“Comerse a sí mismo” parece ser la consigna el día de hoy. Anselm Jappe toma el título del mito de Erisictón que narra lo siguiente:
Erisictón era hijo de Tríopas, que se había convertido en rey de Tesalia tras expulsar a sus habitantes autóctonos, los pelasgos. Estos últimos le habían consagrado un magnífico bosque a Meméter, la diosa de las cosechas. En su centro se alzaba un árbol gigantesco y las dríades, las ninfas de los bosques, danzaban a la sombra de sus ramas. Erisictón, deseoso de hacer con él tablas para construir su palacio, se presentó un día en el bosque con algunos siervos armados de hachas y empezó a derribarlo. La propia Deméter se le apareció entonces bajo la apariencia de una de sus sacerdotisas para invitarlo a que cejara en su empeño. Erisictón le respondió con desprecio, pero los siervos se atemorizaron y quisieron evitar el sacrilegio. Su amo cogió entonces una segur y de un golpe limpio le cortó la cabeza a uno de ellos. Después derribó el árbol, a pesar de que de él brotaban sangre y una voz que le anunciaba su castigo.
Este no se hizo esperar: Deméter le envió el Hambre personificada, que penetró en su cuerpo del culpable a través de su aliento. De él se apoderó un hambre tan canina que ya nada podía calmarla: cuanto más comía, más hambre tenía. Engulló todas sus provisiones, sus rebaños y sus caballos de carreras, pero sus entrañas seguían vacías y él se marchitaba poco a poco. Como un fuego que todo lo devora, consumió lo que había bastado para alimentar a una ciudad, incluso a un pueblo entero. Según Calímaco, tuvo que ocultarse en su casa, renunciar a salir y a participar en los banquetes, y acabó por mendigar alimentos por las calles tras haber terminado de arruinar la casa paterna. En la versión de Ovidio, llega incluso a vender a su hija mestra para comprar comida. Esta logró escapar gracias al don de la metamorfosis que le había concedido Poseidón. De vuelta a casa, su padre volvería venderla de nuevo, en varias ocasiones. Pero nada de todo esto calmó el hambre de Erisictón y “después de aquella violencia de su mal había consumido todos sus recursos y faltaban nuevos alimentos a su grave enfermedad, él mismo comenzó a desgarrar sus propios miembros con lacerantes mordiscos y el infeliz alimentaba su cuerpo disminuyéndolo”. (Ovidio)
Las aplicaciones de este mito, tan actual, son varias. Vivimos inmersos no en consumir, lo que en su momento se ha denominado consumismo, sino hemos cambiado de nivel, ahora nos devoramos a nosotros mismos. Por ejemplo, hoy quien tiene tiempo para sí mismo o su familia, los índices de soledad del ser humano son muy elevados, nos consumimos a nosotros mismos por medio de un trabajo altamente demandante.

VALOR Y TRABAJO

En esto precisamente consiste las sociedades autófagas, en trastornar el concepto trabajo, que en si mismo es un concepto complejo.
“El crecimiento del dinero y del valor no es posible más que a través del crecimiento del trabajo ejecutado.
La sociedad mercantil moderna es, por lo tanto forzosamente una sociedad del trabajo.
De hecho, ella ha inventado el concepto de “trabajo”.
Construir una mesa o tacar el piano, cuidar de los niños a los vecinos y disparar con un fusil contra otros seres humanos, cortar el trigo y celebrar un rito religioso: estas actividades son totalmente diferentes las unas de las otras y a nadie es una sociedad premoderna se le habría ocurrido subsumirlas bajo un solo concepto. Pero en las sociedades del trabajo se pasan por alto sus particularidades, e incluso son anuladas en provecho únicamente del gasto de fuerza de trabajo cuantitativamente determinado. (Anselm JAPPE, Sociedades autófagas, p.22)
He aquí el verdadero problema, en la disociación del concepto trabajo y dinero, o sea, pensar que el trabajo existe sólo para generar dinero, del cual el hombre se convierte en un insaciable consumidor.
Estamos habituados a considerar la mercancía, el dinero, el trabajo y el valor como factores “económicos”.
El trabajo, el dinero, la mercancía es el principio de síntesis social en la modernidad capitalista.

LA CONSTRUCCIÓN DEL SUJETO

Conviene aclarar el concepto sujeto: significa sometido (sub-jectus)
El cuerpo no sea más que una máquina mientras no intervenga el alma, de origen divino; pero incluso la obra de Dios es comparada como la de un obrero que ha construido una “máquina llena de artificio”
El animal es una máquina; y el cuerpo humano, antes de la intervención divina, es a la vez un animal. (Descartes)
El alma racional no puede proceder de la materia; ha sido creada por Dios y alojada en el cuerpo de una forma de todo punto peculiar.
Por lo tanto, a una sociedad moderna le conviene el materialismo, la negación del alma y de paso quien se cree que la ha creado: Dios.
Características del sujeto moderno: solitario y narcisista, incapaz de tener verdaderas “relaciones de objetos” y en permanente antagonismo con el mundo exterior, donde basa su pretensión de superioridad sobre el resto del mundo.
Si este cuerpo no se muestra lo bastante productivo, sino trabaja lo suficiente, si duerme demasiado o expresa demasiados deseos físicos, aparece cada vez más, a lo largo de toda la evolución del capitalismo, como un enemigo, como una resistencia que hay que vencer.
Bajo estas premisas la mayoría de nosotros nos sentimos culpables si no nos encontramos trabajando, ni pensar en momentos de descanso. Desde la época de la Ilustración –de Rousseau, que escribía que “l trabajar es obligación indispensable del hombre social. Rico o pobre, fuerte o débil, todo ciudadano ocioso es un bribón”.
El sujeto es definido como trabajador.
Y todo esto trae como consecuencia a los nuevos Eriscitón, su hambre es voraz, insaciable, se consume pues a sí mismo de manera compulsiva, ni qué decir que enferma.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *