Era una tertulia en la banqueta de una casa entre los pueblerinos y brindaban a todo dar. “Bueno, expreso Luis; pues el recorrido fue por la calle Independencia, la principal, todas las casas bien arregladas, las calles regadas y adornadas con banderas”.

“La valla de estudiantes era interminable, las porras organizadas y los gritos alusivos al futuro Presidente de la República estaban en su apogeo. “El hombre agradecía las ovaciones y repartía sonrisas a toda la gente, que se entregó con típico gesto del mexicano, al futuro rector del país.

“Cuando pasó por una de las casas altas que hay en el pueblo, don Adrián se encontraba en la banqueta de la misma, como siempre hasta el ‘gorro’. De repente, nuestro amigo comenzó a gritarle al candidato en forma procaz:

-¡Díaz Ordaz, Díaz Ordaz! –

“El candidato escuchó y volteó a ver quién lo llamaba, y. Adrián, sin el menor asomo de inhibición, le dijo: -“¡Amigo, te hicieron tarugo, por de decirte más feo, te trajeron por la calle bonita, que arreglaron desde ayer que supieron que venías, diles que te lleven por aquella, señalando con la mano hacia el oriente, allí te vas a atascar de lodo hasta el pescuezo!

El entonces candidato, sólo esbozó una comprensiva sonrisa, y ordenó que siguiera la marcha, mientras que a don Adrián lo tomaban por los brazos dos policías y sin que sus pies tocaran el suelo, fu conducido a la cárcel. Al día siguiente fue liberado y le perdonaron la multa. De mi libro “El Otro Rostro”. 1986. Los dibujos son de mi amigo Alfredo Mejía

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