Terreno peligroso el que atraviesa nuestro país cuando se impone un mando militar a las tareas de seguridad que, según nuestra Constitución, debían quedar sujetas a la autoridad civil. El cambio de opinión de Andrés Manuel López Obrador en realidad es una forma de decir que siempre estuvo en su ánimo militarizar, aunque en campaña haberlo reconocido significaba darle la razón a su némesis.

El contexto de esta discusión en el Congreso pasaba necesariamente por dinamitar la alianza opositora que fue entregada por un sector del PRI, que prefirió traicionar perspectivas de contrapeso a cambio de la supervivencia de un grupo de impresentables dirigidos por Alejandro Moreno Cárdenas que siempre ha tenido precio.

Es un hecho demostrable e incontrovertible que la crisis de inseguridad y violencia en México ha empeorado, los tumbos del gobierno federal están coronados por las falacias del secretario de la Defensa Nacional que pasará a la historia como el general al que gusta de la política y devalúa una institución que está peligrosamente polarizada.

Hay mandos militares que han tenido que someterse a las órdenes de delincuentes, lo que significa una afrenta inadmisible que omite Luis Cresencio Sandoval en sus discursos ceremoniales. El general secretario ha tolerado innumerables insultos a la investidura verde olivo y además cruza con frecuencia ese lindero que todo integrante de las fuerzas armadas debería preservar. Ya lo escuchamos en una ceremonia de conmemoración del inicio de la Revolución hacer un llamado para adherirse a la autodenominada cuarta transformación, y muy recientemente se ha envuelto en la narrativa morenista para apuntar su artillería contra quienes se atreven disentir sobre la militarización.

En el discurso del 13 de septiembre, pronunciado en el Altar a la Patria, atacó a quienes –según él– hacen “comentarios tendenciosos, generados por sus intereses y ambiciones personales” y que desde su perspectiva atentan contra la “unidad nacional“. El afán por complacer a su comandante supremo nos ha mostrado el lado oscuro de la milicia, esa que se mezcla en política y trata de defender la unidad con amenazas para quienes en legítimo derecho expresan su inquietud por el imperio de la bota. Resulta muy irónico que se pretenda integrar dividiendo y que hable del compromiso para combatir al narcotráfico cuando se ha pisoteado como nunca la autoridad castrense en los territorios donde domina el crimen a placer.

Fue un discurso execrable, que rebasó nuevamente la prudencia que sus antecesores siempre honraron. El general es ambiguo, se envalentona contra la crítica, tolera la humillación de sus tropas, dice defender la democracia constitucional y coadyuva para mancillarla.

La delincuencia manda en al menos un tercio del territorio nacional, el presidente de la República simula combatir al crimen organizado, pero en realidad tiende un manto de impunidad sobre grupos que son intocables. Se dará mando militar a la Guardia Nacional con el pretexto de que no hay otro camino para los próximos años y, por otro lado, Andrés Manuel López Obrador repliega al ejército para cumplir pactos inconfesables que entregan las plazas con ignominia. Recuperar lo perdido en las calles nos llevará varios lustros, cuando la era oscura del lopezobradorismo haya consumado su ominoso propósito.

Si las circunstancias de inseguridad obligan a mantener a las fuerzas armadas en calles y plazas públicas, que se haga respetando un mando civil, pero esa alternativa no les satisface, porque la razón de fondo siempre ha sido la falta de voluntad política para sanear y profesionalizar a las policías.

La jornada en el Senado de la República para la votación de la reforma constitucional que amplía la presencia militar en tareas de seguridad pública hasta 2028 ha sido marcada por la amenaza y la negociación de la dignidad, que es un valor en extinción entre los legisladores, salvo reconocibles excepciones.

EDICTOS

Las patadas entre aspirantes a la candidatura presidencial de Morena suben de intensidad. La representación del Estado mexicano en el funeral de Isabel II provocó mucha comezón entre las huestes de Claudia Sheinbaum, cuyo regimiento de bots a sueldo hizo hasta lo imposible para ensuciar los reflectores internacionales que por obvias razones atrajo el canciller. Les aseguro que la recta final se pondrá aún más ruda e intensa, desde el círculo más cercano a Marcelo Ebrard me aseguran que estará en la boleta, con o sin el respaldo de ya saben quién.

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