SOCORRO COCO VALDEZ GUERRERO

Ensimismada en mis pensamientos, con la joven noche sobre ese inmueble que alberga la representación ciudadana, el impulso a las leyes y a quienes debieran velar por la ¡Justicia! Social, me pregunto: ¿dónde quedó las luchas de líderes y políticos por el bien común?
Dónde, cuándo esa Torre Latino, que con sólo alzar la mirada, marca que el tiempo corre y las acciones para beneficio social, van lentas.
Dónde cuándo en aquellos antiguos inmuebles, son el refugio de los que padecen pobreza y titiritan, ante un casi decembrino frío que les recuerda su indigencia.
Allá, los músicos, los cantantes, que también piden una moneda, por brindar sus melodías, y cuyo ritmo invita a mover el cuerpo y bajar el estrés.
Un Oxxo o un Seven gritan ante mis ojos, más bien mueven mi mente para que decida una bebida: ¡Perla Negra, Cooler o café! Para que me quiten ese atroz frío.
Finalmente ni uno ni otro, porque esa ancianita de bastón, caja de dulces y cigarros irrumpe mi decisión y pensamientos…
—Me ayudas a cruzar la calle” –¡Claro!
¿No te interrumpo, no te molesto? –¡No!
Cargo sus dulces, la tomo del brazo y en ese dificultoso caminar, ofrece su mercancía y yo la muestro a los que se nos cruzan.
Voy a su lento caminar, me desvía de mi rumbo, y pasamos con dificulta la calle.
Esa úlcera varicosa le lastima al dar cada paso.
Su pie casi negro e hinchado y esa soledad, que revela en su rostro, lo que la agobia.
Incluso, lo confiesa: “No tengo hijos, sólo un gato.
Eso, sí, una renta que pagar, aunque la mayor parte de mi tiempo, es en la calle”.
Su hogar tan lejano, la obliga esperar en Garibaldi hasta las cinco de la mañana para que la apoyen
con un aventón que le permita regresar a su vivienda.
Y a cuestas el calvario de ir al médico hasta el “Rubén Leñero” en busca de una posible operación.
Nos acompañamos mutuamente por esas calles del Centro Histórico de la Ciudad de México.
Cinco minutos de su vida en mis oídos, uno de la mía.
Se vuelve a preocupar:
–¿No te hago perder tu tiempo?, ¡no! Lo he perdido muchas veces en cosas sin importancia.
¿A dónde va?
—A ofrecer cigarros y dulces a los bares de Gante. ¿La acompaño?
—¡Sí, gracias! ¿No tienes nada que hacer?, me insiste, y le reitero, ¡no!
Caminamos y pienso: ¡Chingao! Debería estar en su casa tranquila y saboreando su vejez.
Seguimos la plática; me habla de lo triste de estar sola, se detiene y en forma abrupta me advierte:
—¡Me quedo aquí!
Es la calle de Filomeno Mata. Muda nos observa, la imagen de Nezahualcóyotl, de la Triple Alianza.
Ahí refleja nuestras raíces.
Es la calle de la representación misma de mi profesión -el periodismo-, y lo guerrero de mi actitud.
Ya no aguanto, reconoce la anciana. Me duele el pie.
¿¡Segura!? Se queda aquí…—Sí…
Me besa, le regresó la atención, da su nombre, y pregunta el mío.
Me ofrece un dulce en agradecimiento. Declino quitarle lo poco que posee en esa cajita, cuyo contenido no son más de 150 pesos.
Dinero que no calma el dolor de esa masa ennegrecida que hace desaparecer un tobillo.
De nuevo expresó: ¡Chingao! ¿Dónde están los programas sociales, dónde la ayuda a grupos vulnerables, dónde, dónde? Mis pensamiento me lleva de nuevo a esos inmuebles donde hay parásitos que cobran sin trabajar.
Donde simulan una labor, un cargo y hasta constitucionalmente tienen la facultad de representantes de esa anciana que nadie ve.
Cargos o funciones donde muchos ganan sin esfuerzo, sin enfermedad.
Donde se “preocupan” falsamente por ellos.
Donde en muchos, sólo es desgarre de vestiduras por la tercera edad y ella, lo ¡Es!, sin que lo vean.
Donde se simula el ahorro y se oculta el derroche.
Donde millones de pesos se van a bolsillos de quienes no ven la cotidianidad que lacera.
Donde los programas sociales se dan a conveniencia política.
Donde no se transforma y donde, no me acostumbro ni acepto que…”Así es la política”.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *