Moctezuma puso sus manos en los hombros de Citlalixóchitl, bajó la cabeza, ella alzó el mentón y unieron sus labios en un largo beso. Ella, jamás había sentido la caricia de un hombre, se transportó al valle de los dioses, ya no quería separarse, fue como si un rayo recorriera su cuerpo.

–Amor mío, si nos amamos como lo siento ¿por qué esconder nuestro cariño?

Permíteme hablar con tu padre, le explicaré lo que significas para mí; cuando regrese irás a verlo, ya no podré vivir sin ti.

Moctezuma acudió ante el padre de Citlalixóchitl, quien no pudo rehusarse a recibirlo, era un príncipe y sería una descortesía imperdonable no atenderlo.

–Mi señor, con humildad vengo a verte, a comunicarte que amo entrañablemente a tu hija y deseo que sea mi souatl, esposa.

El padre de Citlalixóchitl guardó silencio, se sentía atrapado y a la vez atraído por la sinceridad del joven guerrero, por su educación y determinación.

Era hijo de Huitzilihhuit, que fue tlatoani, de alto rango militar, bien podía tomar a la muchacha sin esperar el consentimiento de su progenitor y su comportamiento le daba una muestra de gran calidad humana.

–Dime Moctezuma ¿Qué harás para convencerme del gran amor que dices tenerle a mi Citlalixóchitl? –A partir de hoy, todas las noches subiré al cerro más alto, lanzaré flechas con mi arco, simbolizará mi lucha para abrir los ojos de los dioses y ellos te confirmarán la limpieza de mis sentimientos.

Todas las noches repetía la misma acción y se hacían comentarios entre los habitantes de Tenochtitlan, lo llamaron Moctezuma ‘Ilhuicamina’, o sea, “El Flechador del Cielo”.
El padre de Citlalixóchitl lo mandó llamar: les dijo: –“No tengo duda de su cariño, deseo y le pido a los dioses que sean felices”. De mi libro Cuauhtémoc Conquistador.

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