Triunfaron, igual como hace nueve años en el mundo, ya no ¡Descalzos! Y con el mismo arrojo de orgullo y origen étnico.
Impregnaron y compartieron sencillez, ¡talento! Indígena en el baloncesto con los de la Ciudad de México.


Sin esa sombra rapaz de la ambición de aquellos con miras sólo para el 2024.
Grandes del baloncesto, mexicanos, de triunfo en la NBA, como Horacio Llamas, se solidarizaron con niños . triquis, adolescentes y jóvenes indígenas.
Jugaron con uniformes, balones y tenis de donación, no por los que anhelan la silla gubernamental o la curul, por ganadores en el baloncesto como Javier Rodea Pérez, Enrique Zúñiga y Oscar Castellanos.
Volvieron a vencer con las puertas cerradas en instituciones de impulso al deporte y abierta, en el Congreso local, por la joven legisladora Andrea Vicenteño Barrientos, que les apoyó para anunciar su emprendimiento deportivo.
Las niñas indigenas, también compitieron q pesar de los ojos cegados por la aspiración política.
Jóvenes jugaron aún con miopes que no vieron esos talentos de grupos indígenas.
Fueron jugadores de entre ocho y 20 años de edad, que durante cuatro días contendieron con respaldo del presidente de la Fundación Usos Costumbres y Tradiciones de los Pueblos del Mundo, A.C, Rodea Pérez.
También con el empuje de Víctor Ávila Haro y César, “La Máquina”, Briseño, seleccionados campeones del baloncesto mexicano.
Del Circuito Mexicano de Baloncesto y destacados en lo internacional, como Llamas.
Campeones, que desde un rincón en Santa Catarina, en Tláhuac, volvieron a demostrar habilidad en el juego del balón.
Pequeños que intercambiaron no solo autógrafos, tenis, sonrisas, también triunfos, sin trampas y como ejemplo para quienes solo los usan de bandera política.
Triunfo y talento deportivo de triquis, que ganaron en ¡Todas! Las categorías, y se hermanaron con los de Milpa Alta, los Aztecas.
Sin envidias ni golpes bajos para llegar y arquetipo para los que “pelean” una silla gubernamental o de curul.
Verdaderos estandarte de grandes, no sólo de estatura, también de potencial deportivo que enseñan a nuevas generaciones indígenas y de zonas marginadas.
Jugadores, que convivieron con sus raíces y orgullo étnico, sin generar interés en los que les dan uso político electoral.
Compitieron entre iguales, al amparo de conocedores del baloncesto, como Israel Hermosillo, de la Federación Mexicana del Baloncesto, A.C.
Fueron aún niños, que viven pobreza y marginación, allá en sus pueblos, aquí en la capital.
Con la desprotección de quienes deben patrocinar para que destaquen en el deporte nacional e internacional.
Con el mismo desamparo en que están los deportistas nacionales.
Un ¡Talento deportivo! Ignorado, que solo fue noticia ¡Fugaz!
Que no acapararon portadas en medios deportivos.
Que tuvieron aislados espacios en medios de comunicación nacional, que valoran al deportista indígena.
No fueron mediática noticia para ¡Nadie! Ni mención en un mañanera.
Sólo un primer Torneo Nacional Indígena de Básquetbol, que no vieron amparo gubernamental.
Que importó únicamente a legendarios jugadores de baloncesto mexicano que recibieron la insignia ¡Francisco Villa!
Triunfadores, que aún con olvido institucional, pusieron más que su estatura física.
Fue un torneo de entrega que insistió en gritar: ¡No excluir! ¡No discriminar! Ni segregar.
¡Inclusión! En el deporte para impulsar a talentos indígenas.
A esos ejemplo y muestra, aquí y en el mundo, como en Argentina 2013 y Barcelona 2016, en la Copa Mundial, que aún descalzos y en la pobreza, ¡Ganaron! Sólo con un balón y el orgullo de indígena mexicano.

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