Para la clase política, los analistas y los observadores en general, sigue siendo una incógnita el por qué López Obrador adelantó más de dos años, el “destape” de su futura sucesión.
Algunos piensan que es un balazo en la pierna. Sin embargo, es parte de la vena autoritaria del PRI, creada bajo los esquemas de una escuela política que instauró el “dedazo” en México desde hace más de 50 años.
Dividir, confrontar, eliminar contendientes, estigmatizar y realizar una purga; es una depuración casi santa, es la estrategia puesta en juego. Es exactamente lo que ha hecho en su gobierno.
Hoy, tras ese destape adelantado, ya se sabe perfectamente que existen cuatro grupos muy fuertes en Morena, que se disputarán el poder en el 2024. A dos de ellos ya les iniciaron procesos sumarios internos y los consideran “traidores”.
Así, sin ningún prurito, usa a los funcionarios y a los dirigentes como peones de su ajedrez. A los que no obedecen ciegamente, los desecha. No por nada lleva 3 secretarios de Hacienda en menos de tres años.

EL GRAN ELECTOR, PRESIDENCIALISMO REINSTAURADO
En resumen, esto tiene toda la huella genética en la forma de andar y legislar del viejo PRI. Hoy “el gran elector” vuelve a ser el Presidente de la República, y se reinstaura una figura nefasta que los mexicanos queríamos abolir.
Pero al nuevo gran elector no le interesa el intercambio de ideas; lo que busca es la confrontación, no sólo con los adversarios, sino entre los propios seguidores, para saber hasta donde llega la lealtad.
Y va más allá: alimenta y recrudece la división de la sociedad, del propio pueblo, porque el voto se alimenta precisamente de eso: confrontación, animadversión, malestar, odio y dádivas.
Dicho esto, que nadie espere en estos 3 años restantes ningún llamado a la unidad, al diálogo. Él no lo busca; peor aún, no lo quiere. Menos cuando sabe que tiene la batalla perdida en el terreno de los hechos. No hay logros tangibles de su gobierno.
Por eso se empeña en calentar mañana a mañana, todos los desacuerdos, los agravios con la vieja clase en el poder a la que, paradójicamente, tampoco ha tocado, porque cada vez que lo hace surge un nuevo video de su familia.
Contra todo lo que él diga, México no se va a apaciguar en estos años. Lamentamos tener que decirlo. Sería el suicidio para el proyecto político de AMLO, quien ya ve como se apaga su popularidad. La gira por Guerrero así lo demuestra.
Sin embargo, bien que mal, su partido, Morena, está “agrandado”. Ya gobierna más territorio y más estados. AMLO planea instalarse como el gran gurú, el “destapador” y solucionador de diferencias, como lo hacían los viejos santones del PRI.
Eso es lo que quiere, y dista mucho de ser un modelo democrático. Es un sistema autárquico, donde la palabra de un solo hombre se vuelve luz y guía. Ahí están los destapes de Marcelo y Claudia, que agitan a otros aspirantes.
Así, de posibles “indiciados” como presuntos responsables de la catástrofe en la Línea 12 del Metro, AMLO los coloca como candidatos, y lava todas sus culpas, llevados por el dedo del Señor.
Se repite así la insana forma de otorgar impunidades. Ese es el legado que dejará el hasta hoy Presidente. Escupe al cielo cuando dice: “”Cómo es posible que no solo existan corruptos, sino que tengan una base de apoyo muy grande”.
Hoy, dos de los presidenciables tienen, simple y sencillamente el apoyo de López Obrador, para quien el pueblo es “su corcholata favorita”, en otro mensaje deplorable, propio del salvajismo político que vivimos con el PRI.
Al final de cuentas, son las clases sociales las que se enfrentan en las calles, ponen los heridos y los muertos, sin que la nueva élite política se despeine. Los de abajo somos el material desechable, las corcholatas pues.
Mal harán los partidos políticos de oposición, si caen en la trampa de adelantar desde este momento sus candidatos, exponerlos a una quemazón que no es oportuna, y que los obligaría a firmar acuerdos anticipados.

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