En ese entonces, ¡lloró! No públicamente por la muerte de su madre que en aquel momento era incinerada en un crematorio privado (Izaz) de una colonia popular en Iztapalapa.

Hombre de actitudes reacias, defensor del que lo designa para servir en la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF)

Del que resalta sus virtudes y justifica para ocupar ese cargo, ¿agradecimiento? A él, que cuando legislador perredista, líder de su bancada, lo protegió en aquella reunión con el entonces presidente de la Corte, Mariano Azuela, de la legalidad o ilegalidad del desafuero a Andrés Manuel López Obrador, jefe de gobierno.
El llanto del varías veces legislador, la
mayoría por el PRD, no fue literal, eran lágrimas en sentido figurado.
Mueca de queja y molestia evidente.
Dolor, dolor, por un desembolso extra.
Por lesionar su ¡Bolsillo! Y su ¡Economía!

Al menos, así parecía su actitud de queja por pagar ¡50 centavos! más del precio oficial de un par de cigarros Camel.
Al que protestaba por esa nimia cantidad, lo reconocí de inmediato.
Él nunca me ubicó ni siquiera volteo a verme cuando pidió las cajetillas.

Lo había tratado antes en otras circunstancias, yo reportera, él primero asambleista, después líder nacional del PRD.
De prominente bigote, actitud áspera, poco amigable con el extraño.
Adusto, igual que su hermano Enrique.

Así se mostró en ese momento Pablo Gómez Álvarez, entonces legislador perredistas.
Después morenista, ahora designado por “honesto e incorruptible” y sustituto de Santiago Nieto Castillo, en la UIF.
Su aparición pública me hizo recordar ese pasaje de hace 17 años, que para mí era de ¡Tacañería!
Sobre todo inadmisible para un muchas veces legislador que tan sólo en ese tiempo recibía una dieta de 86 mil pesos.
Protestar por 50 centavos más en un puesto semi fijo, me dejó sorprendida.

Hoy lo recordaba.
Tenía fresca esa imagen cuando sólo volteó a verme decidido a quejarse del sobre precio.

¡Cómo! 50 centavos más por unos cigarros.
—Eso no cuesta, espetó en aquel entonces.
Era el cinco de mayo de 2005, cuando con firmeza se paró en aquella improvisada tienda, ubicada frente al lugar donde cremaban el cuerpo de su madre, María de Jesús Álvarez, viuda de Gómez.

Tal vez la historia nada tiene que ver con su nombramiento actual, aunque es de esas memorias urbanas que no se olvidan.
Que quedan tan frescas y plasmadas como en aquel pedazo de papel que aún conservo, después de 17 años.
Ahí, escribí esos hechos.
Plasmé parte de esa historia con el nombre de la funeraria -Gayosso- y el número de placas de la carroza, 965OBR que llevó el cuerpo de su progenitora.

Todavía se conserva intacta esa hoja y otras más con la narración de episodios de personajes públicos que llegaron a ese crematorio, como también Pablo Chapa Bezanilla, el creyente de “La Paca”.

Hechos, anécdotas para rememorar y compartir, por ahora de quién ayudará a gobierno morenista para la prevención y combate al lavado de dinero.

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