• Juan Salgado Tenorio, ebrio, nunca supo lo que pasó esa noche
  • Zedillo bajó de la comitiva al alcalde; “Bájese, usted viene borracho”
  • Nadie alertó del huracán; Efrén Valdez atendía bajo una escalera
  • Te vienes a Chilpancingo, tomaré posesión como alcalde: Añorve

Carlos Ortiz Moreno / Expresiones Guerrero

Cerca de las siete de la mañana, el aguacero había cesado casi en su totalidad. Y también ya se sabía que Acapulco estaba severamente golpeado por las torrenciales lluvias del huracán “Pauline”, caídas durante la madrugada. Sus calles principales estaban saturadas de enormes rocas bajadas de los cerros y toneladas de arena, tierra y lodo. Era un jueves del 9 de octubre de 1997.

Desde su oficina, el general Luis Humberto López Portillo —comandante de la novena región militar— insistía en su teléfono para llamarle al alcalde Juan Salgado Tenorio. Más de una docena de llamados, realizados desde la tarde anterior a la tragedia, fueron infructuosos. Nunca contestó las llamadas del jefe militar.

Salgado Tenorio ni siquiera supo lo que había pasado en Acapulco porque, la tarde y parte de la noche anterior, había estado en una fiesta de cumpleaños de la esposa de un corresponsal de prensa nacional en Acapulco, en la que también estuvieron otros dos periodistas… también corresponsales. Las libaciones se pasaron de la raya y el alcalde pagó los platos rotos.

Apenas Salgado Tenorio había disfrutado de sus vacaciones en Orlando, Florida, acompañado de su familia. Durante una semana de ausencia, Ernesto Rodríguez Escalona y Javier Morales Bourgart eran los responsables de atender la agenda personal del presidente municipal de Acapulco a quien mucha gente buscaba para requerirle alguna ayuda en servicios públicos.

Pese a que los terremotos de 1985 habían dejado una gran lección para el propio gobierno central que ordenó la creación de aquellas oficinas de Protección Civil, en la práctica todo era un espejismo. Ningún gobierno local del país acató la disposición a cabalidad y solamente abrió en sus organigramas al responsable del área.

En Acapulco, el gobierno que encabezaba Juan Salgado Tenorio nombró director de Protección Civil a Efrén Valdez Ramírez. Su oficina estaba debajo de una escalera y tenía a su cargo un escritorio y un radio de comunicación. Eso era todo el sistema preventivo que tenía Acapulco. Obviamente, a la hora de avisar a la ciudadanía acapulqueña, nadie lo hizo porque no había los recursos ni herramientas para hacerlo.

Según versiones de los propios funcionarios de aquella administración, el único que tenía una computadora donde podía tenerse el acceso a la información sobre la evolución de los meteoros, era el secretario general de gobierno que en esa época estaba bajo el cargo de David Augusto Sotelo Rosas.

Dos días antes del impacto, fue precisamente Sotelo Rosas quien dijo que había que llamar al alcalde y que suspendiera sus vacaciones. El mensaje llegó oportuno a Salgado Tenorio quien alcanzó a llegar al entonces Distrito Federal, pero las prohibiciones por la cercanía del meteoro impidieron que volara hacia Acapulco.

El martes 7, en el noticiero 24 horas de la tarde, Abraham Zabludovsky había alertado lo que decían los especialistas del Centro Nacional de Huracanes de Miami y del Servicio Meteorológico Nacional, de México: estaba creciendo un monstruo en las aguas del Océano Pacífico y se acercaba a las costas mexicanas.

Sí, fue la decimosexta tormenta tropical y octavo huracán que se formó en la temporada de huracanes en el Pacífico de 1997. Se le asignó el nombre de Pauline, convirtiéndose en el tercero más intenso de dicha temporada.

Entonces, los funcionarios municipales a cargo del Ayuntamiento de Acapulco decidieron mandar un chofer, a bordo de una camioneta oficial, para que fuera exprofeso por el primer edil quien llegó pasado el mediodía del 8 de octubre para estar al pendiente de la emergencia.

Periodistas locales amigos del alcalde lo convencieron para que acudiera a una fiesta de cumpleaños de la esposa de uno de ellos. Gustoso, el presidente municipal cedió a los encantos de los corresponsales nacionales acreditados en Acapulco. Y se perdió en la libación de bebidas embriagantes.

Nunca atendió los llamados del general comandante de la región militar que pretendía estar al pendiente de los estragos que causaría el meteoro que avanzaba por toda la sierra y que, finalmente en la madrugada, descargó una cantidad impresionante de agua sobre la ciudad.

Mientras la muerte recorrió diversos cauces de agua donde estaban asentadas viviendas de diversos materiales, el crucero Pacific Princess salía de la bahía de Acapulco con dirección hacia Zihuatanejo para huir del impacto del meteoro. Había desobedecido la instrucción de la Capitanía de Puerto de quedarse anclado; aunque no hubo golpe de aire, sí lo hubo de muchísima agua.

“Pauline”, al impactarse en la zona costera entre Huatulco y Puerto Ángel, en Oaxaca, se elevaba como un cilindro de 1 kilómetro de altura con radio de 55 kilómetros en todas direcciones, vientos de 194 kilómetros por hora y rachas de hasta 250 kilómetros por hora.

A las ocho de la mañana, la tormenta cedió completamente y permitió a los acapulqueños salir para ver la tragedia que había ocurrido durante la madrugada de ese jueves. Todos estaban espantados. Los cauces por donde bajaban los ríos Aguas Blancas y El Camarón estaban atiborrados de enormes rocas bajadas del cerro, automóviles despedazados, toneladas de arena… y cadáveres.

A esa hora los únicos que llegaron al Palacio Municipal fueron Ernesto Rodríguez Escalona quien fungía como secretario de Planeación y presupuesto; la ya finada regidora Cecilia Sánchez de la Barquera y el secretario de Obras Públicas municipal. Tomaron las primeras decisiones de ir a buscar a los responsables de las fuerzas navales y militares en Acapulco. Ernesto iría por el comandante de la zona naval y Javier por el comandante de la región militar. Era urgente que las fuerzas militares aplicaran el plan DNIII-E en la ciudad apabullada.

“A la altura de Waltmart Icacos me encontré una larga fila de unidades militares. Al frente iba el general López Portillo. Le hice señas del otro lado de la avenida costera y me vio. Detuvo la marcha. Cuando llegué le dije que el presidente municipal de Acapulco quería hablar con él para solicitarle el plan DNIII-E”, narra Morales Bourgart.

Y la respuesta del militar, con rostro de enojo por el desaire de la primera autoridad municipal, fue tajante:

—Tu presidente es una mierda. Ya hablé con el secretario de la Defensa Nacional y viene en camino. El presidente Zedillo está suspendiendo su gira y vendrá directamente a Acapulco y llegará en las primeras horas de la tarde.

—¿Por qué no vamos al Ayuntamiento y ahí están todos para que usted tome cartas en el asunto?

—Súbete, vámonos, le dijo el general al funcionario municipal.

Ya en la Sala de reuniones, Salgado Tenorio comenzó su perorata:

—Señores, estoy muy preocupado por la situación que atravesamos. Tenemos que hacer un recorrido para cuantificar los daños.

El general López Portillo regresó a ver a Morales Bourgart y solamente le expresó:

—¿Ya ves a tu jefe?

Al entrar la tarde, todos los funcionarios recibieron la instrucción de ir al aeropuerto de Acapulco a recibir al presidente Ernesto Zedillo Ponce de León. Ahí, el gobernador Ángel Heladio Aguirre Rivero cuando llegó el Ejecutivo federal fue el encargado de presentar a todos los funcionarios ahí presentes.

Y todos los funcionarios del gabinete federal subieron a un vehículo para iniciar un recorrido por zonas dañadas de Acapulco. A la hora que el alcalde de Acapulco quiso subirse al vehículo, el mismo presidente de la República le espetó:

—Usted no. Usted se queda porque no está en condiciones, usted huele todavía a alcohol.

Juan Salgado Tenorio no tuvo otra cosa que obedecer. Y ahí lo dejaron solo con su secretario particular. Nadie regresó ni siquiera a verlo porque, seguramente, correría el mismo riesgo del propio presidente de México. Tras un breve recorrido donde se dio cuenta del enorme daño causado por los arrastres de piedras, arena y lodo, la comitiva regresó al Palacio Municipal a presidir la primera reunión de evaluación de daños.

Ahí, Zedillo Ponce de León también tuvo otro altercado con el entonces diputado federal Alberto López Rosas quien pretendió leer dos cuartillas para emitir su opinión. El presidente le dijo que no admitía representaciones de nadie y le gritó por qué no había acudido a ver las zonas de desastre y le evidenció su ausencia en sus sitios porque sus zapatos no lucían enlodados.

También Félix Salgado Macedonio, senador de la República, intentó a gritos decirle al presidente Zedillo que los secretarios de Estado presentes en la reunión le mentían con sus informes oficiales. Y a gritos en el micrófono, Zedillo le empalmó:

—Ya lo hubiese querido ver en los albergues donde acabo de estar ahorita’.

La respuesta de Salgado Macedonio también fue inmediata.

—De allá vengo, por eso le digo que no le están diciendo la verdad.

Tres días después, luego de muchas operaciones de limpieza en calles de Acapulco, el entonces secretario de Obras Públicas recibió una llamada telefónica a las tres de la mañana.

Se trataba de Manuel Añorve Baños, quien fungía como secretario de Finanzas del gobierno aguirrista.

—Javier, necesito que vengas temprano a Chilpancingo, estuve a la medianoche con el gobernador Aguirre Rivero en la Casa de los Eucaliptos y se tomó la decisión que, a las doce del día, el Congreso de Guerrero me tome protesta como alcalde de Acapulco.

—El mismo gobernador me dijo que podía correr a quien yo quisiera de los funcionarios del Ayuntamiento, pero al único que iba a respetar era a ti porque te hiciste cargo y has trabajado en todo este problema del huracán. Te espero temprano.

La precipitación pluvial en general fue alta a lo largo de la trayectoria del huracán;
231.1 mm registrados en Juchitán, Oaxaca, a 302.2 mm en Las Vigas y 321 mm en Cruz Grande, estado de Guerrero registrándose la mayor precipitación en Acapulco con 411.5 milímetros en solamente cinco horas.

El impacto en términos de daños causados en el Estado de Oaxaca y Guerrero fue reportado como de mayor cuantía en Guerrero y específicamente para el municipio de Acapulco. Se calcularon daños materiales en 447 millones de dólares.

Mientras los acapulqueños recogían como podían sus pertenencias y a sus muertos, el gobierno federal creó el Fideicomiso 1949 de Reconstrucción de Acapulco con poco más de mil 200 millones de pesos.

La apuranza era que Acapulco tenía que recibir, a como diera lugar, la temporada turística de Navidad y fin de año.

Entonces se eliminó el paso a desnivel, se construyó el bulevar Costera-Papagayo, se construyeron 12 alcantarillas de la avenida escénica Clemente Mejía Ávila, se construyeron doce puentes sobre el río El Camarón y 20 más sobre el río Aguas Blancas, amén de las zonas habitaciones que se construyeron para damnificados.

El número de muertos nunca fue oficialmente corroborado. Al menos se rescataron de entre los escombros bajados en las cuencas unos 500 cadáveres, pero hubo reportes de otras 500 personas desaparecidas. En los sitios donde se arremolinaban los cuerpos sin vida, se pudo observar familias completas fallecidas, ahí tiradas en el piso, con sus vidas rotas para siempre. Eran hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos.

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