Por Pbro. JORGE AMANDO VÁZQUEZ RODRÍGUEZ

Ante una cultura como la nuestra tan carente de lenguaje y signos concretos para expresar y simbolizar nuestros problemas, emociones, incluso nuestras necesidades materiales conviene tener en cuenta la lectura de la Biblia que mucho nos puede ilustrar y llenar esta laguna que cada vez crece más y más.
Continuado con nuestro artículo anterior agregamos dos elementos tomados del ejemplo de la Biblia que abonarían a nuestro entorno cultural:

  1. LA NARRACIÓN Y LOS SENTIMIENTOS

A la cultura bíblica no le gustan los conceptos, las ideas, las discusiones, sino que invita a escuchar el corazón (que es la sede de las emociones, pero también de la evaluación, de las decisiones, de los deseos).
Ya desde aquí está una aportación muy valiosa: escuchar el corazón, algo que no hacemos tan frecuentemente. Hemos banalizado el tema del corazón, limitándolo sólo un sentimentalismo simplón y pasajero. Escuchar al corazón es al mucho más serio como por ejemplo, cuando se siente triste por una relación fallida con Dios y la poca conciencia en nuestros decisiones que nos han postrado en la ansiedad y depresión.

La Biblia no presenta el misterio de la vida de manera abstracta y teórica, sino mediante narraciones, de las que surgen las preguntas fundamentales: ¿qué sentido tiene todo esto? ¿Por qué existe el mal, la muerte, la violencia sexual, los desastres medioambientales?
Como nos habremos dado cuenta la clave es preguntarnos aunque las respuestas no surgen (ni deben surgir) de manera inmediata.

Enfrentar estas cuestiones, inevitables para el ser humano, implica establecer un diálogo entre el mundo del texto y el mundo del lector. Más que ofrecer respuestas, este diálogo involucra, suscita sentimientos, presenta un camino posible. Incluso a nivel individual, el hombre se conoce, comprende quien es y qué está buscando (incluida la dimensión terapéutica), cuando empieza a contar su historia a los demás.

Hoy en día muchos jóvenes se sienten mal, pero no son capaces ni siquiera de nombrar su malestar, porque no tienen a su disposición relatos que puedan ofrecerles una identidad y una lectura de la vida; se encuentran en medio de un conjunto de experiencias y hechos dispersos, carentes de un proyecto unificador. Los sentimientos, los deseos, no existen en la naturaleza, no son un dato biológico, sino que se conocen y comprenden en el marco de un relato, con las vivencias y los modelos que están presentes en él.

Los sentimientos son un elemento de verdad de nuestra relación con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Son, además, una señal de alarma de un malestar.
La sabiduría bíblica invita a mantener estrechamente unidos el conocimiento y los afectos, el corazón, la inteligencia y la fe: en esta unión se encuentra la confirmación posible de nuestras evaluaciones, elecciones y decisiones.

  1. Pensemos en la importancia que otorgan los Evangelios a los sentimientos ante un acontecimiento, como el gozo de los Reyes Magos cuando ven la estrella (cfr Mt 2,10),
  2. La tristeza del joven rico frente a la propuesta de dejar todo y seguir al Señor (cfr Lc 18, 23),
  3. El miedo de Pilatos al saber que Jesús se proclamó Hijo de Dios (cfr Jn 19,8).
  4. Los discípulos de Emaús, rememorando el encuentro con el Señor, inicialmente no reconocido, quedan impactados sobre todo por las resonancias afectivas de sus palabras: «¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino?» (Lc 24,32).
  5. EL DIÁLOGO
    La creación de una cultura dialógica como lo señala Adela Cortina, es indispensable para una vida ética. Y de esto aprendemos magistralmente con el estilo que permea a la Biblia. Dios es un amigo que dialoga.

La Biblia nos presenta siempre, a lo largo de toda su narración, un Dios rodeado de gente que, la mayor parte de las veces, parece incapaz de comprenderlo.

El diálogo entre los personajes refleja la situación de Jesús y de sus interlocutores. En su conjunto revelan un estilo, una manera de enfrentar las incomprensiones y los conflictos.

Esta actitud dialogante está también presente en las parábolas en el personaje que de vez en cuando interpreta el papel de Dios.
Platón ya usaba este mismo método que los filósofos llamaban peripatético, y lejos de lo que podemos pensar el día de hoy, los diálogos no siempre llevan a una conclusión apodíctica, o sea, irrebatible, ni tampoco se trata de eso.

Dialogar es un placer que hoy muy pocos tienen, mantenemos nuestras distancias, no tan solo con nuestros familiares, compañeros de trabajo, sino incluso con los amigos, con los que más cercanos también tendríamos que estar. Sólo por el placer de dialogar.
En el caso del Evangelio (Lc, 15):
Esta tensión se mantiene de generación en generación. Es significativo que las parábolas se terminen sin dar la respuesta del hijo mayor, de los siervos, de los trabajadores que llegaron temprano: no sabemos si después del diálogo estos cambiaron de idea.

La conclusión permanece en suspenso, pues a esas alturas la parábola se dirige a cada uno de nosotros. El diálogo prosigue: «Y tú, ¿qué piensas?», parece sugerir el texto.

En un mundo rodeado de Redes sociales vivimos aislados, sin un diálogo sincero y audaz.

La Biblia es un verdadero libro de emociones por explorar y explotar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *