En memoria de Francisco Díaz González, compañero comprometido con la defensa de los derechos humanos. Coordinó el Centro Mahatma Gandhi, en Coyuca de Benítez. Lo recordamos como un colega destacado de la desaparecida Red Guerrerense.
El pasado 13 de agosto el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) publicó su comunicado 118/25 sobre la pobreza multidimensional en México. Como parte de los resultados alcanzados el gobierno federal destacó la disminución de la pobreza en 8.3 millones de personas. En el desglose de los resultados Guerrero aparece en el segundo estado con mayor pobreza y pobreza extrema. Chiapas es el primero y Oaxaca ocupa el tercer puesto. Lo característicos de los 3 estados es que cuentan con un alto porcentaje de población indígena.
En la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), que se encarga de medir la pobreza multidimensional, tomaron en cuenta seis indicadores: rezago educativo, acceso a los servicios de salud, acceso a la seguridad social, calidad y espacios de la vivienda, servicios básicos en la vivienda y acceso a la alimentación nutritiva y de calidad, además de tener un ingreso inferior a las líneas de pobreza en el ámbito rural y urbano. El estado de Guerrero presentó el 58.1 por ciento de su población en situación de pobreza multidimensional; es decir, que mayoritariamente la población guerrerense tiene más de una carencia social.
En el ámbito de la pobreza extrema, Guerrero se encuentra en el segundo lugar con un 21.3 por ciento de su población con más de tres carencias sociales. La comparación frente a los estados con menos porcentaje de población en situación de pobreza extrema es abismal. El caso de Baja California es del 0.4 por ciento, el de Nuevo León es de 0.5 por ciento y el de Aguascalientes es 0.6 por ciento. El Inegi señaló que, aunque en 2024 las carencias sociales disminuyeron, la población vulnerable por carencias sociales aumentó, es decir, que a pesar de que hubo personas que tuvieron ingresos superiores a la línea de bienestar cuentan con una o más carencias en educación, salud, vivienda y seguridad social.
La triada Guerrero, Chiapas y Oaxaca los coloca en los primeros lugares en cuanto al rezago educativo, sobre todo en las zonas rurales donde el acceso a la educación siempre ha estado en total abandono. Además, aumentó de 30.7 millones de personas con rezago educativo en 2022, 32.2 millones en 2024. La situación es alarmante porque hay serios retrocesos en el campo educativo en las regiones pobres y no vemos que se asigne mayor presupuesto para revertir el atraso educativo.
A pesar de que la carencia a los servicios de salud en el país disminuyó de 39.1 a 34.2 por ciento, en Guerrero estamos por encima de la media nacional con el 38.9 por ciento de una población que no cuenta con acceso a los servicios de salud. Con respecto a la seguridad social la situación es catastrófica entre la población rural porque se eleva al 74.6 por ciento. Nuevamente nuestro estado encabeza esta carencia con el 72.6 por ciento de su población.
La carencia de la calidad y espacios de la vivienda Guerrero se ubica en primer lugar con el 26.1 por ciento de su población. En contraste con siete puntos Chiapas ocupa el segundo lugar con 19 por ciento. La diferencia con el estado de Coahuila es más acentuada al tener menos población con carencias con un 2.5 por ciento. Esto mismo sucede con el acceso a los servicios básicos en la vivienda. Guerrero se ubicó en el segundo lugar con 47.4, mientras que en Coahuila es de 1.9 por ciento. En cuanto a la alimentación nutritiva y de calidad, Guerrero volvió a aparecer en el segundo lugar con el 27.9 por ciento.
Los 8.3 millones de personas que salieron de la pobreza, en la Montaña de Guerrero este mejoramiento aún no llega, porque la mayoría de las familias indígenas luchan por su sobrevivencia. Es un milagro que logren alimentarse con unas cuantas tortillas, frijoles, chile y quelites de temporada. La canasta básica es superior a los salarios que se perciben, sobre todo, en las comunidades indígenas donde no hay oportunidades de trabajo. El pago para un trabajador del campo es de 200 pesos. Pocas familias son las que contratan a peones para limpiar la milpa. Se trata de trabajos esporádicos, cuando es la temporada de lluvias. En los lugares donde la tierra está muy desgastada, muchas familias salen de sus comunidades para buscar trabajos en los campos agrícolas de Sinaloa, Michoacán, Chihuahua, Guanajuato y Zacatecas, es una opción que se ha tornado peligrosa por la disputa territorial de los grupos del crimen organizado. El dilema sigue siendo: migrar o morir.
El analfabetismo es el flagelo que se extiende en toda la Montaña por la falta de maestros y maestras y por la carente infraestructura educativa. Las niñas y niños indígenas en lugar de estudiar se ven obligados a trabajar en el campo. A las niñas, sus padres las obligan a casarse desde los 12 años, porque los gobernantes les niega el derecho a la educación básica. No solo se viola este derecho, las comunidades padecen los estragos de las enfermedades de la pobreza porque cuentan con medicamentos y menos con centros de salud que estén a la altura de las necesidades. Quien se enferma tiene que trasladarse hasta 5 horas para atenderse en Tlapa, donde son discriminados.
En 2024 hubo muchas protestas protagonizadas por comunidades indígenas para exigir la construcción de hospitales, centros de salud, la contratación de personal médico y la dotación de medicamentos. Las madres y padres de familia bloquearon las entradas de Tlapa para demandar aulas y personal docente porque hay cientos de niños y niñas indígenas que durante años no reciben clases.
Recientemente más de 300 comunidades de la región protestaron para exigir que censen sus viviendas y siembras destruidas por el huracán John. Los desastres se acumulan en la Montaña y los gobiernos en lugar de atenderlos los ignoran. Las familias damnificadas nunca saldrán de la pobreza extrema porque siempre tiene que levantar su vivienda y se resigna a sobrevivir en paredes de adobe agrietados.
Doña Amalia de 47 años de San Miguel Amoltepec el Viejo, de Cochoapa el Grande, forma parte del gran contingente de las mujeres indígenas que viven en la pobreza extrema. Creció en las laderas de las montañas. Comenzó a tejer sombreros desde los seis años, aprendió observando a su papá. No fue a la escuela, porque era más importante asegurar su alimento. Su vida la dedicó a tejer sombrero y trabajar en el campo. Aprendió a tejer huipiles con el telar de cintura, con gran imaginación plasmaba cerros, animales, flores. De vez en cuando se hacía un vestido con tela de algodón, pero las fibras se desgastaban con el uso diario y la tela se rasgaba, no le quedaba de otra que remendarlo. Cuando el vestido era más remiendo se hacía otro. Para Amalia y muchas mujeres tener dos vestidos es un lujo.
Cada 15 días caminaba a Tlapa para vender sus sombreros, se hacían 17 horas y ganaban 6 pesos por docena. Con esas monedas compraban jitomate, chile, sal, arroz y guardaban para el pago de los pasajes de vuelta. Quedaban sin dinero. Cuando tenía 20 años salió por primera vez sola para trabajar en Tlapa. Su ilusión era ayudar a su familia, pero no lo logró. Los fines de semana vendía pan, su prima le ayudaba porque ella no hablaba español. En total ganaba 5 pesos por la venta de pan.
A pesar de los años la situación económica de Amalia no ha mejorado. En la temporada de lluvias se levanta temprano para sembrar maíz, frijol y calabaza junto con su madre. Realizan trabajos extenuantes porque no pueden pagar peones, por el contrario, Amalia se contrata como peón para ganarse 200 pesos. Con ese pago hace milagros para comer con sus hijos. Cada día compra menos productos porque suben de precio cada semana. Viaja a Tlapa a vender sus sombreros en el río Jale, a 12 pesos cada uno. Aprovecha para comprar la palma en 150 pesos, le alcanza para tejer dos docenas. En una semana hace 24 sombreros. En Tlapa los acaparadores le ponen el precio más bajo de 190 le pagan 150 pesos. Es una bicoca que no le alcanza para surtir su despensa. Para tener otro pequeño ingreso va de casa en casa ofreciendo servilletas bordadas. Para hacer un huipil tarda 3 meses y cuesta trabajo venderlo porque la gente no valora su trabajo.
Este sufrimiento impuesto por la pobreza multidimensional, no se compara con las tragedias que ha sufrido: Fredy, su hijo de 16 años, fue desaparecido en Tlapa en el 2016. Sin hablar español y sin dinero buscó ayuda con las autoridades, pero le cerraron las puertas. Tuvo que trabajar el doble para acudir a las búsquedas con un colectivo de familias de desaparecidos, pero hasta el momento las autoridades siguen sin investigar.
La desgracia sobrevino cuando murió Tevi, otro de sus pequeños hijos que nació con parálisis cerebral. El dolor de tener un hijo desaparecido y otro con una discapacidad era inenarrable, sobre todo porque Tevi se enfermaba constantemente y no había centro de salud en su comunidad ni clínicas en Cochoapa. Amalia llevaba a Tevi hasta Chilpancingo o Acapulco a un CRIT, pero era muy costoso. El mundo se le derrumbó cuando el 27 de noviembre del 2023 Tevi dejó este mundo lleno de dolor. Esa noche se quejaba más que otras veces, desesperada Amalia buscó que la llevaran a Tlapa. Le cobraron 3 mil pesos por un viaje especial. Importaba más la vida de su hijo, así que pidió prestado y se fue de emergencia. Desafortunadamente, Tevi murió antes de entrar al hospital. Paradójicamente, un día antes se había inaugurado el CRIT en Tlapa.
La tragedia se ahondo más con el asesinato de su esposo Federico en agosto de 2020, quien se metió de lleno a la búsqueda de su hijo. Tuvo el valor de detener con machete en mano a uno de los jóvenes involucrados en la desaparición de Fredy. Le confesó quienes y porque se lo habían llevado. Dio parte a la policía municipal de Tlapa. Los policías en lugar de turnar al detenido al ministerio público encarcelaron a Federico. El enojo y la frustración fue mayor por la colusión de los policías con el crimen. Amalia con el corazón se desangra por la desaparición de su hijo, el asesinato de su esposo y la muerte de Tevi, camina como la mayoría de las mujeres indígenas, en la Montaña de la pobreza.