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Documentar, periodísticamente, los hechos que marcaron a personajes en la vida pública, es un ejercicio de disciplina y verdad. Obliga al reportero a enfocar su visión analítica del porqué estos protagonistas de la política actúan, socializan, toman decisiones y suelen resbalar estrepitosamente en incidentes que los marcan de por vida.
Esto ocurrió el martes 10 de diciembre del 2002. Lugar: Palacio Legislativo de San Lázaro.
La crónica es de Matilde Pérez, de La Jornada.
–“Esto fue sólo una probadita”, manifestaron los campesinos de El Barzón, Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA) y la Coordinadora de Organizaciones Urbanas y Campesinas (Coduc) sobre su ingreso de manera violenta a la Cámara de Diputados.
Mientras en la puerta de acceso estacionaron seis tractores, 14 agricultores con todo y caballos llegaron hasta la explanada del recinto legislativo y después de dar una “vuelta del triunfo”, cuatro jinetes enarbolando la bandera nacional y unos cien campesinos enfilaron hacia la entrada entre los edificios A y H con el propósito de llegar al salón de sesiones para hacerse escuchar.
Los ánimos se habían desbordado. Unos entonaban el Himno Nacional, otros declaraban a los medios de comunicación que la situación en el campo es más profunda que “una crisis”, y unos más se ocupaban de romper la puerta de cristal del edificio A para dirigirse al salón de plenos.
Al llegar al acceso del salón de sesiones, cercano a la sala de prensa, forzaron la puerta electrónica giratoria y trataron de derrumbar una puerta de madera. Al grito de “ya estamos cansados de esperar soluciones que no llegan!”, los campesinos no pudieron penetrar. Pero otro grupo corrió hacia la entrada del basamento, trató de forzar la puerta de cristal giratoria y al grito de “fuego!” empezaron a quemar varios sombreros y a arrojarlos entre los huecos de ésta y la entrada de madera.
En el salón de plenos, la presidenta de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, Beatriz Paredes Rangel, ordenó que continuara la sesión y pidió a los diputados que no abandonaran las curules, incluso si los campesinos ingresaban de manera violenta.
En tanto, los dirigentes de El Barzón, Alfonso Ramírez Cuéllar, y de la UNTA, Alvaro López Ríos, trataban de amarrar una reunión con la Junta de Coordinación Política, presidida por el perredista Martí Batres, y los miembros de la mesa directiva, encabezada por la priísta Paredes Rangel, como les habían prometido desde su arribo al Palacio Legislativo.
Enterado de los acontecimientos, Ramírez Cuéllar llegó hasta el basamento para convencer a los barzonistas de que aguardaran a la reunión con Paredes Rangel y Batres Guadarrama. “Venimos en son de paz, no hay que actuar con intranquilidad”, dijo. A su vez, López Ríos llegó al primer piso, llamó a la serenidad a los campesinos y les pidió que sacaran los caballos.
Aprovechando el momento en que una reportera de una televisora transmitía los acontecimientos y decía que el grupo había penetrado de manera abrupta, el dirigente de la UNTA puntualizó: “No entramos de manera abrupta; entramos de manera violenta. Pedimos disculpas por esto, pero estamos cansados de tanto abandono en el campo”.
Minutos después de que los barzonistas abandonaron los pasillos del recinto y volvieron a la explanada, arribó Alejandro Encinas, subsecretario de Gobierno capitalino, y se entrevistó en privado con los dirigentes de la UNTA y El Barzón. Les explicó que había muchas presiones para que la policía capitalina interviniera y los desalojara.
Hasta aquí parte de esa crónica de escándalo.
Alfonso Ramírez Cuéllar vino éste fin de semana a Acapulco a promover la elección de jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial. Sin embargo, fue una simulación. Realmente vino a atestiguar una “passarela” política de aspirantes a la gubernatura de Guerrero, en una campaña anticipada, desaseada, sectaria y divisionista en Morena.
Su pasado en el movimiento de “El Barzón” lo marcó de por vida, pues dejó al descubierto ese temperamento y forma de ser violento, gandaya y agresivo. Vino a realizar labores de cañería, asunto nada ajeno para él, generando un clima de crispación, enfado e impotencia en un amplio número de militantes y simpatizantes de Morena. A lo que vino, pues: nomás faltó que Mario Moreno se vistiera de blanco para su primera comunión con Morena y llevara su rosario y veladora en ambas manos.
Quienes no conozcan a Alfonso Ramírez Cuéllar, podrían pecar de ingenuos, sorprendidos e ilusos. Tienen el beneficio de la duda, pero por todo lo demás… de verdad qué decepcionante.
Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.
