1.
Fue en el 1947.
Aquí estoy, gritaba una lucecita al imponente Océano Pacífico.
— ¡Aquí estoy!
2.
Primero fue El Negro. Un macho, que parecía caballo. Luego La Bartola, prudente e inteligente. De la pareja nació El Muñeco, un borrico alegre y borrachín.
Los tres burros acompañaban en sus labores a Don Ernesto Cueva Zepeda, primer guarda faro oficial en la Isla de La Roqueta. Las labores de la manada eran ayudar con la carga de combustible, agua y víveres que llegaban allá abajo, en la playa.
Los burros tenían acta de nacimiento. ¡Sí señor! Aparecían en el inventario y nómina de la Secretaría de Marina. Cada uno tenía un salario mensual de quince pesos al mes, pero se comían 45 en pastura.
Eran de la mayor necesidad para el Guarda Faro, y su familia, que ahí habitaban.
3.
Los Burros se alimentaban bien. Tenían donde dormir, guarecerse de las lluvias y del sol, así como evitar alacranes, víboras o cualquier especie ponzoñosa.
Eran dóciles y fieles. Convivían con la familia del guarda faro. De lunes a viernes, antes del amanecer, El Muñeco bajaba, en su peludo lomo, a los hijos del Guarda faro a la playa la Roqueta. Desde ahí, los niños zarpaban en lancha a Caleta o Caletilla, desde donde viajaban a su escuela.
Al regreso, ahí estaba El Muñeco. Cuesta arriba, a ciento ochenta metros de altura, su casa.
— La ruta Roqueta-Caleta-Centro, fue inaugurada.
4.
La vida de esa familia transcurría sin gas, electricidad, drenaje ni agua potable corriente. La leña alimentaba el fogón, y así daban solución al primer problema. La luz de la luna, cuando había, solucionaba el segundo; la espesura del monte el tercero y ¿la falta de agua?
Existía un venero con agua y, para las secas, la familia juntaba, cuando llovía, agua en aljibes, tambos, cubetas y cacharros.
Entre más agua, mejor: se usaba para la limpieza, consumo de los humanos y … los burros.
A veces el agua no alcanzaba.
5.
Una vez se agotó el agua. Los pozos quedaron secos. Lo mismo pasó con las pilas o cisternas en donde se almacenaba el agua de las lluvias. No más de 500 litros. A veces el agua era acarreada en lanchas, desde el puerto a la isla. Ni eso alcanzó.
Cuando el agua se agotó, el Guarda faro mandó a recoger todas las sobras de los envases que dejaban los turistas en la playa. Vació, en una cubeta a la izquierda, la cerveza; el refresco a la derecha. Bebieron los jumentos y rebelaron que ¡Los burros eran izquierdistas!
— Corrieron por la cerveza y despreciaron los refrescos.
6.
De ahí. De ahí vino el mito.
El aroma de la chela guió a los burros a la playa, donde los turistas derrochaban cervezas. Los jumentos se auto invitaban. De un trago se empinaban una Coronita. Eso sí: devolvían el envase a la mesa de donde la tomaban.
Por ahí andaba un fotógrafo. Con una de esas cámaras donde metían la cabeza en un trapo negro y, click, click, clack, clack: el mundo conoció a los burros de La Roqueta. Como en película.
De los tres, el primer y mayormente retratado fue El Muñeco. El Negro, se empinaba sus chelas y La Bartola casi no bebía. Saciada la sed, volvían al faro, donde el agua era para los humanos.
— ¿Alcohólicos? No. Sedientos y solidarios ante la escasez de agua.
5.
Don Ernesto, y su trío de cheleros burros, se despidieron en 1960 cuando llegó Armando, el nuevo guarda faro.
En 1968 el guarda faro se llamó Ángel, de quien poco se sabe cuándo entregó la estafeta a quien apodaron El Venado, ultimo de pagar la nómina a burros inscritos en la contabilidad de la Secretaría de Marina en el año 2015.
Desde ese año fueron jubilados los burros cerveceros. El guarda faro también. La modernidad sustituyó al equipo humano-animal por los paneles solares, computadoras y un grupo de marinos, armados, que hoy patrullan las 60 hectáreas de la Isla La Roqueta.
— ¿Y los burros? Fueron reubicados a donde el servicio de la Marina Armada de México los necesitó. ¿Tuvieron algún grado militar? A lo mejor los ascendieron y andan por ahí, dando órdenes y bebiendo chelas.
6.
En la década de 1990, algún ignorante y populista gobernador ordenó instalar en la isla un zoológico.
— “El pueblo lo pide”, argumentó.
La falta de agua fue la causa de la tortura, hasta la muerte, de jirafas, leones, chimpancés y otras especies.
En otra ocasión, otro gobernador populista se echó unas chelas en El Pala’O, hermoso restaurante.
— ¿Y el burro de las chelas? Preguntó, luego de la sexta estocada entre pecho y espalda.
— Se los llevó la Secretaría de Marina, le respondieron y ¡Zas!
Ordenó trajesen un burro, “para que no se pierda la tradición”, argumentó. NO aclaró cuál tradición: ¿la de las chelas o la de los burros?
Los estorbantes del patrón ¡le dieron mula por burro!
— Para colmo, la mula era abstemia.
7.
Estamos en el 2023.
Se llama Manolín.
Lo llevó el dirigente de la Cámara de Comercio, Alejandro Martínez Sidney. Lo cuidará la mamá de él, la ambientalista, Rodin Sidney. Es un burrito bebé.
Es la nostalgia por aquella familia de jumentos de 1947. Hoy no hay familia que, con penurias, cuide el faro. Existe, en su lugar, un museo que cuidan Robin Sidney y Efrén García.
¿Ya hay agua? De ser así, Manolín no saciará el morbo de quienes anhelan un burro alcohólico.
¿No hay agua? Será inevitable que baje y busque saciar su sed.
Manolín llega en desventaja. No tendrá salario, como aquellos jumentos marinos o ¿marinos jumentos?
No desquitará su salario como bestia de carga. Tampoco tendrá, como El Negro, una pareja, como Bartola, de donde nació El Muñeco.
— ¿O habrá una Manolina?
8.
Gracias a Gilberto y Marcos Ignacio Cueva González por el relato.
¿Vivir sin luz, agua, drenaje, gas, vías de comunicación, telefonía fija o digital, Internet, televisión, escuelas, centros de salud?
Desde 1947 así sobrevivió la familia del Guardafaro, Ernesto Cueva Zepeda, en la Isla de la Roqueta.
El centinela del faro se encargaba de que la luz de guía nunca se apagara. Casi al anochecer se prendía y casi al amanecer se apagaba, lloviera, temblara, relampagueara o estuvieran enfermos.
La luz del faro daba vueltas girando a 360 grados para gritar al inmenso Océano Pacífico: ¡Aquí Estoy!
— Como ahí estuvieron ellos, estóicos.
6.
La familia del señor Cueva estuvo formada, además de él, por su esposa María de Jesús González Virrueta; las hermanas Soledad, Lydia, Delya y María y los hermanos Gilberto, Marcos y Carlos.
Les acompañaban, además de los burros, los perros “Bobby”, “Pinto”, “Duque”, “Negro” y una perra, llamada “Llorona”.
Además, ocho chivos, veinte gallinas y veinte cerdos.
Vivieron allá hasta 1956. Don Enrique dejó el faro en 1960.
7.
¿Y Manolina?
¿Para cuándo?
