Barra Vieja, una pequeña comunidad cerca de Acapulco, es un lugar de calidez y hospitalidad. Las familias, compuestas por hombres y mujeres trabajadoras, llenan las calles de vida. Los niños juegan en sus patios, sus risas resuenan por todo el pueblo. Al pasar, te saludan con una sonrisa genuina y un cálido “buenos días”.
Nuestro día dio un giro extraordinario cuando nos embarcamos en una aventura culinaria en “El Pescadito”, un restaurante en la pintoresca Barra Vieja. El entorno era único, con bancas de comedor comunitarios que nos invitaban a compartir la experiencia. Saboreamos las deliciosas picadas fritas y mariscos, con el “Pescado a la Talla” robándose el espectáculo. Este favorito local, que había triunfado en una competencia en toda la ciudad, fue una verdadera delicia culinaria.

El restaurante “El Pescadito” está ubicado sobre una hermosa laguna de aguas cristalinas donde los pescadores lanzan sus redes para capturar peces. Su piso es de sacos de arena, lo que limita el restaurante de la laguna.

Una familia de cerditos disfrutando de su baño de barro en la orilla de la laguna nos recibió con un “Oinc, oinc” (bienvenidos) y nos invitó a jugar con ellos: “Oinc, oinc, oinc (vengan a jugar). Les agradecimos su invitación y los observamos con gran diversión. Gracias a Dios pude entenderles porque soy políglota en los sonidos del lenguaje animal.

De repente, al sentarnos en nuestra mesa asignada, sentí la sensación de una luz con un brillo cálido. Sí, era un jovencito que más bien parecía un solecito radiante que un ser humano (de esos soles que los niños realizan en sus primeros dibujos), y nos dijo:

  • ¡Hola, buenos días! soy Fidelito (creo que debe ser muy querido al decir su nombre en diminutivo), yo voy a ser su mesero.
    Su voz todavía sonaba infantil, tenía una sonrisa amplia y franca, enmarcada de sus dos cachetes, que más bien parecían dos suculentas manzanas listas para ser mordidas, con estatura pequeña de acuerdo a su edad.
    Su apariencia era nítida como todo buen mesero, podías apreciar en su persona que era bien atendido y criado por su familia, ya que transmitía ese amor a sus semejantes en el servicio.

En el transcurso de la comida ya no pude dejar de observarlo. Estaba sorprendida de haber encontrado a ese ángel, sol, mesero, así como la buena fortuna de que fuéramos sus comensales.

Su servicio era armonioso y rápido; no necesitaba anotar en un papel-comanda para saber lo que se había ordenado y sabía exactamente lo que nos faltaba. Siempre estaba alrededor de nuestra mesa, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Siiempre atento a cualquier solicitud.

Fidelito me recordó a mis subordinados hoteleros quienes al comienzo de su carrera en la industria hotelera, escuchaban con gran interés los cursos gastronómicos que se les otorgaba; deseosos de superarse. Ahora son excelentes meseros y creo que en un futuro, porque no, Gerentes de Restaurant o Gerentes de Alimentos y Bebidas.
Cerca de nuestra mesa, también se pudo apreciar la presencia de un pájaro que con su exuberante plumaje; se acercó y comentó:

  • Hola, vine a saludar a Fidelito, me agrada verlo trabajar. Deseo que en mi próxima vida, Dios me permita ser humano y que ser mesero como él. Se alejo y postró en un árbol frondoso y empezó a entonar su canto.

Qué día tan fantástico fue el deleitarnos en el Restaurant El Pescadito con el extraordinario servicio de Fidelito, el pequeño mesero que irradia luz y amor en su servicio. Para mí era lo que hacía especial y lo calificaba como excelente.
Brilla fuerte , Fidelito, que nuestro Acapulco necesita personas como tu, quien con tu esplendor haga de nuestra ciudad un lugar turístico, que además de hablar de su belleza natural, hablen también de la nobleza y amor en el servicio ofrecido de nuestra gente.

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