Escondido entre la cobijas, Faustino escuchaba el diálogo.

La voz gangosa de El Tejón farfullaba:

-No compadrito, esté ansina no me cuadra. Jálese de una güena vez pa´la  bola. Yo se lo que le digo… Aquí tarde o temprano se lo quebran…

-Sí ya lo he pensado mucho… Nomás que no me hago el ánimo de dejar a mis chivos…

ni mi jacal… ¡Créame que al verlo a usté tan elegante, ni lo conocía!… ¡Caray!

-¡Hum!, compadrito, si todavía nues nada… Ora verá… Si apenas empezamos…

-¿Y cómo le hizo usté pa´llegar a coronel?

-Pos, muy sencillo, compadrito: figúrese que me te tocó la suerte de ser el primero en descubrir la muerte de mi coronel Macario López.

-¿Y eso qué?

-Pos yo jui el que avisó a los muchachos… ¡Hubiera asté visto el relajo que se armó!…

Todos querían huir como locos… Entonces yo les hable con juerzas… Les dije que había que vengar su muerte. ¡Y ellos me eligieron como nuevo jefe!

-¿Ya sabe el general el general Bonilla?

-Pos claro… Si acabo de venir de Tlatlauqui… Y recibí órdenes de no deja vivo a ningún hacendado… Todo lo que caiga será para mi general Bonilla… ¡Y pa´mí!…

-Entre usté a su casa –invito Pancracio en tono servil.

Al oír la invitación, Faustino casi se paralizó. Encogido bajo los cobertores apenas si respiraba. Un sudor helado le apretaba a su frente y a su cuello. Escucho en medio de escalofríos, las pisadas cercanas de los hombres dentro de la choza. Un ruido de espuelas tintineó amenazante, cada vez más cerca, más aterradoramente próximo.

Es el ´´Tejon´´,  pensó instintivo el niño. En seguida imagino el tacón acorazado: la punzante estrella que se hundía feroz a los ijares de los caballos.

-¡Hum!, compadrito –gangueó festivo el Tejón- Ora sé porque no quiere  asté  jalar con nosotros…

-¿Por qué? –aventuro inseguro Pancracio.

-Pos si aquí tienes asté guardado -y apunto con el botín el bulto que hacia el cuerpo de Faustino.

-No compadre… Se equivoca asté –aclaro presto Pancracio. –Es un escuincle que recogí junto a una difunta… ¡Misma que ustedes guindaron de los pechos!…

-¡Ah condenao! –rugió el Tejón-.  ¿Pos qué to´via vive?

Y tirando de la cobija descubrió a Faustino, cuyo cuerpo temblaba de miedo. Sin lograr dominarse, el Tejón  le propino un tremendo golpazo en dirección a la cara.

-¡Pero compadre, que pasa con éste!

-¡Nada!… Déjame darle a éste…

-¡No compadrito!… ¡Cálmese!. –Y lo tiraba del brazo hacia la puerta.

En tanto Faustino lloraba, con las  palmas de sus manos apoyadas en la parte adolorida.

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