La literatura nos invita a explorar lo desconocido, a imaginar realidades alternativas y a expandir nuestros horizontes
Thomas De Quincey


Durante el gobierno de López Obrador se disparó la violencia contra comunicadores y periodistas: nada más 47 muertos. A esa cifra deben sumarse los amenazados y los desplazados. Los generadores de violencia son el crimen organizado y los políticos corruptos que se sienten amenazados. Se puede decir que aprendieron del mejor: López Obrador usó su mañanera para estigmatizar a quienes solo hacían —y hacen— su trabajo, simplemente porque al Pejelagarto no le gustaba la crítica ni la transparencia. Generó animadversión en sus simpatizantes y ataques de sus enloquecidas hordas de seguidores en redes sociales.
Ahí queda la incesante violencia verbal contra Carlos Loret, Ciro Gómez Leyva, Azucena Uresti y muchos más. El caso de Raymundo Riva Palacio tomó relevancia porque en tribunales le ganó un amparo para que no pudiera mencionarlo en su diatriba diaria. También está el caso del desaparecido Ricardo Rocha, quien fue hasta la mañanera para reclamar el actuar del presidente, quien, en lugar de mostrar mesura, ponía en la picota a los periodistas.
Sin lugar a dudas, el caso más dramático fue el de Lourdes Maldonado, quien acudió hasta Palacio Nacional para exponer las amenazas de las que había sido objeto; se involucraba a un alto político de Baja California. “Temo por mi vida”, dijo aquella mañana del 26 de marzo de 2019. López, como siempre, pequeño como es, quiso minimizar el tema y prometió ayuda del Sistema de Protección a Periodistas. El 23 de enero de 2022 le quitaron cobardemente la vida. No le sirvió de nada esa protección: el Estado le falló.
En 2024, de nuevo en la mañanera, la periodista María Luisa Estrada expuso el caso de amenazas y atentados en su contra, y apretó el botón de pánico que la Segob le había entregado. Nada pasó, nadie llamó. El Mecanismo de Protección para Periodistas y sus funcionarios quedó exhibido como una “simulación”. Qué decir del trabajo de Alejandro Encinas: me cuentan que siempre estaba distraído de su labor, ni las tarjetas con los nombres le pasaban.
La noche del 15 de diciembre de 2022, el periodista Ciro Gómez Leyva conducía su vehículo de vuelta a casa; como cada noche había transmitido su noticiario. El comunicador fue emboscado y le dispararon a corta distancia. Si la camioneta no hubiera estado blindada, seguramente le habrían arrebatado la vida. En la mañanera del tabasqueño hubo una supuesta muestra de solidaridad, pero luego vino el palo, como acostumbraba el presidente que usaba todo su poder contra sus “opositores”. Claro que, contra los corruptos, nada pasó.
Con el gobierno de Claudia Sheinbaum se renovaron las esperanzas. Aunque los ataques contra la prensa que salen del Palacio no son iguales que con López, continúan. El discurso es el mismo: que existe libertad de expresión, garantías y seguridad para ejercer el periodismo. Pero en lo que va del sexenio se contabilizan cinco periodistas asesinados; las amenazas continúan y también el desplazamiento de colegas.
Durante la mañanera de ayer se vivió un nuevo episodio, una nueva denuncia. Se trata de la periodista Anahí Torres, quien dijo que el 2 de octubre “cuatro hombres con armas largas me interceptaron afuera de mi oficina. Hicieron amenazas directas hacia mí y hacia dos periodistas más: Omar Niño y Carlos Domínguez”. Luego remató que se trata de una investigación sobre espionaje: “por su alcance en las redes sociales, por su contenido, incomodaron al gobernador Ricardo Gallardo y al secretario de Gobierno, Guadalupe Torres Sánchez”.
Es urgente que desde la Presidencia se hagan los cambios pertinentes para que el Mecanismo de Protección para Periodistas sea eficiente y deje de ser únicamente para los jilguerillos del régimen, que lo usan porque un actor les rompió los lentes. México sigue siendo el país más violento para ejercer la profesión, y los tres niveles de gobierno deben cumplir a los ciudadanos con la encomienda constitucional de la seguridad y el acceso a la justicia. Ahí están las denuncias. Ojalá que no haya nada que lamentar… pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.

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