–“¡Mi sangre!, ¿tú crees que vengo de una familia rica o pobre ?”, me preguntó sin dudarlo Alejandro Arcos Catalán, al llegar a su oficina en la casa de campaña, después de un intenso día de recorridos en el 2021. Yo le contesté: –De acuerdo a tus modales, tu educación, tus gustos por la buena música, por los caballos finos, creo que vienes de una familia muy acomodada.
Se sonríe y mientras se sirve un café me empieza a contar parte de su vida: –“Mis padres son maestros, yo desde muy joven crié gallos de pelea y los vendía, me iba bien, pero llegó un momento en el cual mi padre me dijo que ese negocio no lo veía bien, porque luego se generaban pleitos, atendí su preocupación y vendí mis gallos, me puse a criar perros de diferentes razas y los vendía, más tarde empecé con la comercializadora. Así me hice emprendedor”.
–”Siempre he rechazado la injusticia, me llega, me mueve, me hierve la sangre, inicié defendiendo de abusivos policías a vendedores ambulantes en el mercado, después organicé a los jóvenes, gestioné calles, electrificaciones, escuelas, nunca ha sido fácil, siempre he caminado y tocado puertas. Así me hice político y me esfuerzo por ser diferente”, me dijo.
Lo conocí en el 2011, hicimos campaña para el mismo candidato a gobernador. Siempre sonriente, animoso, alegre, inquieto, dicharachero. Pero firme, serio y valiente en sus compromisos. Le ponía energía a todo lo que hacía.
Cuando fue director del programa para los adultos mayores en el Igatipam, demostró su genuino interés por servir.
Recorrió el estado, buscaba que las personas mayores fueran atendidas, visitó asilos, formó clubes para distintas actividades, con verdadero cariño apapachaba los viejitos, nada lo cansaba.
En uno de sus recorridos por la Montaña, cerca de Paraje Montero, donde fue con su equipo a pagar la pensión, en un tramo los carros se detuvieron, por el mal estado del camino; era noche y hacía hambre, Alejandro se metió a una humilde casa, la señora de inmediato empezó a hacerle de cenar: sólo tortillas, salsa y sal, platicó con esa familia y al escuchar y ver la pobreza en que vivían lloró con ellos. Se comprometió a ayudarlos y lo hizo al poco tiempo. El organizador y guía de ese viaje fue el ingeniero Misael Huerta, que a nueve días sigue llorando la muerte del amigo Alejandro Arcos Catalán.
Participé muy cerca de él en su campaña del 2021. Pude pulsar su energía y amor por Chilpancingo. Hicimos caminatas interminables. En público y en privado se comprometía a ser el mejor presidente municipal. Decía convencido: –“Vamos a ordenar el transporte público, sé como traer agua para todos”… “¡Juntos lograremos la paz!”.
–“El cambio se verá desde el primer día”, decía convencido a su equipo, y será a través de la atención esmerada al ciudadano. “Cero prepotencia, cero arrogancia, cero burocratismo, cero corrupción. A Chilpancingo le urge un buen gobierno”, sentenciaba.
Tocaba puertas, escuchaba a la gente, los alentaba a organizarse y luchar, “juntos salvemos Chilpancingo”, les decía. El equipo de campaña hacía relevos porque el candidato era incansable. –“Tengo prisa; Debo estrechar sus manos y ver a los ojos a mis paisanos”, afirmaba sonriente.
Tres años después ganó. Planeaba una fiesta popular para su toma de protesta, llegó el huracán y canceló todo. –“No podemos festejar mientras nuestro pueblo sufre”, me dijo. En una ceremonia discreta tomó protesta y se puso a trabajar día y noche. Casi no dormía organizando comedores, refugios temporales y solicitando apoyos. Con el ejemplo alentaba a todo su equipo a trabajar. –“Vamos a salir adelante”, repetía a los damnificados del huracán. Había líder y el pueblo respiraba con alivio. Era ya ¡el mejor presidente!. Y llegó el fatídico domingo.
A todo un pueblo le dolió en el alma su muerte y la forma, aún nos lastima. Quienes lo hicieron sobrepasaron todos los límites. Si este crimen queda impune. Todos estariamos en riesgo.
Ahí estaba Alejandro en su ataúd; mataron al mensajero de la paz, cientos de sus paisanos hacían fila para despedirse de su cuerpo. Nunca había visto a tanta gente llorar.
Abracé a Sandy, su esposa y su eterna compañera. Abracé a su hijo Alejandrito, mi sangrita, su orgullo, que en su mirada de niño brillaba el dolor y las dudas que imploran respuestas. Me despedí de Alejandro. Y me quede un rato junto a su ataúd. Una señora humilde con sus hijos le lloran. –“Adiós Presidente, gracias por todo tu apoyo, tengo techo gracias a ti”, le decía con voz entrecortada.
Unas más le recuerdan el día que lo recibieron en su colonia.
–“Vi la noticia y vine corriendo rogando a Dios que no fuera cierto”, gritaban a llanto abierto.
–“Güerito chulo”, le dice una más, si no hubieras ganado, no te hubieran hecho esto, pero hay un Dios que todo lo ve y el te hará justicia”.
El pueblo sufre la muerte de un joven que en seis días grabó con letras de oro su nombre en la capital.
El cortejo fúnebre inicia con cientos y llegan miles al zócalo. En el trayecto hubo confetti, pétalos de rosas, exigencia de justicia, y mucho llanto. Se siente el dolor de todo un pueblo, con ello llegan al alma las palabras que compuso Manuel Monterrosas y que inmortalizó Vicente Fernández en el año 1976:
“O señor detén el tiempo te pido,
porque tú puedes hacerlo,
porque yo en verdad no entiendo Dios mío, ¿por qué? ¿Por qué? se nos va lo bueno…”.
Descansa en paz mi sangre, mi hermano, mi amigo Alejandro Arcos Catalan