La enfermedad de Lázaro; en esos territorios eran selvas muy espesas, cuando llegaron los primeros habitantes. Muchos lugares nunca habían sido pisados por un pie humano.

Custodio perdía la piel, se le descarnaba, ya no sentía las extremidades, el mal era incurable, era la enfermedad de Lázaro, lepra le llamaban algunos. Nadie se le acercaba ni siquiera quienes más lo querían y fue condenado al destierro. Los vecinos lo apedreaban sin que nadie lo defendiera.

Huyó del pueblo, llegó, donde había águilas cuyas alas medían tres metros y florecían las palmeras de cayaco, planta exótica muy popular en la costa de Guerrero y otras localidades de clima tropical. Era un pequeño prado, cruzado por un arroyito pequeño amenazado con secarse.

Ese lugar escogió para morir. Había variedad de plantas comestibles, se acostó en el pasto y durmió. Despertó con sed, tomó agua del arroyito y curó la resequedad. Ahí estuvo tomando agua y comiendo los cayacos que abría con unas piedras.

Cuando se enfadaba de los coquitos, consumía las plantas agridulces del lugar; comida no le faltaba. Un día al despertar vio como sus heridas desaparecían.

Sintió las extremidades. Lloró de alegría y siguió ahí. Se curó y, entonces buscó el motivo de su alivio. Siguió el arroyo y llegó hasta donde brotaba el agua de una ladera y encontró el cadáver de una víbora de cascabel que se deshacía en el ojo de agua. Libro Mil y una crónicas de Atoyac de Víctor Cardona Galindo

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