
Un reiterado aullido de perro hizo cavilar a Pancracio.
-Es el coyote- susurró.
Tomo la carabina, corto cartucho y salió al campo.
Al cabo de un rato, apareció al frente de la puerta con un hombre; dos cartucheras le cruzaban el pecho, igual que las que cargaba Macario López. Y encima de sus greñas, un sombrero de pelo, con la falda arriscada hacia arriba. Al deslizar Faustino la vista hacia el rostro del recién llegado, dio un brinco de espanto. Rápidamente, oculto la cabeza debajo de las cobijas. El rostro descubierto pertenecía al ¨tejón, el asesino de la madre.

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