Por Ignacio Hernández Meneses

Seis meses del paso del huracán Otis, tragedia, calor, miedo, rapiña, despensas, enseres, censo, dinero, negligencia, polvo, lodo, oscuridad, fueron el sello de Otis.

La historia nos cuenta que Acapulco significa -de acuerdo con los vocablos del Nahuatl, Acatl, carrizo o caña; poloa, pul, destruir y co, lugar- que, es el lugar se destruyeron los carrizos.

Hoy, con esta nueva historia podemos agregar que nuestro puerto bien debe llamarse Acapulcotis. El lugar donde fueron arrasados los carrizos, los carrazos, los comercios, hoteles, discotecas, restaurantes, yates, casas, los tinacos y colchones…

Además levantó cemento, acero, árboles, pero los acapulqueños cada quien desde sus propias trincheras hemos estado avanzando para la reconstrucción de nuestras casas y ciudad.

Otis ha sido una dura lección. Desde la profundidad de la moral de cada quien, surgieron varias leyendas urbanas.

Al amanecer del 26 de octubre, la rapiña se convirtió de pronto en un cáncer social.

No se justificaba por nada, pero en manada, algunas personas como si fueran tribus, aprovecharon de que todas las policías desaparecieron del mapa de la tragedia. En el Sanborns centro se robaron todo, menos los libros, nadie tuvo hambre de conocimientos.

Luego vino el bendito y maldito censo del Bienestar. Fue de gran ayuda para miles de familias, dicen que 250 mil, pero para algunas otras personas fue un río revuelto, ganancia de vividores.

Hubo quienes se apuntaron hasta tres veces, mientras que algunas otras personas no recibieron absolutamente nada.

Una señora con cara de chilanga no supo decir ante la mesa de registro en que colonia vivía. Otro presunto damnificado con tono de norteño dijo allá en la Plaza de Toros Caletilla que vivía en la colonia Carlos Salinas de Gortari cuando en Acapulco no hay ninguna colonia con ese nombre, hay una sí, que se llama Margarita de Gortari, fundada en 1989.

Y llegaron las despensas nuestras de cada día.

Cuponera en mano, muchos acapulqueños fuimos a las filas, parecía concurso de carreras, veíamos un camión verde olivo con guachos y se armaba la fila.

En mi rumbo, vimos de cuándo dos mujeres se agarraron de las greñas hasta quedar moreteadas y semidesnudas, sobre la avenida Adolfo López Mateos, en playa La Angosta. Pero algunas doñas nos mitotearon que se andaban peleando un hombre, un tipo regordete del tenebroso barrio de Petaquillas. No peleaban pues las despensas, disputaban un corazon de bronce, era un pleito por hambre de amor.

También se registraron varias historias alrededor de la entrega de enseres.

Pero mas historias van a nacer dentro de nueve meses por los colchones que las parejas recibieron para sus hogares.

Los cargadores con sus diablitos hicieron su agosto. A 200, 300 pesos por llevar el refri, colchón, estufa, venti y los sartenes por una distancia de 15 metros. A 100 por cinco metros.

Aunque no hubo Fonden, debemos reconocer que el gobierno de la República nos tendió la mano y bien, en este momento gris y amargo.

Si esta triste historia hubiera sido antes del 2018, nos hubieran dado nadamás un zarape. Gracias compañero Presidente Andrés Manuel López Obrador.

Sin embargo, hace falta un Plan para la Reconstrucción Integral de Acapulco.

Es cuanto por ahora.

Esta triste historia, continuará.

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