“Una mujer mayor que fue llevada a una institución psiquiátrica, estaba desenfrenada, tratando de golpear todo lo que tenía a la vista y asustando tanto a todo el mundo que los médicos tuvieron que sacar todo de su alcance. Pero había una pequeña moneda que la mujer sostenía dentro de su puño, sin soltarla. De hecho, fueron necesarias dos personas para forzarla a abrir esa mano apretada. Parecía que, junto con la moneda, se perdía a sí misma. Si la privaban de esa última posesión, ya no le quedaría nada y, por lo tanto, no sería nada. Ése era su temor”. (Henri NOUWEN, Con las manos abiertas, LUMEN, Argentina 1998, p.12)
Creo que no hay necesidad (o tal vez si) de que nos ingresen a una institución psiquiátrica para darnos cuenta que casi todo el tiempo andamos con los puños cerrados cargando esa moneda que no queremos soltar: prestigio, poder, dinero, por temor que alguien nos la quiera quitar y así quedarnos sin nada. Qué tanto puede abarcar un puño cerrado, qué fortuna podemos amasar en el estrecho espacio de un puño de la mano, pero eso es lo único que creemos que nos define: una moneda.
No creo que sea cuestión de autoestima, o sea, del valor que pensamos tenemos sino más bien se trata de aferrarnos a lo que sea para no caer en el vacío.
Nouwen en el libro citado abona que esto se aplica especialmente a la oración pues, toda oración es una invitación tácita para que abras tus puños fuertemente apretados y que dejes tu última moneda. Y se pregunta: “¿Quién quiere hacer eso? Una primera oración, por lo tanto, a menudo es una oración dolorosa, porque descubres que no quieres soltarte. Enseguida te aferras a lo que te resulta familiar (aun cuando no estés orgulloso de ello”. (Nouwen, p.13)
Dejar la última moneda, aquello a lo que nos aferramos no es cuestión menor, pues “es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”, nos defendemos de lo que a veces, incluso nos avergüenza, pues desprendernos es peor que tenerlo.
Tenemos que decir que la oración es dolorosa no tan solo por lo que no queremos dejar sino porque lo nuevo nos desubica, retrasa nuestros caprichos nos deja desnudos o poco visibles a los demás cuando queremos prestigio y no creemos que nuestra vida pueda ser de otra manera.
UN FUTURO INCIERTO
No estamos para improvisar, y por si fuera poco, de nadie nos podemos fiar, y en esa categoría tenemos a Dios.
“Sientes que es más seguro aferrarse a un pasado doloroso que confiar en un futuro nuevo. Por eso llenas tus manos de pequeñas y frías monedas que no quieres entregar”. (Nouwen. p.13)
Que podemos perder cuando todo está perdido y nos quedamos con la única ilusión que nos rescata de nada. Tal vez nos lleva a nada y no sea mejor de lo que tenemos pero si será diferente.
Que el futuro sea incierto no quiere decir que esté en manos de quien sea. El que no lo conozcamos no implica que vamos a la deriva, pues estar en las manos de Dios implica confianza y lugar “seguro” y Nouwen lo define como nuevo, o yo diría impensable e inimaginable y mucho, mucho mejor.
DESAPEGO
Que yo sepa la vida va hacia adelante, así permanecer con el puño cerrado, encerrando un pasado miserable aunque sea lo único conocido, hay que dejarlo, solarlo por medio del desapego.
“El desapego, en general, se concibe como dejar perder aquello que es atractivo. Pero a veces también es necesario soltar aquello que es repulsivo. De hecho, puedes volverte apegado a fuerzas tan oscuras como el resentimiento y el odio. Siempre que busques desquite, te estarás aferrando a tu propio pasado. A veces, parece como si pudieras soltarte en medio de tu odio y tu venganza: entonces, te paras allí con tus puños confundidos, cerrados al otro que quiere reconciliarse”. (Nouwen, p.14)
Todos tenemos momentos de nuestra vida que nos aferran a personas que odiamos o que nos han hecho mucho daño, y cuando digo mucho es así: mucho. Pero eso está en el pasado, mi vida ya avanzó e incluso las neuronas que enfrentaron esos desafíos horribles ya han sido sustituidos por neuronas nuevas pero queremos retener esos recuerdos amargos y así nos amargamos la vida.
Por eso la invitación es mantener las manos abiertas. Abierta a lo nuevo al futuro nuevo, incierto pero siempre mejor, diga quien lo diga, lo malo conocido es mejor que lo nuevo por conocer, ese es un error grave.
¿CÓMO ABRO MIS MANOS CERRADAS?
La pregunta ahora es ¿cómo abro mis manos cerradas? “seguro que con la violencia, no. Tampoco por medio de una decisión forzada” […] sino con las palabras del ángel a Zacarías: ´no tengas miedo´ […] No tengáis miedo a ofrecer vuestro odio, vuestra amargura y vuestra decepción, a Aquel que es amor y nada más que amor. Incluso si sabeís que contáis con poco para mostrar, no temáis dejarlo ver”. (Nouwen, p.15)
Esta es una de las finalidades de la oración, abrirse a aquel que es todo amor: Dios. Él puede perdonar tus pecado, pero hay que acercarse sin temor, mostrarle nuestra fría moneda de poco valor y con las manos abiertas nos quitará lo que nos estorba y aunque no nos de nada a cambio, el solo ya no tener ese peso es la mejor ganancia para vivir libre y abierto a una vida mejor. Esta es la finalidad, en una mano abierta entrará un viento nuevo que nos despeja y no hace caminar más ligeros y más sonrientes, tal vez no tanto con los demás que no entenderán lo nuestro, sino sonreír a Dios que es el que verdaderamente importa en nuestra vida.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *