Y cuando desperté, la esclavitud seguía aquí…

Tomo prestada la estructura del breve cuento del escritor guatemalteco, Augusto Monterroso, para declarar con tristeza que la esclavitud no ha sido abolida, pese a que el mundo contemporáneo la presente hasta el cansancio como uno de los logros de la vida “moderna”, y se hable del esclavismo sólo como una vieja mancha en la historia.

No hay que quitarle mérito, al hecho que esté prohibido dicho sometimiento en las legislaciones, y que los derechos humanos, así como la opinión pública marquen una línea evidente de rechazo contra su práctica, que atenta contra la dignidad humana; pero es justo reconocer que existen actualmente esquemas de explotación que se le asemejan tanto.

Los esclavistas han sobrevivido a sol y sombra, ajustando sus prácticas a la realidad actual para pasar desapercibidos ante los ojos del mundo. Han encontrado nuevas formas de volverse dueños de las personas, cambiando los grilletes y látigos por otros instrumentos innovadores de sometimiento masivo, que, como es de esperarse, siguen dejando huellas imborrables en la carne y el espíritu.

Siempre ha sido un redituable modelo de negocios, y por costumbre o comodidad, se ha vuelto difícil reconocer el rastro podrido que deja. Estamos tan inmersos en su sanguinario aroma, que terminamos volteando hacia otro lado, o simplemente consumiendo en silencio sus productos.

Antropófagos por excelencia, los esclavistas exprimen hasta la médula cada gota de sangre y sudor, aprovechan cada centímetro de piel, huesos y cabello, enriqueciéndose a costa de sus víctimas, en su mayoría marginados, vulnerables, en situación de necesidad.

MIL ROSTROS

La esclavitud ha tomado tantos rostros, que quizás podrían ser unas de tantas manifestaciones del llamado Caos Reptante, Nyarlathotep. Este Dios Primordial, inventado por el escritor Howard Phillips Lovecraft, poseía la habilidad de tomar una forma distinta dependiendo de sus horrorosos fines.

Dejando de lado el Terror Cósmico, los esclavistas encontraron la forma de seguir vigentes, principalmente a través de la corrupción, la complicidad social, así como de la búsqueda y aprovechamiento de los vacíos legales en materia laboral.

El primer rostro que encontramos es la explotación sexual, en sus distintas modalidades. Este modelo de esclavismo se refleja de manera evidente en redes de trata de blancas, donde mujeres y niñas se vuelven lamentablemente un producto de consumo, una moneda de cambio.

Lo anterior sólo refleja la punta del Iceberg de este modelo de negocios, cuya profundidad genera ganancias incuantificables. Metiendo la cabeza en el agua, se puede observar a la pornografía como otra forma de explotación sexual, disfrazada en múltiples casos de consentimiento. La realidad sugiere que muchas mujeres y menores de edad no pueden escapar, quedándoles el sufrimiento silencioso, ante un mercado que consume y unas reglas del juego que ofrecen oferta tras demanda.

Se ha vuelto un secreto a voces que, aunque parecieran negocios locales y casos aislados de explotación, los hilos invisibles sugieran el contubernio gubernamental, social y del crimen organizado a niveles fuera de nuestro alcance y comprensión.

INDUSTRIA ESCLAVISTA

Otro de los rostros de la industria esclavista en estos tiempos, lo encontramos en el proceso de fabricación de productos que consumimos, sin siquiera darnos cuenta que las manchas de sangre y sufrimiento se nos pegan a la piel.

Un caso concreto se develó en 2020, cuando autoridades aduaneras norteamericanas confiscaron 13 toneladas de extensiones de cabello humano elaboradas en campos de concentración en China, específicamente en la provincia de Xinjiang, donde mujeres y niñas trabajaban en condiciones de explotación laboral; horas extras excesivas, retención de salarios y restricción de movilidad.

Lo anterior, con ciertos bemoles, sigue sonando a esclavitud, pero actualmente resuena tanto esa palabra que ha sido cambiada por “explotación laboral”, que reduce de cierta manera el impacto, pero no la pérdida de libertad.

Qatar, ha resonado no sólo por el grito de la hincha mundialista, sino por el escandaloso informe de Amnistía Internacional, que señala la muerte de 6 mil 500 trabajadores extranjeros en la construcción de estadios de fútbol, desde que se anunció en 2010 como sede de la FIFA.

El reporte apunta a que los trabajadores, originarios de Bangladesh, India y Nepal, han sido forzados a no dejar el trabajo aunque sus salarios en ocasiones lleguen con meses de retraso y duerman todos en condiciones de hacinamiento.

Todo sugiere un modelo de esclavitud, disfrazado de oportunidad laboral, como muchos otros que hay por todo el mundo. Las autoridades qataríes se limitaron a negar las cifras y a aceptar únicamente dos decesos relacionados con los estadios.

No tenemos que ir hasta el noreste de China o a oriente medio para encontrar ejemplos de esclavitud moderna. Basta voltear a Estados Unidos, donde migrantes realizan los trabajos más peligrosos o sufren jornadas extenuantes con salarios por debajo de lo justo, con la amenaza constante de deportación.

Podríamos mirar hacia las calles, donde se encuentra la niñez forzada a la mendicidad, obligada por titiriteros que reciben las ganancias diarias y en contraprestación sólo les ofrecen amontonarlos en cuartos pequeños, donde su funesto destino, en muchos casos será el perpetuo abuso y la muerte en condiciones de miseria.

O quizás también, deberíamos dirigir la mirada a aquellos trabajos que sutilmente se apoderan de nuestra libertad, exprimiéndonos hasta la médula; obligándonos por necesidad a soportar condiciones y sueldos indignos; colocándonos aquellos grilletes invisibles de la explotación.

La esclavitud ha tomado tantos rostros, han evolucionado los grilletes y látigos, pero la consecuencia es en términos generales son las mismas, y las víctimas, lamentablemente no se ve por ningún lado que disminuyan.

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