Pbro. JORGE AMANDO VÁZQUEZ RODRÍGUEZ
Hablamos de San Mateo. La Iglesia cree porque los Apóstoles creyeron.
Todos y cada uno de los Apóstoles tienen mucho en común con nosotros que también compartimos la misma pasta humana, pero San Mateo lo es de manera particular porque es descrito en los Evangelios como un publicano, o sea, un pecador público. Su vida está ambientada en la ciudad de Cafarnaúm, donde Jesús habitaba después de haber dejado Nazaret.
Cafarnaúm es un importante puerto fronterizo en la ruta que unía Galilea con Damasco, existían las barreras aduanales para el pago del impuesto.
En esa región, el tetrarca Herodes Antipas había arrendado la recaudación de los impuestos a los publicanos (recaudadores de las tasas).
Quien ofrecía la cantidad más alta obtenía el arriendo del puesto de aduana. En caso de mayores entradas, la ganancia terminaba en los bolsillos del recaudador, pero igualmente, si las entradas eran menores, la diferencia debía ser saldada por el publicano.
Galería de personajes del Evangelio
Este sistema hacía que, incluso siendo fijadas por las leyes las tarifas de los impuestos, los recaudadores aplicasen los precios que querían; por esto eran considerados por la gente como ladrones legalizados.
Odiados por la población, se creía que, para los publicanos, la salvación era imposible. De hecho, según la Ley, para obtener el perdón, los recaudadores deberían restituir lo que habían robado y un quinto de más (Lv 5,20-26).
Dada la dificultad de restituir el dinero a todos los que habían sido engañados, los publicanos eran considerados pecadores por excelencia y eran privados de derechos civiles y políticos: equiparados a los pastores y a los esclavos, hasta su testimonio era considerado inválido.
No se podía recibir limosna proveniente de sus fondos y, para sustraerse a su avidez, estaba permitido hasta jurar en falso.
Considerados seres inmundos, su impureza se transmitía a todo lo que tocaban: desde el bastón con el que controlaban la mercancía, a la casa en la que habitaban o a la que entraban.
En el evangelio de Mateo los publicanos van siempre asociados a las categorías de personas consideradas impuras como los pecadores, los paganos y las prostitutas.
Como puede verse hay mucho en común con nuestra vida en la sociedad actual, y escandalizarse con ciertas vidas que nos rodean y con la propia nuestra.
AQUELLOS QUE COMEN…
La primera vez que el Señor se encuentra casualmente con uno de estos individuos tan despreciados, el evangelista escribe que «Jesús vio a un hombre sentado al mostrador de los impuestos» (Mt 9,9).
El Hijo de Dios, que no juzga según las categorías humanas (un pecador), o religiosas (un pecador).
El banquete de los pecadores
El Salvador, en lugar de dirigir al excluido de la salvación palabras de reproche por su actividad pecaminosa, lo invita a seguirlo («Sígueme» Mt 9,9), exactamente como hizo con los primeros discípulos («Seguidme», Mt 4,19).
El nombre del recaudador es Mateo, que significa en hebrero «don de Yahvé»: la llamada del Señor no se debe a los méritos del publicano, sino que es un regalo de la misericordia de Dios.
El escándalo de la invitación a «Mateo el publicano» (Mt 10,3) para formar parte de los doce apóstoles se agrava por el hecho de que Jesús no invita al pecador a hacer penitencia por su pasado, sino a celebrar festivamente el presente: «Sucedió que estando él reclinado a la mesa en la casa, acudió un buen grupo de recaudadores y descreídos y se reclinaron con él y sus discípulos» (Mt 9,10).
En los banquetes festivos, se acostumbraba a comer reclinados sobre camillas, apoyados sobre el codo derecho, mientras que con la mano izquierda se tomaba el alimento de una única fuente grande colocada en el centro.
Este modo de comer en el mismo plato era posible solo con personas con las que se tuviese una gran familiaridad e indicaba plena comunión con ellas.
La religión prohibía comer con una persona inmunda, porque, desde el instante en que ésta mojaba del plato común, todo el alimento se hacía impuro y la impureza se transmitía a los que comían con él.
A esta comida se unen recaudadores como Mateo y «pecadores», definición con la que se indicaba genéricamente a todos los que no querían o no podían observar las prescripciones de la Ley.
El piadoso salmista suspira: «Ay, si Dios suprimiese a todos los pecadores» (Sal 139,19).
…Y AQUELLOS QUE AYUNAN
En todos los momentos más delicados de la actividad de Jesús, aparecen los fariseos.
Incansables vigilantes de la ortodoxia, estos espían toda apariencia de libertad de las personas, que debe estar siempre sometida al ordenamiento religioso.
El escándalo de este banquete de Jesús con los pecadores, donde no se hace diferencia alguna entre puros e impuros, suscita la indignación de los fariseos que, con ira, se vuelven a los discípulos de Jesús: «¿Por qué razón come vuestro maestro con los recaudadores y los descreídos?» (Mt9,11).
La pregunta de los fariseos, en realidad, sirve solamente para acusar a Jesús, «un comilón y un borracho, amigo de recaudadores y descreídos» (Mt 11,19).
Los tiempos no han cambiado existen las mismas personas que condenan sólo cambian de nombre pero no de actitud.