Hace ya mucho tiempo, cuando todo era naturaleza y el hombre no había aún sido creado por los dioses, en el Cerro de Guizachtlan vivía un Coyote que tenía la piel del color del oro, suave y brillante como las plumas del quetzal.
Se trataba de un Coyote muy tierno, nada agresivo y sí muy dulce, de mirada bonachona. Lo que más destacaba eran sus ojos: negros como el azabache y luminosos como las luciérnagas.
Por las noches caminaba hasta la cima del cerro, después de bañarse en un arroyo y acicalado hasta quedar de una belleza majestuosa. Entonces, en medio de la magnífica naturaleza que lo rodeaba, veía a Nana Cutzi, la diosa Luna.
Estaba rodeada de miles de estrellas y de las Pléyades que él conocía como sus Cabritillas. Una de esas noches en que Coyote se entretenía mirando hacia el infinito, vio un puntito en el Cielo.
El punto crecía y se dibujó una mujer que hacía alarde de su belleza, y le gustaba que Coyote la admirara, era tan bella que opacaba a todas estrellas. Las Cabritillas al verla estupenda tuvieron envidia, pues las superaba en brillo y belleza.
La paz ya no existía en el firmamento, todos estaban molesto por la arrogante belleza iluminada que opacada a todos.
El Cazador del Cielo, Orión, se acercó a Coyote y le dijo: -Querido Coyote, hermano, esa mujer que apareció en el Cielo es bella, ostentosa y atractiva, pero no te preocupes, no durará mucho tiempo, pronto desaparecerá para irse a otros espacios siderales. Es un cometa y tardará muchos años en regresar” FUENTE Leyendas prehispánicas