenemos noticia que promete mucho, pero que padece grandes necesidades, séame permitido por todo recomendarlo a la bondad de Usted”.

El presidente José Joaquín de Herrera, promulga el 27 de octubre de 1849, la fundación oficial del estado de Guerrero; en honor al general Vicente Guerrero; y mediante decreto emitido por el Congreso General, el general Juan Álvarez es nombrado gobernador provisional del naciente estado.; por lo que Tixtla deja de pertenecer al Estado de México.

Para el 12 de noviembre de 1849, desde Chilapa, en naciente estado de Guerrero, el general Juan Álvarez, envía otra carta a don Mariano Riva Palacio, gobernador del Estado de México, para solicitarle apoyo a favor del alumno Ignacio Manuel Altamirano, expresando:

“Acabo de saber por los padres de don Ygnacio Altamirano, colegial en esa ciudad y recomendado mío; que si no se le ha presentado para saludarlo y hacerle una visita a mi nombre, ha sido porque se lo impiden; ruego a Usted, en consecuencia tenga la bondad de mandarlo llamar y que le extienda su mano protectora”.

Ante su muy probable expulsión del Instituto Literario, el 29 de agosto de 1850, Altamirano, escribe una carta al general Juan Álvarez, gobernador interino del inicial estado de Guerrero, para informarle sobre el caso y sobre sus penurias económicas por su situación becaria en el instituto, a causa de ya no pertenecer Tixtla (su tierra natal) al Estado de México; y por la supuesta autoría de unos versos obscenos. El general Álvarez intercede ante el gobernador mexiquense Mariano Riva Palacio, para impedir su expulsión.

Ante presiones reaccionarias, el liberal Felipe Sánchez Solís, deja en diciembre de 1851, la dirección del instituto, quedando en su lugar el conservador Francisco de la Fuente, quien en enero de 1852, expulsara de la institución a maestros liberales como Ignacio Ramírez.

El 20 de julio de 1852, el joven estudiante Altamirano (de sólo diecisiete años) surge como luchador social de tendencias liberales al divulgar su periódico sarcástico “Los Papachos”, promotor de ideales progresistas, Lo que provoca que 11 días más tarde, y por no cubrir las cuotas de colegiatura, cuyo adeudo era de 567 pesos, causó baja del Instituto Literario de Toluca (20 años después recordaría ese suceso al escribir: “… (ese) periodiquillo fue causa de que nos expulsaran a (Juan Antonio) Mateos y a mí de cierto colegio de cuyo nombre no quiero acordarme….Desde tan corta edad comencé a ser mártir de la libertad de prensa”.

Así fue como Altamirano abandona el Instituto Literario de Toluca. Para mediados de 1854, inicia su primer ciclo como estudiante de leyes del Colegio de San Juan de Letrán; y para diciembre de ese año, solicita baja temporal del Colegio de San Juan de Letrán para apoyar la caída de la dictadura santanista, uniéndose al Plan de Ayutla que encabezara su amigo y protector, general Juan Álvarez Hurtado.

Esperando haya sido de tu interés este sencillo relato, del polifacético maestro Altamirano, quien destacara como escritor en sus diversas facetas: como periodista, historiador, crítico literario, dramaturgo, orador, poeta, cronista, biógrafo, novelista, autor de célebres cartas y de un Diario íntimo, además de ser un distinguido dirigente masón; destacado soldado liberal y republicano de la patria; incansable promotor cultural, insigne educador, pero sobre todo un ejemplo de mexicano.

Por ello, el mejor homenaje que se le puede hacer al maestro Altamirano es leer sus escritos ya sea sus novelas, cuentos, poesías, crónicas…, todos ellos de impresionante belleza literaria; así como disfrutando de sus incendiarios discursos políticos o sociales, que motivan a quien los lee o escucha, y hacen que queden maravillados por su fértil, entendible y emotiva elocuencia.

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ERNESTO PASTENES HERNÁNDEZ,

CRONISTA MUNICIPAL DE TIXTLA, GRO.

13 de Febrero de 2021.


¨ Ex docente del Plantel número 11 del Colegio de Bachilleres, de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa y cronista municipal de la ciudad de Tixtla, Gro.

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